[Comunidad]
«El
bien hemos de amar y hemos de odiar el mal, / pues el mal siempre es mal y es
siempre bien el bien,
pero
hay cosas que son indiferentes, / que no podemos ni amar ni odiar,
sino
probar la una y luego la otra / según el sesgo de nuestro capricho.
Pues
si hubiese la sabia naturaleza hecho / a las mujeres buenas o malas, sí
podríamos
aborrecer
a unas y escoger a las otras; / pero pues las creó de esta manera,
que
amarlas no podemos, pero tampoco odiarlas, / sólo nos queda esto: tomar todos a
todas.
Si
fueran ellas buenas, sería algo evidente: / el bien es tan visible como el
verde,
y
se muestra a sí mismo y a todas las miradas; / si acaso fuesen malas, no
podrían durar:
acaba
el mal consigo mismo y con el resto; / así que no merecen reproches ni
alabanzas.
Pero
sí que son nuestras, como lo son los frutos; / aquél que sólo prueba, igual que
el que devora,
lo
mismo que el que deja, todos actúan bien: / intercambiar amores es intercambiar
viandas,
y
cuando se ha comido ya el meollo, / ¿quién no arrojará lejos la corteza?
[…]
[El indiferente]
Puedo
amar a la rubia igual que a la morena, / a la que ablanda la abundancia y a la
que burla la carencia,
a
la que ama la soledad y a la que máscaras y juegos, / a la que formó el campo y
a la que la ciudad,
a
la que cree y a la que lo intenta, / a la que aún lagrimea con ojos esponjosos
y
a la que es corcho seco y nunca llora; / yo puedo amar a ésa, a aquélla, a ti y
a ti,
puedo
amar a cualquiera, con tal que no sea fiel.
¿No
hay otro vicio que te satisfaga? / ¿No te será más útil actuar igual que tus
abuelas?
¿O,
gastados los viejos vicios, buscas otros ahora? / ¿O el miedo a que sean fieles
los hombres te atormenta?
¡Oh!,
no lo somos, no, pues no lo seas tú, / conozcamos a veinte, tanto tú como yo.
Róbame
sin atarme y deja que me vaya. / ¿Debo, yo que llegué a sufrir por culpa tuya,
volverme
tu fiel súbdito porque tú me eres fiel?
Me escuchó Venus suspirar esta canción / y
juró por la parte más dulce del amor, la variedad,
que
nunca había oído antes tal cosa y que no volvería a suceder. / Se marchó,
investigó y regresó muy pronto,
y
dijo: ¡Ay! Existen dos o tres / pobres herejes enamoradas
que
piensan implantar la alarmante constancia. / Pero les dije: Ya que queréis ser
fieles,
seréis
fieles a aquellos que os van a ser falsos.
[…]
[El testamento]
Antes
de exhalar mi último suspiro, oh gran Amor, / permite que formule unos legados:
por esta cesión dejo
mis
ojos para Argos, si es que aún pueden ver; / si están ciegos, Amor, te los
regalo a ti;
a
la fama mi lengua, mis oídos a los embajadores; / a las mujeres, o a la mar,
mis lágrimas:
tú
me enseñaste, Amor, en otro tiempo, / haciéndome servir a la que ya tenía a
veinte más,
que
a nadie debo dar sino a quien ya posee demasiado.
mi
ingenuidad y mi franqueza a los jesuitas; / a los bufones mi melancolía;
mi
silencio a quien haya viajado al extranjero / y mi dinero a un capuchino:
tú,
Amor, me has enseñado, al elegirme / para amar donde no reciben el amor
a
dar sólo al que está incapacitado.
Mi
fe la dejo a los católicos romanos; / todas mis buenas obras vayan a los
cismáticos
de
Amsterdam; mis mejores maneras / y cortesía, a una universidad;
mi
modestia la dejo a los soldados rasos; / den a los jugadores mi paciencia:
tú
me enseñaste, Amor, al obligarme / a amar a quien mi amor juzga dispar,
a
dar sólo a quien cree indignos mis regalos.
Mi
reputación dejo a quienes fueron / amigos míos; a los enemigos dejo mis mañas;
mi
escepticismo a los escolásticos, / mi enfermedad o mis excesos a los médicos;
a
la naturaleza, cuanto en rima escribí / y mi ingenio, para mis compañeros:
tú,
Amor, cuando me hiciste adorar a quien antes / engendró en mí este amor, tú me
enseñaste
a
hacer como que daba cuanto restituía.
Dejo
a aquel por quien doblen las campanas primero / mis libros terapéuticos; mis
manuscritos
de
consejos morales los dejo al manicomio; / mis medallas de bronce, para aquellos
que viven
con
escasez de pan; a los que andan viajando / entre extranjeros, doy mi lengua
inglesa:
tú,
Amor, al hacerme amar a una / que cree su amistad favor más digno
de
jóvenes amantes, haces mis mandas desproporcionadas.
No
legaré, por tanto, nada más; pero el mundo / destruiré al morir, pues mi amor
morirá.
Tus
bellezas entonces no tendrán más valor / que el oro en yacimientos donde nadie
lo extrae;
y
todos tus encantos no te serán más útiles / que un reloj de sol en una tumba:
Amor,
tú me enseñaste, cuando me hiciste amar / a aquella que a los dos, a ti y a mí
desprecia,
a
hallar y practicar esta única manera de acabar con los tres.
[…]
[La prenda]
Envíame
una prenda que permita vivir a mi esperanza, / o que a mis complicados
pensamientos les permita dormir o descansar;
mándame
algo de miel para darle dulzor a mi colmena, / para que en mi pasión sea capaz
de esperar lo mejor.
No
te pido una cinta tejida por tus manos / para enlazar nuestros amores con la
fantástica torsión
de
la estrenada juventud; ni un anillo que muestre la medida / de nuestro afecto,
que es como él, redondo y muy sencillo,
entrelazados
convenientemente / para mostrar que nuestros pensamientos deben seguir unidos;
ni
tu retrato, no, aun siendo tan gracioso / y lo más deseable, pues gusta lo
mejor de lo mejor;
ni
versos ingeniosos, que son tan abundantes / entre cuanto has escrito y enviado.
No
me envíes tal cosa ni tal otra, que aumenten cuanto tengo, / sino jura que
crees que te amo, y nada más.
[…]
[Unas palabras sobre la
sombra]
Para
un momento, amor, que te voy a leer unas palabras / acerca del amor y su
filosofía.
Durante
estas tres horas que hemos empleado / en llegar hasta aquí, nos han acompañado
dos
sombras, hechas por nosotros mismos; / pero ahora está el sol en lo más alto
sobre nuestras cabezas,
pisamos
esas sombras, / y cuanto existe se reduce a desafiante claridad.
Así,
mientras creció nuestro amor niño, / los disfraces y sombras huían de nosotros
y
de nuestros cuidados; pero ahora no es así.
El
amor no ha llegado a su punto más alto / si aún se preocupa de ser visto por
otros.
Nuestro
amor, o se queda quieto en este cenit, / o haremos nuevas sombras al volver.
E
igual que las primeras eran para cegar / a otros, éstas que por detrás vienen
Actuarán
sobre nosotros y nuestros ojos cegarán. / Si nuestro amor decae y declina a
poniente,
falsamente
las tuyas a mí tú / y a ti yo mis acciones podremos disfrazar.
Las
sombras matinales se disipan, / pero éstas van creciendo todo el día:
¡y
qué corto es el día del amor, si el amor se malogra!
Amor
es una luz que va creciendo, o en plenitud constante, / y su primer minuto
después del mediodía, ya es de noche.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones
Hiperión, 2004, en versión-traducción de Gustavo Falaquera, pp. 21, 27, 49-51,
89, 131. ISBN: 84-7517-788-3.]
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