IV.- La muerte de mi madre
«Se les veía preocupados a todos y empecé a preguntarme qué ocurría. Fui a la habitación de mi madre para preguntar el porqué de todo aquel bullicio y para mi desgracia la vi lanzando el último suspiro. Corrí a sujetarla pero los parientes me sacaron de allí y nunca más volví a ver a mi amada madre. A Changchup Dolma y a mí nos llevaron inmediatamente a casa de una tía porque a los tibetanos no les gusta que una mujer agonizante oiga el llanto de sus hijos, lo que puede causarle mucha inquietud. Mi madre había estado practicando cómo liberar el alma del cuerpo, porque la forma en que se haga esto influye en la siguiente encarnación, pero cualquier inquietud por un apego terreno puede impedir que alcance la reencarnación a la que aspiraba.
Al ser informados Tsarong y mi hermano volvieron muy apenados. Kalsang Lhawang lloró amargamente y toda la casa se sumió en el dolor. [...] Mi madre murió de un ataque al corazón; tenía cuarenta y ocho años. [...]
Todos los amigos de la familia ayudaron en los preparativos del funeral, como era costumbre, y se unieron a los ritos, haciendo ofrendas y dando limosna a los pobres para así hacer méritos para la difunta. Se consultó a un astrólogo sobre el tiempo que debería mantenerse el cuerpo en la casa; podía estar durante dos o tres días, o incluso más. Nuestra costumbre es no tocar al difunto, dejarlo en gran paz, hasta que un lama muy santo ha liberado el espíritu del cuerpo. Cuando los líquidos rezuman por la nariz y por la boca esto indica que el espíritu ha escapado por fin y entonces se lava el cuerpo con hierbas medicinales y especias, se envuelve en muselina blanca, se viste con las mejores ropas del difunto, con un tocado con cinco pinturas de deidades, y se le sienta en la posición del loto en un asiento rodeado de un biombo en una de las habitaciones principales de la casa. En esa habitación se encienden cientos de lámparas de mantequilla; los amigos y los parientes regalan mantequilla para ellas y ofrecen bufandas y se postran ante el cuerpo como homenaje. Se invita a los lamas para que recen, el número de ellos depende de la posición social del difunto, y acompañan al cuerpo, día y noche, hasta que se celebra el funeral.
En Tíbet, se enviaban mensajes a todos los monasterios locales el día anterior al funeral, pidiéndoles que se encendieran lámparas y ofrecieran incienso por el difunto. Esta ceremonia la organizaban los amigos quienes contribuían con dinero y mantequilla; la mantequilla se derretía en grandes calderos y por la mañana temprano, el día anterior a la partida del cuerpo, numerosos criados llevaban a los monasterios y a los templos pequeños cubos de aceite de mantequilla. También llevaban las pertenencias del difunto como ofrendas -fundamentalmente vestidos, que habían sido empaquetados y rotulados- para ser distribuidos entre tantos lamas como fuera posible, a veces incluso hasta a mil. Se consideraba muy importante enviar todas las ropas del difunto a los lamas, quienes las ponían enfrente de las lámparas de mantequilla y rezaban por su propietario. estos lamas daban instrucciones a la familia para que pintaran o construyeran imágenes del Señor Buda o una de las deidades, según sus visiones o predicciones. [...]
Mi madre deseaba ser incinerada en el templo de Ratsak, que pertenecía a su familia, pero su deseo no fue respetado y éste es uno de mis mayores pesares. En Tíbet se enterraba a los que morían durante las epidemias, pero la mayoría de los muertos se entregaban a los buitres y como regla general sólo los lamas eran incinerados. Después de la muerte de mi madre, la familia estaba demasiado desconsolada como para preparar nada y nuestros amigos se limitaron a seguir la costumbre tradicional. Cuando el astrólogo dio la fecha y la hora exacta para el traslado, los criados llevaron el cuerpo a Ratsak. Pema Dolkar encabezó la procesión durante una corta distancia, pues por lo menos un miembro de la familia debía cumplir con esta obligación.
Es algo terrible ver cómo se entrega un cuerpo a los buitres; cuando fui mayor vi esta ceremonia en una ocasión. Una mañana temprano fui con unos amigos a un lugar de Lhasa, cercano al monasterio de Sera, donde los cuerpos de tres personas comunes, que habían sido llevados desde sus casas a hombros de los amigos, fueron colocados sobre un gran bloque de piedra. Los parientes nunca acudían a esta ceremonia sino que enviaban amigos que los representaran. Los seis hombres que tenían que trocear los cuerpos se sentaron junto a la roca y bebieron chang antes de descubrir uno de los cuerpos y colocarlo sobre la piedra tumbado boca abajo. A unos once metros de distancia esperaban cientos de buitres; estos disciplinados pájaros no se mueven hasta que se les llama. Entonces se cortaban las extremidades y se les arrancaba el pelo para quemarlo más tarde; salía muy fácil, dejando el cráneo completamente blanco. Cuando se habían sacado y ocultado los intestinos se llamaba a los buitres y mientras estaban comiendo, los hombres arrancaban las grandes plumas blancas de sus colas para hacer rehiletes para que jugaran los niños. Luego se les decía a los pájaros que se retiraran y esperaran. Al poco tiempo se les llamaba de nuevo y se les dejaba que terminaran los restos del cuerpo. Por último, los huesos se trituraban y mezclaban con el cerebro y los intestinos, porque es esencial que no quede ni una pizca del cuerpo. Después de este duro trabajo, los hombres se sentaban de nuevo a beber y comer, sin ni siquiera lavarse las manos.
Presenciar este rito fue una experiencia terrible. Sin embargo, había estado deseosa de verlo porque su observación se considera muy beneficiosa para nuestro desarrollo espiritual. Por felices y afortunados que seamos finalmente nos convertiremos en cadáveres y algunos tibetanos guardan un esqueleto en su casa como recordatorio de que todos debemos morir. Cuando pensamos en la muerte nos sentimos menos ambiciosos. Después de aquello no pude comer durante días y no probé la carne durante casi un mes porque el recuerdo de lo que había visto era terrible. Durante unos días tuve dolores en todas las articulaciones y no podía peinar mi cabello porque mi cuero cabelludo estaba muy sensible.
Todo esto se refiere a la destrucción del cadáver de un pobre. Para la gente de posición social alta había una gran ceremonia, se invitaba a muchos lamas para que rezaran y los cadáveres se llevaban al lugar más lejano y apartado de la montaña más alta.
Durante siete semanas después del fallecimiento la comida se sirve como de costumbre en la sala de estar del difunto y el santo lama que ofició antes del funeral ofrece oraciones en la casa. Si el difunto era un hombre se celebraban ritos especiales cada siete días; si era una mujer, cada seis. Nosotros creemos que pasados cuarenta y nueve días la mayoría de la gente se ha reencarnado, pero las personas muy santas se pueden reencarnar antes y los muy pecadores más tarde. Las imágenes o los cuadros hechos para obtener méritos para el difunto deben estar terminados antes del día cuadragésimo noveno. Pasadas dos o tres semanas, según los cálculos de los astrólogos, la familia tiene que lavarse el pelo y bañarse; los amigos y los parientes regalan artículos de aseo y nuevos adornos para los tocados, tales como borlas y pelucas. Incluso tienen que cambiarse los estandartes y las banderas de oración de la casa, pero todos estos gastos los sufragan los amigos, quienes a su vez reciben una ayuda similar. El período oficial de luto termina el día cuadragésimo noveno y un año más tarde se celebra el aniversario de la muerte y los amigos llegan para ofrecer bufandas.
En Tíbet todo se hacía de manera similar tanto para los ricos como para los pobres.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: