48
«-He oído extrañas cosas acerca de ti, Lucano. Corren rumores de que realizas milagros.
Se echó a reír un poco.
-No -dijo Lucano, empezando a sentir un pequeño estremecimiento de disgusto-, no realizo milagros. Sólo Dios hace esto.
Sus mejillas se colorearon a causa de la afrenta.
-¡Ja! -exclamó Antipas-. Excelente. Hemos tenido bastantes hacedores de milagros en Judea, o charlatanes. Confío en que no estés aquí para excitar al pueblo. O para aclamar que tienes una misión única recibida de Dios.
-Estoy aquí sólo para encontrar la verdad y escribirla -dijo Lucano con ira.
Pilatos empezó a sonreír. Felipe escuchaba con una copa de vino junto a sus labios y sus brillantes ojos abiertos alerta.
-Y yo estoy aquí para establecer la paz y el orden entre mi pueblo -dijo Antipas-. Seré despiadado con los revoltosos.
Sus ojos brillaron amenazadores.
-Estas aceitunas, si es que se me permite decir tal cosa en mi propia mesa... -dijo Pilatos-. ¿Qué pasa, Lucano? Pareces tener poco apetito. Mi cocinero es excelente, este cerdo asado está delicioso.
-Quizá tu honrado visitante no gusta de la carne de cerdo -dijo Antipas con una desagradable sonrisa.
Lucano rehusó responder a esta grosería. Permitió que un esclavo le sirviese un poco de aquella carne. Empezó a preguntarse por qué Antipas estaba tan evidentemente agitado e irritable. El tetrarca puso un puñado de pequeñas aceitunas saladas en su boca y las empezó a masticar ruidosamente, escupiendo luego los huesos. Después dijo:
-¿De manera que estás aquí para descubrir la verdad y escribirla? Dime, ¿eres cristiano?
-He sido cristiano desde el día del nacimiento de Cristo -dijo Lucano.
Antipas casi dejó caer la copa con la sorpresa. Su boca quedó abierta.
-¿Qué es lo que dices? -preguntó incrédulamente.
Felipe se inclinó hacia adelante en su silla y la sutil sonrisa en el rostro de Pilatos desapareció.
-Estás loco -exclamó Antipas, golpeando con su mano sobre la mesa-. Nadie ha sabido de los cristianos hasta hace cuatro años. Aquel galileo apareció por primera vez en aquel tiempo.
-Sin embargo, yo le conocía desde el día en que nació. Fue mi propia falta de mérito lo que me hizo olvidarle durante muchos años; mi propia obstinación e ira.
Lucano miró de frente a Antipas, que repentinamente se estremeció. Lucano le habló de Keptah, de los caldeos y babilonios, de los egipcios y de los griegos, de sus antiguas profecías. Les habló de los magos de la gran cruz en el templo secreto de Antioquía. Les contó que la estrella había sido vista por él cuando era un muchacho, en su movimiento hacia el Este. Muchos de los esclavos, a lo largo de las paredes, se inclinaban ansiosamente para oír y las lágrimas inundaban los ojos de algunos de ellos.
-Estaba en Atenas el día de la crucifixión -dijo Lucano en tono apresurado-. El sol desapareció y sonaron ecos de gemidos y terremotos. He oído muchos rumores en mis vagabundeos de que esto ocurrió en todo el mundo conocido. ¿Crees que es una coincidencia?
El rubor en la estrecha cara de Antipas desapareció; fue reemplazado por un tinte lívido. Permaneció silencioso; cerró sus ojos, que iban de un sitio para otro como buscando refugio y se remojó los labios con la lengua. Poncio permaneció pensativo. Su mano jugaba con una copa. Felipe sonrió y alzó su cabeza como si hubiese llegado a una profunda resolución.
Antipas empezó repentinamente a temblar como poseído por un frío interior. Por fin dijo en aguda y furiosa voz:
-Todo esto es una insensatez. Hablé con Jesús personalmente. Había esperado que Él fuese el Mesías. Deseé ver sus pretendidos milagros por mi cuenta. -Dirigió una furtiva mirada a Pilatos-. Conozco las profecías del Mesías. Las he oído durante toda mi vida -de nuevo humedeció sus labios con la lengua y volvió a mirar a Pilatos-. El Mesías iba a librar a los judíos de los opresores. ¿Me perdonarás, Poncio? Esto era la profecía real. Pero Jesús declaró que no era de este mundo, que las cosas del César no le concernían. Le hice traer a mí.
Hizo una pausa. Sus temblores se hicieron más perceptibles.
-A pesar del sumo sacerdote, que lo acusaba no sólo de violar la ley, sino también de incitar al pueblo contra la autoridad y provocarle a la rebeldía, a fin de conservar la seguridad del pueblo judío, le hice traer a mí para interrogarle. Si hubiese sido el Mesías se hubiese manifestado en toda su gloria y milagros a mí; hubiese quedado transformado ante mis ojos. Pero para mi gran desilusión, era tan sólo un miserable mal vestido campesino de Galilea. Le interrogué, le imploré que se revelase si era realmente el Mesías. Pero permaneció ante mí en silencio y no contestó. Ante mí, el Tetrarca de Jerusalén. Tan sólo me miró como si no me hubiese oído. Había sido informado de que él me había llamado "esa zorra". Estaba dispuesto a perdonarle si él hubiese sido en verdad el Mesías, porque los dioses no tienen reverencia para los hombres, ni siquiera para los reyes.
Por primera vez Antipas bebió largamente de su vino y extendió su copa solicitando más. Movió la cabeza negando una y otra vez.
-Un desgraciado galileo. ¡Qué imprudencia la suya asegurando que era el Mesías de los siglos! Allí permaneció y sólo me miraba sin contestarme. ¿Por qué no me contestó? Era bastante voluble entre sus seguidores y ante su pueblo. He llegado a la única conclusión. Enfrentado con la majestad de la autoridad y lleno de temor, él no pudo hablar. Perdió su lengua. Por lo tanto comprendí que aquél no era el Mesías, sino tan sólo un insurrecto. Era un pobre campesino que había engañado a los ignorantes y sencillos. Me enfurecí profundamente, tanto contra la blasfemia como contra la insurrección que había instigado. Y por lo tanto le dije: "Tú no eres el Mesías. Eres un farsante y un mentiroso." No puedo deciros la ira y la desilusión que me embargaron contemplando su mirada hacia mí. Por lo tanto, le entregué a la justicia y me burlé de sus pretensiones colocando un manto llamativo sobre sus hombros y despachándolo.
Felipe dijo:
-También te enfureciste contra uno llamado Juan el Bautista. Habló contra ti a causa de tu esposa Herodías. Permitiste su muerte a requerimiento de tu esposa.
Los ojos de los dos hermanos se encontraron como el choque violento de dos espadas. Luego Antipas miró a su hermano con odio y dijo:
-No soy ambicioso. Soy el Tetrarca de Jerusalén y amigo de Poncio Pilatos.
Felipe se encogió de hombros.
-Hablas de aquellos que son crédulos. Sin embargo, esperabas que Juan fuese Elías nacido de nuevo.
Antipas dejó de mirarle y dirigió su malévola mirada hacia Lucano.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: