Tratado del alma
Reflexiones sobre la educación
«Nadie se parece tanto a los niños como los discípulos de Amman, de modo que se los ha de tratar más o menos de la misma manera. Si se quiere imprimir demasiado movimiento en los músculos y demasiadas ideas o sensaciones en el cerebro de los sordos, la confusión se siembra en unos y otros. De igual modo, la memoria de un niño y el discernimiento que empieza a despuntar se fatigan cuando hacen demasiado esfuerzo. La debilidad de las fibras y de los espíritus exige un trato atento. Por consiguiente, es preciso: 1º, no anticiparse a la razón sino aprovechar el primer momento que se la ve aparecer, para fijar en el espíritu el sentido de las palabras aprendidas maquinalmente; 2º, seguir la pista a los progresos del alma, ver cómo se desarrolla la razón y, en definitiva, observar exactamente en qué grado debe uno parar, por así decir, el termómetro del pequeño juicio de los niños, con el fin de proporcionar a su esfera, que aumenta sucesivamente, la extensión de los conocimientos con el que se debe embellecerlo y fortalecerlo, no haciendo trabajar al espíritu, ni demasiado, ni demasiado poco; y 3º, cerebros tan tiernos son como una cera blanda donde las impresiones no se pueden borrar, sin perder toda la sustancia que las ha recibido, de ahí las ideas falsas y las palabras carentes de sentido, pues los prejuicios piden a continuación una refundición, de la que pocos espíritus son susceptibles, y que en la edad turbulenta de las pasiones se vuelve casi imposible. Los que tienen la obligación de instruir a un niño, nunca deben imprimirle más que ideas tan evidentes, que no haya nada capaz de eclipsar su claridad. Pero, para ello es preciso que éstos las tengan, lo que es muy raro. Se enseña, como se ha sido enseñado, y de ahí esta propagación infinita de abusos y errores. La prevención para las primeras ideas es la fuente de todas estas enfermedades del espíritu. Se han adquirido maquinalmente, y sin estar alerta al respecto, al familiarizarse con ellas, se cree que estas nociones han nacido con nosotros. Un célebre abate amigo mío, metafísico por las buenas, creía que todos los hombres eran músicos natos, porque no se acordaba de haber aprendido las melodías con las que su nodriza lo adormecía. Todos los hombres cometen el mismo error, y como a todos se les ha dado las mismas ideas, si todos no hablaran más que francés, harían de su lengua el mismo fantasma que de sus ideas. ¡En qué caos, en qué laberinto de errores y prejuicios nos sume la mala educación! ¡Y qué gran entuerto permitir a los niños razonamientos sobre cosas de las que no tienen ideas, o de las que sólo tienen ideas confusas!
Un niño encontrado entre osos
Un niño, de diez años de edad, fue encontrado en el año 1694 entre una manada de osos, en los bosques situados en los confines de Lituania y Rusia. Era horrible verlo, no tenía ni uso de razón, ni sabía hablar, y su voz al igual que todo él no tenían nada de humano, si no es la figura exterior del cuerpo. Andaba apoyándose sobre las manos y los pies como los cuadrúpedos. Separado de los osos parecía echarlos de menos, y la ansiedad y la inquietud se pintaron sobre su fisionomía cuando se halló en la sociedad de los hombres. Hubiérase dicho que era un prisionero (y él se creía como tal), que lo único que quería era huir, hasta que, habiendo aprendido a levantar sus manos contra un muro y, en fin, a mantenerse derecho apoyándose en los pies como un niño o un gatito, y habiéndose acostumbrado poco a poco a los alimentos de los hombres, terminó por domesticarse y empezó a proferir algunas palabras con una voz ronca, tal como he descrito. Cuando se le interrogaba acerca de su estado salvaje, acerca del tiempo que este estado había durado, no tenía más recuerdo al respecto, que el que nosotros tenemos de lo que ocurrió mientras estábamos en la cuna.
Conor, el cual cuenta esta historia famosa en Polonia, mientras estaba en Varsovia en la corte de Jean Sobieski, entonces ocupando el trono, añade que el mismo rey, varios senadores y multitud de otros habitantes del país dignos de fe le aseguraron como un hecho cierto y del que nadie duda en Polonia, que los niños en ocasiones son amamantados por osas, como Rómulo y Remo lo fueron, según se dice, por una loba. Si un niño se encuentra en la puerta de su casa, o cerca de un seto, o abandonado por imprudencia en un campo, y pasa un oso hambriento por allí cerca, es devorado y despedazado en el acto. Pero si lo coge una osa que está criando, lo lleva junto a sus ositos, a los cuales cuida tanto como al propio niño, el cual, unos años después, a veces es descubierto y cogido por los cazadores.
Conor cita una aventura parecida a aquélla de la que fue testigo, que aconteció en el mismo lugar (Varsovia) en 1669 y ante los ojos de M. Wanden, llamado Brende de Cleverskerk, embajador en Inglaterra en el año 1699. Describe este caso, tal como le fue contado fielmente por este embajador, en su tratado sobre el gobierno del reino de Polonia.
He dicho que este pobre niño del que habla Conor, no gozaba de ninguna de las luces de la razón. La prueba es que ignoraba la miseria de su estado y que, en lugar de buscar el contacto con los hombres, huía de ellos y sólo deseaba volver con los osos. Así que, como hace observar juiciosamente nuestro historiador, este niño vivía maquinalmente y no pensaba más que un animal, ni que un niño recién nacido, ni que un hombre que duerme o en un estado aletargado o apoplético.»
[El texto pertenece a la edición es español de Editora Nacional, 1983, en traducción de Menene Gras Balaguer. ISBN: 84-276-0625-7.]
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