miércoles, 6 de septiembre de 2017

"Timeo o de la naturaleza".- Platón (427 a.C. - 347 a.C.)


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«Timeo: Sí, ciertamente Sócrates; todos los hombres, por poca parte que tengan en la sabiduría y sensatez, cuando están a punto de emprender algún asunto, sea pequeño o sea grande, invocan siempre de alguna manera a la divinidad. En cuanto a nosotros, que vamos a discurrir y pensar sobre el Cosmos, que vamos a decir de qué manera nació, o si no nació de ninguna manera, con mucha más razón nos es necesario, de no ser que por el momento perdamos el espíritu, pedir la ayuda de los dioses y las diosas y rogarles que nuestras intenciones, en todo lo que a ellos se refiere, sean siempre conformes ante todo a su pensamiento, y en lo que a nosotros se refiere, que estén lógicamente ordenadas. Respecto de los dioses, sea ésta nuestra invocación. Y por lo que a nosotros respecta, invoquémosles también, a fin de que vosotros captéis rápidamente y yo exponga lo más claramente posible lo que pienso sobre nuestro tema.
 Ahora bien: según yo veo las cosas, se pueden en primer lugar establecer la siguientes divisiones. ¿Cuál es el ser eterno que no nace jamás y cuál es aquél que nace siempre y no existe nunca? El primero es aprehendido por la inteligencia y el raciocinio, pues es constantemente idéntico a sí mismo. El segundo es objeto de la opinión unida a la sensación irracional, ya que nace y muere; pero no existe jamás realmente.
 Por lo demás, todo lo que nace, nace necesariamente por la acción de una causa, pues es imposible que, sea lo que sea, pueda nacer sin causa. Así, pues, todas las veces que el demiurgo, con sus ojos sin cesar puestos en lo que es idéntico a sí, se sirve de un modelo de tal clase, todas las veces que él se esfuerza por realizar en su obra la forma y las propiedades de aquello, todo lo que de esta manera produce es necesariamente bello y bueno. Por el contrario, si sus ojos se fijaran en lo que es nacido, si utilizara un modelo sujeto al nacimiento, lo que él realizaría no sería bello y bueno.
 Sea, pues, el cielo entero o el Cosmos, o si este ser puede recibir otro nombre más adecuado, démosle este. Y planteémonos, respecto de él, la cuestión que decíamos es necesario plantearse al comenzar con cualquier cosa. ¿Ha existido siempre, no ha tenido ningún comienzo, o bien ha nacido, ha comenzado a partir de un término inicial? Ha nacido, puesto que es visible y tangible, y porque tiene cuerpo. En efecto, todas las cosas de este tipo son sensibles y todo lo que es sensible y se aprehende por medio de la opinión y la sensación está evidentemente sujeto al devenir y al nacimiento. Ahora bien: según hemos dicho, es necesario que todo lo que ha nacido haya nacido por la acción de una causa determinada. Sin embargo, descubrir al autor y al padre de este Cosmos es una gran hazaña y, una vez se lo ha descubierto, es imposible divulgarlo de modo que llegue a todo el mundo.
 Pero es necesario aún, tratando del Cosmos, preguntarse según cuál de los dos modelos lo ha hecho el que lo ha realizado, si lo ha hecho de acuerdo con el modelo que es idéntico a sí y uniforme, o si lo ha hecho según el modelo generado o nacido. Ahora bien: si el Cosmos es bello y el demiurgo es bueno, es evidente que pone sus miradas en el modelo eterno. En caso contrario, cosa que no nos cabe suponer, habría mirado al modelo nacido. Es absolutamente evidente para todos que ha tenido en cuenta el modelo eterno. Pues el Cosmos es lo más bello de todo lo que ha sido producido y el demiurgo es la más perfecta y mejor de las causas. Y, en consecuencia, el Cosmos hecho en estas condiciones ha sido producido de acuerdo con lo que es objeto de intelección y reflexión y es idéntico a sí mismo.
 Ahora bien: si esto es así, resulta también absolutamente necesario que este mundo sea la imagen de otro mundo. Lo más importante en todas las materias es comenzar por sus comienzos naturales. [...] Porque hay la misma relación entre el Ser y el devenir, y la verdad y la creencia u opinión. [...] hay que felicitarnos por ello, recordando que yo, el que habla, y vosotros, que juzgáis, no somos más que hombres, de manera que en estas materias nos basta aceptar una narración verosímil y no debemos buscar más.
 Sócrates: Perfecto, Timeo, y esto hay que entenderlo del todo como vos disponéis. Nosotros hemos acogido con admiración vuestro preámbulo. Acabad de darnos ahora, de un trazo, el texto de la ley.
 Timeo: Digamos, pues, por qué causa el que ha formado el devenir y el Cosmos los ha formado. Ese hacedor era bueno, y en cuanto bueno no nace en él ninguna clase de envidia respecto de nadie. Ajeno a la envidia, ha querido que todas las cosas naciesen lo más semejantes a él posible. Hay plena razón para admitir esta opinión de boca de los sabios, a saber: que ese dicho es el principio esencial del devenir y del Cosmos.
 El Dios ha querido que todas las cosas fuesen buenas: ha dejado aparte, en la medida en que ello estaba en su mano, toda imperfección, y así ha tomado toda esa masa visible, desprovista de todo reposo y quietud, sometida a un proceso de cambio sin medida y sin orden, y la ha llevado del desorden al orden, ya que estimaba que el orden vale infinitamente más que el desorden. Y al que es óptimo no le estaba permitido ni le está permitido hacer sino lo que es más bello.»
 

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