domingo, 24 de mayo de 2020

Mi viaje a Lhasa.- Alexandra David-Néel (1868-1969)

Resultado de imagen de alexandra david neel 

Capítulo 9
"Chivos expiatorios" humanos

  «La historia se repite, el espíritu de invención de los hombres se mueve en un círculo muy restringido. Sin que se les pueda considerar sospechosos de plagio, reproducen, con siglos de intervalo y en religiones muy distantes unas de otras, las costumbres, las creencias y los ritos de pueblos de los que no han oído hablar. Pude tener en Lhasa una nueva prueba de ello.
 Lo mismo que los hebreos, los tibetanos celebran todos los años una ceremonia, al final de la cual echan fuera de la ciudad a un "chivo expiatorio". Sin embargo, este "chivo" no tiene nada en común con el animal del que habla la Biblia, ni con la función que cumple: no es un animal, sino un hombre, consciente del papel que asume.
 Los tibetanos creen que algunos lamas expertos en magia tienen el poder de transferir a la cabeza de esta víctima voluntaria todas las impurezas espirituales, todas las transgresiones morales y religiosas del pueblo y que provocan la cólera de las divinidades, manifestada en las malas cosechas, las epidemias y otras calamidades.
 Así, cada año, por medio de un rito especial, un hombre llamado Lud kong kyi gyelpo*, carga con todas las iniquidades del soberano y de sus súbditos y después se le echa a las arenas de Samye.
 La tarea difícil de llevar, con las faltas de toda una nación, la carga aún más terrible de la animosidad de los demonios, es aceptada, generalmente, por un pobre desgraciado que trata de sacar el provecho considerable que va unido a estas funciones.
 Es muy posible que los que se ofrecen así como víctimas tengan serias dudas sobre la existencia de los demonios, pero por muy escéptica que pueda ser la opinión de un tibetano de las clases populares sobre este tema, siempre está lejos de alcanzar la incredulidad completa. Los chivos expiatorios esperan, sobre todo, con la ayuda de honorarios elevados, asegurarse la ayuda de lamas aún más versados en magia que los que les han cargado con el peso maldito y, gracias a ellos, liberarse y escapar a los ataques de los malos espíritus.
 Sin embargo, es tan difícil para un Lud kong kyi gyelpo confiar plenamente en la eficacia de los ritos celebrados en su favor, como dejar de creer en el poder de los que le han entregado a las deidades terribles. "Autosugestionados", los pobres "chivos expiatorios" justifican, a menudo, las ideas que sus compatriotas sustentan sobre los peligros que atraen sobre ellos. Les está permitido desempeñar esta función varios años seguidos, y después del tercero reciben un título honorífico y una pensión del gobierno. Sin embargo, esta ocasión se les presenta pocas veces. Casi siempre, se dice, los actores que desempeñan este extraño papel mueren prematuramente, unos súbitamente, sin causa aparente, otros en circunstancias raras o aquejados de enfermedades desconocidas.
 Un ex "chivo expiatorio" murió estando yo en Lhasa, la víspera del día en que su sucesor debía ser expulsado de la ciudad.
 Durante las dos semanas que preceden a la celebración del rito imprecatorio, a Lud kong kyi gyelpo se le autoriza a pedir limosna con una cola de yak en la mano, distintivo de la función que va a desempeñar. No es una limosna lo que pide, en realidad, sino un verdadero impuesto autorizado por el gobierno. Cada uno debe darle algo, ya en dinero, ya en especies, de acuerdo con su fortuna, su negocio o su situación. Los donantes crean así un lazo entre ellos y el "chivo expiatorio" y gracias a su largueza las causas capaces de atraer las desgracias sobre ellos las transmiten al que se ofrece para asumir los riesgos.
 Si alguno duda, regatea, o intenta no dar la ofrenda, el futuro "rey de los rescates" agita la cola del yak sobre la cabeza del recalcitrante. Este gesto comporta una maldición que, según los crédulos tibetanos, lleva consigo las consecuencias más terribles. Así pues, se dan las limosnas, pero se intenta a veces un tímido regateo cuando el pedigüeño es demasiado exigente.
 No dejé, naturalmente, de pasearme por la ciudad para observar, a cierta distancia, a Lud kong kyi gyelpo procediendo a su colecta. Muy bien vestido, con un hermoso traje tibetano, hubiera pasado desapercibido si no hubiera llevado en la mano la cola de yak revelando su personalidad. Se detenía en el umbral de las tiendas y se paseaba por el mercado. Sin duda, todos le daban con liberalidad, porque no tuve ocasión de verle agitar la cola de yak. Una vez, sin embargo, se entabló una discusión; estaba demasiado lejos para oír lo que decía, pero no había duda. El futuro "chivo expiatorio" se impacientó y empezó a levantar la mano en la que llevaba su curiosa insignia, pero en seguida intervinieron algunos hombres y todo debió terminar bien, porque les oí reír.
MI VIAJE A LHASA - Tushita Edicions Lud kong kyi gyelpo recoge así un botín considerable. Además, cuando sale de la ciudad, perseguido por los abucheos y silbidos de la multitud, le arrojan monedas y otros objetos, sobre todo los que tienen un interés particular en descargar sobre él el peso de una mala acción cuyo recuerdo les pesa, o de una enfermedad que les atormenta, o de cualquier otro infortunio que se irá lejos, con el demonio que es el causante de ello. Estos últimos regalos son recogidos cuidadosamente por un pariente del "chivo expiatorio", que le sigue con ese fin.
 Me preguntaba si Lud kong kyi gyelpo visitaría mi posada, pero pensé que los mendigos que vivían allí y las pocas moneditas que iba a recoger no merecerían la pena de que se molestara. Sin embargo, mi buena suerte me llevó a encontrarle a la vuelta de una esquina y el singular personaje me tendió la mano. Por divertirme y deseándole ver agitar la enorme cola peluda que llevaba como un cetro, le dije: 
 --Soy una peregrina... Vengo de muy lejos y no tengo dinero.
 Me miró severamente y pronunció una sola palabra:
 -¡Dad!
 -Pero no tengo nada -repetí.
 Entonces levantó lentamente el brazo, como se lo había visto hacer en el mercado, y me hubiera podido divertir siendo el objeto de su extraño anatema si dos damas muy bien vestidas que pasaban en ese momento por allí no le hubieran detenido, gritando:
 -¡Nosotras te daremos por ella!
 Le dieron unas cuantas monedas y el hombre siguió su camino.
 -Atsi madre. No sabéis lo que os esperaba -me dijo una de las dos generosas mujeres-. Si hubiera elevado esa cola por encima de vuestra cabeza, no hubierais visto más vuestro país.»

*Lud tiene el sentido de rescate, redención. Se llama así al dinero dado como rescate por la vida de un hombre o de un animal, o toda cosa ofrecida a una divinidad o a un demonio para librarse de él. Lud kong kyi Gyelpo ('el rey de los rescates') se ofrece en lugar de los pecadores y de los enfermos, para que caigan sobre él la venganza de los dioses y la malignidad de los demonios.

    [El texto pertenece a la edición en español de Tushita ediciones, 2018, en traducción de Milagro Revest Mira. ISBN: 978-84-948958-0-7.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: