Acto primero
Escena XII
(Jacinta y Leonardo)
«Jacinta: Sí, lo amo, lo aprecio, lo quiero, pero no puedo soportar a los celosos.
Leonardo: (Seco.) Servidor, señorita Jacinta.
Jacinta: (Seca.) Está usted en su casa, señor Leonardo.
Leonardo: Discúlpeme si he venido a molestarla.
Jacinta: (Con ironía.) Está bien, señor maestro de ceremonias, está bien.
Leonardo: He venido a desearle buen viaje.
Jacinta: ¿A dónde?
Leonardo: Al campo.
Jacinta: ¿Y usted no viene?
Leonardo: No, señorita.
Jacinta: ¿Por qué, si se puede saber?
Leonardo: Porque no quisiera causarle molestias.
Jacinta: (Con ironía.) Usted no molesta nunca. Usted agrada siempre. Es tan gracioso, que agrada siempre.
Leonardo: No soy yo el gracioso. Al gracioso* lo llevará con usted en su carroza.
Jacinta: Yo no soy quien manda, señor. Mi padre es el amo, y es muy dueño de llevar con él a quien quiera.
Leonardo: Pero la hija se adapta de buena gana.
Jacinta: Si es de buena o mala gana, usted no es adivino para saberlo.
Leonardo: Hablemos claro, señorita Jacinta. Esa compañía no me gusta.
Jacinta: De nada vale que me lo diga a mí.
Leonardo: Entonces, ¿a quién se lo tengo que decir?
Jacinta: A mi padre.
Leonardo: Con él no puedo explicarme libremente.
Jacinta: Ni yo puedo decidir a mi gusto.
Leonardo: Pero si tuviera interés en mi amistad, encontraría la manera de no disgustarme.
Jacinta: ¿Y cómo? Sugiérame usted la manera.
Leonardo: Bueno, cuando uno quiere, encuentra siempre un pretexto.
Jacinta: ¿Por ejemplo?
Leonardo: Por ejemplo, se inventa un problema que retrase la salida y se gana tiempo; y si realmente interesa, se suspende el viaje antes de disgustar a una persona a la que se estima en algo.
Jacinta: Sí; para hacer el ridículo, ése es el mejor camino.
Leonardo: Bien, reconozca que no le importo nada.
Jacinta: Le tengo afecto y estima; pero por culpa suya no quiero quedar mal ante todo el mundo.
Leonardo: ¿Sería una gran desgracia el que un año no fuera de veraneo?
Jacinta: ¡Un año sin veraneo! ¿Qué dirían de mí en Montenero? ¿Qué dirían de mí en Liorna? No me atrevería ni a mirar a nadie a la cara.
Leonardo: Si es así, no le demos más vueltas. Vaya, diviértase y que le aproveche.
Jacinta: Pero vendrá también usted.
Jacinta: (Amorosamente.) Ande, sí, venga.
Leonardo: Con ése no quiero ir.
Jacinta: Pero, ¿qué le ha hecho ése?
Leonardo: No lo puedo soportar.
Jacinta: Entonces, el odio que tiene hacia él es más grande que el amor que siente hacia mí.
Leonardo: Lo odio precisamente por culpa suya.
Jacinta: Pero, ¿por qué motivo?
Leonardo: Pues, porque, porque...; no me haga hablar.
Jacinta: ¿Porque tiene celos de él?
Leonardo: Sí, porque tengo celos de él.
Jacinta: Aquí le quería yo. Los celos que tiene de él son una ofensa que me hace mí, porque si está celoso es que me cree una casquivana, una coqueta, una inconstante. Quien estima a una persona no puede nutrir tales sentimientos, y donde no hay estima no hay amor; y si no me ama, déjeme, y si no sabe amar, aprenda. Yo lo amo, y soy fiel y sincera y sé cuál es mi deber; no quiero celos, no quiero desdenes, no quiero hacer el ridículo por nadie, y de veraneo tengo que ir, debo ir y quiero ir. (Sale.)
Leonardo: Vete, que el diablo te lleve. Pero no, puede ser que no vayas. A lo mejor preparo de tal manera las cosas que tú no vas. Maldito sea el veraneo. En él ha hecho esa amistad; en él ha conocido a ése. Sacrifiquémoslo todo; que diga la gente lo que dice siempre; que diga mi hermana lo que quiera. No vuelvo a ir de veraneo, no voy más al campo. (Sale.)»
*Se trata de Guillermo, su rival en amores.
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 1985, en traducción de Manuel Carrera. ISBN: 84-376-0552-0.]
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