martes, 5 de mayo de 2020

No soy así. Cuentos, 1953-1996.- Kjell Askildsen (1929)

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Últimas notas de Thomas F. para la humanidad (1983)
Carl

  «Cuando mi mujer todavía vivía, creía que cuando ella muriera yo tendría más espacio para mí. Sólo su ropa interior ocupa tres cajones de la cómoda, pensaba. Cuando muriera, podría ocuparlos yo, uno con mis monedas de cobre, otro con las cajas de cerillas y  el tercero con los corchos. Tal y como está ahora, pensaba, es un caos total.
 Mi mujer murió hace ya mucho. Era una mujer exigente, que descanse en paz, por fin me la concedió a mí. Vacié los cajones, las estanterías y los armarios. Retiré todo lo que había sido suyo y gané mucho espacio libre, más de lo que necesitaba. Pero lo vacío, vacío está. Me deshice de un par de armarios, pero sólo conseguí una habitación más vacía, en lugar de dos armarios vacíos. Fue una imprudencia por mi parte, pero ocurrió
, como ya he dicho, hace mucho tiempo, y yo era mucho más joven entonces.
 Pues bien, semanas o tal vez meses después de haber cometido esa imprudente ampliación del vacío de mi cuarto, recibí la sorprendente visita de mi segundo hijo, Carl. Venía a por un chal de su madre, un chal que por lo visto tenía pensado regalarle a su mujer como recuerdo de su infancia. Cuando supo que me había deshecho de él, montó en cólera. ¿Para ti no hay nada sagrado?, me gritó. Y eso lo decía él, que es un hombre de negocios y vive de la compraventa. Me entraron ganas de interrumpirle, pero me contuve, al fin y al cabo soy en parte responsable de su existencia. ¿Qué tenía de especial ese chal?, pregunté en tono conciliador. Mamá lo hizo a ganchillo, mientras me estaba esperando. Le tenía un cariño especial. Comprendo, el chal nació contigo. ¿Eras acaso su hijo preferido? Da la casualidad de que sí. Ah, no, de casualidad nada, contesté, estaba empezando a perder la paciencia. Es su vivo retrato, y como ella, incapaz de descubrir las leyes naturales de la existencia. Bueno, el chal se ha perdido y no se puede recuperar -dije-, tendrás que consolarte pensando que sólo lo perdido se posee eternamente, como dice el poeta. Desde luego, es una afirmación bastante tonta, pero pensé que le gustaría. Me equivoqué, me había olvidado por un instante de que él es un hombre de negocios. Dio un paso amenazador hacia mí, soltó una furiosa pero aburrida retahíla sobre mi insensibilidad y concluyó diciendo que algunas veces no entendía que yo fuera su padre. Tu madre era una mujer honrada, contesté, pero él no captó el sentido de mis palabras. ¿Cómo he podido tener unos hijos tan duros de mollera? No necesitas recordármelo, me dijo. Se había ido poniendo cada vez más rojo, de pronto se me ocurrió que tal vez padeciera del corazón, al fin y al cabo había cumplido ya sesenta años, y con el fin de evitar una desgracia, le dije que sentía lo del chal y que si hubiera venido antes, habría podido llevarse todo lo que había pertenecido a su madre. Sigo pensando que lo dije en un tono muy conciliador, pero él se puso aún más rojo. ¿No querrás decir que lo has tirado todo?, gritó. Todo, respondí. Pero, ¿por qué? No quise contestarle, así que dije: Tú nunca lo entenderías. Pero qué falta de humanidad. Al contrario. Lo hice como resultado de una decisión bien meditada, y esa manera de actuar, por así decirlo, es lo único que nos hace específicamente humanos. Fue por mi parte un puro sofisma, claro, pero él no pareció escuchar mis palabras. Entonces no tengo nada que hacer en esta casa, gritó. Había adquirido la costumbre de gritar, lo que tal vez indicara que su mujer se estaba quedando sorda. Yo, por mi parte, oigo muy bien, lo cual a veces resulta molesto. Algunos sonidos son mucho más fuertes de lo que eran; además, han aparecido otros nuevos, tales como el martillo neumático y cosas semejantes. Así que no me importaría estar un poco sordo. Oigo lo que dices -dije-, pero no veo que tenga solución. Entonces se marchó por fin, ya era hora, porque si no yo podría haber perdido la paciencia. Lo cierto es que tengo más paciencia ahora que antes, supongo que se debe a la edad, pues los viejos tenemos que soportar mucho. […]
No soy así - nordicalibros.com 
María

Un otoño me encontré por sorpresa con mi hija María en la acera delante de la relojería; estaba más delgada, pero no me costó nada reconocerla. No recuerdo ya por qué estaba yo en la calle, pero tenía que tratarse de algo importante, porque fue después de que la barandilla de la escalera se hubiera roto, así que en realidad ya había dejado de salir a la calle. Pero fuera como fuera, me encontré con ella, y se me ocurrió pensar: Qué casualidad tan extraña que yo haya salido justamente hoy. Pareció alegrarse de verme, porque dijo "padre" y me dio la mano. Ella era la que más me gustaba de mis hijos; cuando era pequeña decía a menudo que yo era el mejor padre del mundo. Y solía cantar para mí, por cierto bastante mal, pero no era culpa suya, lo había heredado de su madre. María -dije-, eres realmente tú, tienes buen aspecto. Sí, bebo orina y soy vegetariana, contestó. Me eché a reír, hacía mucho que no me reía, imagínate, tenía una hija con sentido del humor, incluso con un humor un poco atrevido, quién lo diría. Fue mi momento hermoso. Pero me equivoqué, qué fastidio que uno nunca consiga quitarse las ilusiones de encima. Mi hija se quedó como embobada y con la mirada perdida. Te estás burlando de mí -dijo-, pero si yo te contara... Me pareció haberte oído decir "orina", contesté. Orina, sí, y me he convertido en otra persona. No lo dudé ni un momento, era lógico, debe de resultar imposible seguir siendo la misma persona antes y después de haber empezado a beber orina. Bueno, bueno, dije en tono conciliador, y con ganas de hablar de otra cosa, tal vez de algo agradable, nunca se sabe. Entonces me fijé en que llevaba una alianza y le comenté: Veo que te has casado. Ella miró el anillo. Ah, lo llevo sólo para mantener a raya a los pesados. Eso sí que tendría que ser una broma, calculé rápidamente que por lo menos tendría cincuenta unos cincuenta y cinco años, y tampoco era tan guapa. Así que volví a reírme por segunda vez en mucho tiempo, y en medio de la acera. ¿De qué te ríes?, preguntó. Creo que me estoy haciendo mayor, contesté, cuando me di cuenta de que me había equivocado una vez más, "conque es así como se hace hoy en día". Ella no contestó, así que no sé, supongo y espero que mi hija no sea muy representativa de los nuevos tiempos. Pero, ¿por qué he tenido hijos como ella, por qué?
 Nos quedamos un instante callados, pensé que ya era hora de despedirse, un encuentro inesperado no debe durar demasiado, pero justo en ese momento mi hija me preguntó si me encontraba bien. No sé lo que quiso preguntar, pero contesté la verdad, que lo único que me molestaban eran las piernas. Ya no me obedecen, mis pasos son cada vez más cortos y pronto no podré moverme. No sé por qué le hablé tanto de mis piernas y ciertamente resultó que no debería haberlo hecho. Será la edad, dijo ella. Desde luego que es la edad -contesté-, ¿qué otra cosa iba a ser? Pero supongo que ya no necesitas usarlas tanto, ¿no? Si tú lo dices -contesté-, si tú lo dices. Al menos captó la ironía, diré eso en su favor, y se irritó, pero no consigo misma, porque dijo: Todo lo que digo está mal. No supe qué contestar a eso, ¿qué podría haber contestado? Me limité a sacudir la cabeza inexpresivamente, ya hay demasiadas palabras en circulación por el mundo y el que habla mucho no puede mantener lo dicho.
 Bueno, tengo que seguir mi camino -dijo mi hija tras una pausa breve pero lo suficientemente larga-, tengo que ir al herbolario antes de que cierren. Ya nos veremos. Y me dio la mano. Adiós, María, dije. Y se marchó. Esa era mi hija. Sé que todo tiene su lógica inherente, pero no siempre resulta fácil descubrirla.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Nórdica Libros, 2018, en traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. ISBN: 978-84-17281-71-7.]

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