Escalaré las altas montañas
«El día de Nochebuena se extendió la noticia de que Marta estaba completamente curada. Los análisis lo demostraban de manera categórica y los médicos se habían quedado estupefactos al comprobar lo que había sucedido en el cuerpo de la muchacha. Su sangre había vuelto a ser absolutamente normal; los signos de la enfermedad habían quedado borrados para siempre. Hacía algún tiempo que ella lo intuía, pero esperaba la confirmación definitiva.
Se trataba de un acontecimiento sin precedentes que se convertiría en un raro y misterioso caso de curación de una enfermedad grave.
Los habitantes de Pieve di Vento fueron a celebrarlo con los padres de la chica y a dar las gracias al párroco por haberles hecho rezar tantas oraciones.
Marta, radiante de alegría, se dirigió a la montaña. Por fin se lo permitían las fuerzas. Distinguió entre las ramas la casa de Nazareno y apretó el paso para abrazarlo cuanto antes.
Lo llamó desde lejos y gritó:
-¡Estoy curada!
En el valle, el eco repetía: "¡Estoy curada! ¡Estoy curada! ¡Estoy curada!"
Llegó a la casa y entró. No había nadie.
[...] El buscador de sueños había desaparecido. [...] La chimenea estaba apagada; percibió el perfume acre de las hierbas secas y vio sobre la mesa de la cocina una carta con una hoja amarillenta al lado: era la que había caído sobre sus cabellos una lejana tarde de verano. Leyó la carta.
"Querida Marta:
sólo Dios sabe cuánto te he amado y cuánto he deseado que se hiciera realidad el sueño más grande de mi vida: que te curases. El milagro ha ocurrido en Navidad y para ti es una señal evidente del renacimiento.
Cuando leas esta carta yo ya no estaré porque debo cumplir la promesa que le hice al Gran Espíritu.
A cambio de tu curación, he tenido que renunciar a mi vida de hombre y convertirme en un árbol. No te lo había dicho porque no quería angustiarte. Estoy seguro de que no habrías estado de acuerdo con mi decisión. Ha sucedido y nada, ni siquiera tus lágrimas, podrán hacerme volver atrás.
No podía traicionar el amor y la confianza que siempre he depositado en el pueblo indio de las praderas. No es posible borrar ni un pensamiento, ni una palabra, ni una voz. Hay que ir allí donde nos lleva el viento del norte, que transporta la sabiduría profunda y purificadora del invierno y de los cabellos blancos.
Te he amado y te amaré siempre; te he regalado mi vida, el único bien que poseía. Estaré siempre en el bosque esperándote y ese hilo blanco que te ha salvado y que me une a ti no se romperá nunca. Adiós, mi único y gran amor."
Marta se volvió llorando [...] Comprendió lo que había sucedido [...] Caminó largo rato preguntando a los árboles [...] Anduvo largo rato con llanto en el corazón hasta que un pájaro le indicó el punto en que debía detenerse.
Marta esperó. De la rama de una gran haya se desprendió una hoja, que se posó suavemente sobre sus cabellos. Lo mismo había sucedido tiempo atrás y en aquella ocasión Nazareno le había dicho: "Es una señal del destino. La naturaleza siempre acude a nuestro encuentro en los momentos más difíciles de la vida. Ha caído justo sobre tus cabellos. Me la llevaré a casa; me recordará este momento especial, cargado de significado. Un día los propios árboles te explicarán lo que ha sucedido."
Marta comprendió el mensaje en el que estaba encerrado todo el amor que el buscador de sueños le profesaba. Se acercó a la haya y sintió una intensa emoción. Un estremecimiento recorrió su cuerpo. El árbol la estrechó contra sí, la envolvió con sus ramas, la acarició largamente. "Siempre te he amado -susurró- y siempre te esperaré."
Debes convertirte en un árbol alto, muy alto. Su cima debe tocar el cielo y sus ramas deben proteger tu casa y todo lo que amas. Esto decían los antiguos indios de América.
Pasaron los años y Marta no olvidó jamás a Nazareno. Cuando pensaba en su mundo tan limpio, tan distinto, se preguntaba si aquello no habría sido también un sueño.
Ha pasado mucho tiempo y la gran haya continúa allí, como testimonio de una verdad que a menudo se nos escapa. Descubrirla significa haber encontrado algo por lo que vivir. El relato de un sueño es ese algo.»