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«Si la sarna se apodera del camello no hay nada que hacer. Pero él no perdió la esperanza. No podía ni imaginar siquiera que hubiese fuerza en el mundo capaz de arrebatarle a su albinegro. Uno que conocía muy bien los entresijos de la enfermedad del insensato animal asintió firmemente con la cabeza y le respondió cuando Ojayyed insistió en que no podía ser posible: "Pues así es, hijo mío. Tras la risa viene el llanto; a la dicha le sigue la desdicha y la muerte siempre acaba viniendo cuando menos te la esperas".
Pero tampoco se quedó convencido.
No había sido creado su albinegro para la muerte. Recordaba el esmero con que lo cuidaba y criaba cuando no era más que un potrillo recién regalado por el respetable jefe de la tribu. Sisaba el grano de las sacas para ponérselo en las manos y ofrecérselo al camello. De tanto hacerlo acabaron por descubrirlo. Cierto día, la esclava negra fue a quejarse a su madre, poco antes de que ésta muriese. La madre se lo dijo a su vez al padre y éste le reprendió diciendo:
-Algunos no tienen ni grano y tú se lo das a un animal.
-El albinegro no es un animal: es el albinegro.
El padre, que casi nunca sonreía, se rio y alzó el dedo índice en señal de amenaza, admirado, quizá de su respuesta.
Lo que más sorna causaba entre las gentes del campamento era que el pequeño camello deambulaba siempre a su lado entre las jaimas y le seguía allá donde fuera. Detrás de él se iba sin falta hasta cuando iba a pasar las noches en vela al aire libre, y no dormía sino cuando él lo hacía. Le acompañaba incluso cuando se adentraba en el páramo a hacer sus necesidades. Esto es lo que más movía a la hilaridad de sus compañeros, pero a él no le importaba. Se entregaba a las caricias y lametones del camello y les respondía: "El maestro Musa dice: el animal es el mejor amigo; el animal es mejor que el hombre. Eso es lo que he oído decir".
El venerable Musa lee libros, recita el Corán y dirige la oración de los fieles. Vive solo: no tiene ni mujer ni hijos ni parientes. Va de aquí para allá con la tribu a pesar de que no pertenece a ella. Se dice que vino del oeste del desierto, de Fez, el país de los alfaquíes y los ulemas. Fue precisamente él quien le musitó el secreto y salvó al albinegro. Le había dicho: "Que esto quede entre nosotros. La cura de tu camello está en el asyar*. No te rías de mí y escucha lo que te digo. Ve a los eriales de Maymún la próxima primavera, el asyar sólo crece en aquellas llanuras. Ata bien al camello para que no escape y déjalo paciendo allí un día o dos. Ya verás". Después le repitió con tono misterioso: "No te olvides de atarle bien las patas". Sí, decir asyar para los de la tribu es decir demencia y genios de la locura. Quien la prueba, ya sea hombre o animal, se ve atenazado por los espíritus y acaba perdiendo la razón. El temor de las gentes hacia esta planta legendaria se transmite de padres a hijos. En cuanto el niño tiene uso de razón y se le encomienda el cuidado de las ovejas, le dicen: "Guárdate de cuidar las ovejas en los eriales de Maymún, pues allí está el asyar. De las hierbas se pueden sacar mil remedios, pero todas ellas pasan por la locura. Ésta es la que tiene la llave para curar mil enfermedades. Si se apodera de ti te hará sanar de cualquier enfermedad. Pero, ¿de qué te sirve librarte de una enfermedad si te va a costar la razón? Quien pierde el entendimiento pierde el alma. Guárdate del asyar en los eriales del Maymún".
Su madre había recitado sobre su cabeza el mismo sortilegio cuando tuvo uso de razón y estuvo en disposición de llevar las cabras a los valles.
El secreto del venerable Musa lo llenó de pavor. ¿Enloquecerá el albinegro? ¿Perderá acaso la razón? Pero, ¿cómo es posible que un animal pierda la razón? ¿Se le saldrán los ojos de las órbitas y las pupilas se le pondrán rojas? ¿Se le llenará la boca de espuma y empezará a darse cabezazos contra las rocas como hacen los hombres transidos por la pasión en las veladas nocturnas o los derviches de las cofradías sufíes que van deambulando de campamento en campamento sin rumbo fijo, tocando sus panderos y bailando sus danzas místicas toda la noche?
No. Éste es un destino más cruel aún que el de la sarna. Fue con él por las jaimas en busca de los entendidos en la enfermedad del animal. No podía soportar ver a su amigo expuesto a las persecuciones de los viles pastores. Lo habían separado del rebaño de camellos por temor al contagio y lo habían soltado en los prados, pero él había preferido acompañarlo en su desgracia. Iba con él a los pastos al amanecer y no volvía hasta el anochecer. Algunas veces le hablaba con dureza y le reprendía diciendo:
-He aquí el resultado de tus extravíos. ¿Qué has sacado de tus aventuras? ¿No oíste al sabio Musa? La hembra es la mayor trampa en la que puede caer el hombre. Nuestro señor Adán se dejó tentar por una mujer y por eso Dios lo maldijo y lo echó del paraíso. Si no hubiera sido por esa mujer demoníaca estaríamos aún disfrutando de todos los placeres del Edén. En los hoyos y concavidades de la tierra moran las víboras y alacranes que muerden a todo ser que cometa la imprudencia de meter el pie en ellos. ¿Qué es lo que ha hecho contigo tu dulce camella? No es más que otra víbora, dulce y delicada, sí, pero mira cómo pica. El contagio es el precio; por lo tanto, aguántate y ten paciencia.
Él bajaba los ojos, azorado, y le respondía con tono arrepentido:
-Uuh-uuh-uugh-uugh.
Ojayyed sonreía con amargura y añadía:
-Ay, de nada sirve arrepentirse. ¿Qué vamos a hacer con la sarna? ¿No comprendes que es más peligrosa que la viruela y la lepra?»
*Se cree que es el vestigio del silphium o laserpicio, planta mitológica que daba una fuerza prodigiosa y que se extinguió en Libia en el siglo III antes de Cristo. Los historiadores antiguos coinciden en afirmar que con ella se hacía una medicina mágica que sanaba todas las enfermedades conocidas en aquella época.
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