8.-Los dos Maikais
«La mención de los locutores de carreras me lleva a hacer una digresión. Creo que la mayoría de locutores emplean demasiadas palabras, en un esfuerzo por describir una serie de detalles que harían mejor dejando a la imaginación del oyente. Eso es especialmente cierto en el caso de los locutores de hipódromo, cuya audiencia es capaz generalmente de distinguir con sus propios ojos la hilera lejana de caballos y que sólo necesita conocer algunos datos, como que el líder es tal o cual, y que el caballo que avanza por el exterior es tal o cual... Incluso los locutores que narran las carreras por la radio recurren innecesariamente a un lenguaje descriptivo, cuando bastaría con que utilizaran términos mucho más simples. Por ejemplo, la palabra "cansado" transmite lo suficiente para mí, pero los locutores insisten en informarnos de que un caballo "parece que camine por la pista", o "se ha metido en un hoyo", o "está en apuros"... El término "recortar distancias" evoca por sí solo la imagen de un caballo que probablemente alcance pronto la cabeza de la carrera. No necesito que me cuenten que uno de los participantes "ha lanzado un esprint perfectamente calculado" ni que "se ha distanciado del grupo", por no decir que "termina como un tiro" o "ha caído de las nubes"...
El mejor locutor que jamás haya oído fue, con diferencia, Geoff Mahoney, que narró las carreras de Sidney para la ABC durante treinta años, desde finales de los cincuenta hasta finales de los ochenta. En su Historia de las carreras de purasangres australianos, Andrew Lemon cita una descripción de Mahoney según la cual éste tenía un "control soberbio, una dicción impecable y un estilo suave como el terciopelo". Cuando narran un final ajustado, la mayoría de locutores levantan la voz o gritan. Si había una llegada en grupo, Mahoney no usaba el volumen, sino el tono y la modulación, incluso en un Doncaster Handicap o un Golden Slipper. Nunca oí a Mahoney equivocarse al pronunciar el nombre de un caballo, ni ofrecer comentarios gratuitos sobre algo que observara, e incluso evitaba pronunciar los nombres de pila de entrenadores y jockeys. La mayoría de locutores parecen emplear ese recurso para sugerir que se codean con los grandes nombres de las carreras. Mahoney fue el único locutor que nunca se refirió al célebre entrenador de Sidney como Tommy Smith. Para Geoff Mahoney, el hombre fue siempre T. J. Smith.
Asimismo, el peor locutor que jamás haya oído fue con diferencia, Bert Bryant, que alguna gente que debería tener un poco más de criterio considera uno de los mejores. Bryant empezó a narrar carreras de adolescente, en el distrito de Dubbo, en Nueva Gales del Sur, y se convirtió en locutor auxiliar de la 3UZ de Melbourne en 1948, con poco más de veinte años. No negaré que Bryant fue un locutor muy capaz durante sus primeros años en la 3UZ, pero pronto se convirtió en un bocazas presuntuoso y terminó su carrera siendo un bufón incompetente al que yo no soportaba escuchar.
Durante muchos años tuve un disco con las narraciones de Bert Bryant en las Melbourne Cup de entre 1950 y 1960, aproximadamente. Ya durante esos diez años, su forma de narrar la Cup permitía intuir su decadencia. Durante los primeros años su estilo fue fluido e impersonal. Más tarde, en cambio, resultaba muy fácil adivinar por qué caballo había apostado, no sólo porque fuera su favorito, sino por cómo se esforzaba por exponer sus perspectivas durante la carrera. No sólo eso, sino que intentaba cada vez más incorporar a sus narraciones lo que sus admiradores elogiaban como descripciones originales, pero que a mí me parecían ridículas y una pérdida de tiempo. A menudo, si un caballo se abría al exterior, él decía que "colgaba como el diente de una vieja", o si un caballo mostraba una resistencia inesperada, Bryant anunciaba que "insistía en quedarse, como una suegra".
Hoy en día la mayoría de las narraciones ofrecen demasiados prejuicios y opiniones personales, pero con Bryant era un no parar. En una ocasión, en los años sesenta, un caballo llamado Nyngan (que lucía una combinación de negro, dorado y azul claro) parecía el probable ganador de una carrera de resistencia en Moonee Valley. Ese mismo caballo había decepcionado a sus seguidores en varias ocasiones recientes, partiendo como favorito y terminando tercero o cuarto. Sin duda, Bryant había sido uno de esos seguidores, pero en cambio no había apostado por él en la carrera a la que me refiero. Cuando Nyngan enfiló la recta final en primera posición, Bryant exclamó: "¡No me digas que al final el perro va a ganar una carrera! Pues sí, ¡gana Nyngan! ¡Ha ganado el perro!" Más tarde me contaron que los propietarios de Nyngan habían exigido y recibido una disculpa de Bryant por sus comentarios, y con razón.
Bert Bryant era un hombre profundamente ignorante, que no tenía ningún interés por conocer el significado de nombres peculiares ni por la pronunciación aproximada de nombres extranjeros. Un día se preguntó en voz alta por el significado del nombre Guid Gillie. Un oyente atento llamó a los estudios de la 3UZ para explicar que el nombre significaba "buen guardabosque" en escocés. En lugar de agradecérselo, Bryant se despachó con un chiste de mal tono.
La peor actuación de Bryant tuvo lugar en Warrnambool, en mayo de 1974, cuando narraba las carreras no sólo para la radio sino también para la multitud que había acudido al hipódromo. Estaba lloviendo, la pista estaba muy blanda y los colores de los jockeys estaban cubiertos de barro cuando el pelotón de la primera carrera llegó a la recta de meta. Sí, las condiciones eran difíciles, pero los locutores célebres como Bryant se embolsan generosos salarios precisamente para salvar con éxito situaciones como esa. A cien metros de la línea de meta, seis caballos se disputaban el liderazgo, una dificultad añadida que, no obstante, no debería haber supuesto un obstáculo insuperable para alguien con la reputación de Bryant. Pero, como suele decirse, Bryant perdió la compostura. Farfullando y balbuciendo, lo que gritó no fueron nombres de caballos, sino exclamaciones como "!Es que no sé ni adónde mirar!" o "¡La mitad de los caballos están desparramados por la pista!". Fue la peor narración de un final de carrera que haya oído jamás y si hubiera corrido a cargo de algún joven locutor en prácticas, desde luego habría perdido el empleo.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Minúscula, 2018, en traducción de Carles Andreu. ISBN: 978-84-946754-0-9.]
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