sábado, 27 de febrero de 2021

Canciones y poemas de amor.- John Donne (1572-1631)

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[Comunidad]

 «El bien hemos de amar y hemos de odiar el mal, / pues el mal siempre es mal y es siempre bien el bien,
pero hay cosas que son indiferentes, / que no podemos ni amar ni odiar,
sino probar la una y luego la otra / según el sesgo de nuestro capricho.
 Pues si hubiese la sabia naturaleza hecho / a las mujeres buenas o malas, sí podríamos
aborrecer a unas y escoger a las otras; / pero pues las creó de esta manera,
que amarlas no podemos, pero tampoco odiarlas, / sólo nos queda esto: tomar todos a todas.
 Si fueran ellas buenas, sería algo evidente: / el bien es tan visible como el verde,
y se muestra a sí mismo y a todas las miradas; / si acaso fuesen malas, no podrían durar:
acaba el mal consigo mismo y con el resto; / así que no merecen reproches ni alabanzas.
 Pero sí que son nuestras, como lo son los frutos; / aquél que sólo prueba, igual que el que devora,
lo mismo que el que deja, todos actúan bien: / intercambiar amores es intercambiar viandas,
y cuando se ha comido ya el meollo, / ¿quién no arrojará lejos la corteza?
[…]

[El indiferente]

 Puedo amar a la rubia igual que a la morena, / a la que ablanda la abundancia y a la que burla la carencia,
a la que ama la soledad y a la que máscaras y juegos, / a la que formó el campo y a la que la ciudad,
a la que cree y a la que lo intenta, / a la que aún lagrimea con ojos esponjosos
y a la que es corcho seco y nunca llora; / yo puedo amar a ésa, a aquélla, a ti y a ti,
puedo amar a cualquiera, con tal que no sea fiel.
 ¿No hay otro vicio que te satisfaga? / ¿No te será más útil actuar igual que tus abuelas?
¿O, gastados los viejos vicios, buscas otros ahora? / ¿O el miedo a que sean fieles los hombres te atormenta?
¡Oh!, no lo somos, no, pues no lo seas tú, / conozcamos a veinte, tanto tú como yo.
Róbame sin atarme y deja que me vaya. / ¿Debo, yo que llegué a sufrir por culpa tuya,
volverme tu fiel súbdito porque tú me eres fiel?
 Me escuchó Venus suspirar esta canción / y juró por la parte más dulce del amor, la variedad,
que nunca había oído antes tal cosa y que no volvería a suceder. / Se marchó, investigó y regresó muy pronto,
y dijo: ¡Ay! Existen dos o tres / pobres herejes enamoradas
que piensan implantar la alarmante constancia. / Pero les dije: Ya que queréis ser fieles,
seréis fieles a aquellos que os van a ser falsos.
[…]

[El testamento]

 Antes de exhalar mi último suspiro, oh gran Amor, / permite que formule unos legados: por esta cesión dejo
mis ojos para Argos, si es que aún pueden ver; / si están ciegos, Amor, te los regalo a ti;
a la fama mi lengua, mis oídos a los embajadores; / a las mujeres, o a la mar, mis lágrimas:
tú me enseñaste, Amor, en otro tiempo, / haciéndome servir a la que ya tenía a veinte más,
que a nadie debo dar sino a quien ya posee demasiado.
 Mi constancia la dejo a los planetas; / mi verdad a los que viven en la corte;
mi ingenuidad y mi franqueza a los jesuitas; / a los bufones mi melancolía;
mi silencio a quien haya viajado al extranjero / y mi dinero a un capuchino:
tú, Amor, me has enseñado, al elegirme / para amar donde no reciben el amor
a dar sólo al que está incapacitado.
 Mi fe la dejo a los católicos romanos; / todas mis buenas obras vayan a los cismáticos
de Amsterdam; mis mejores maneras / y cortesía, a una universidad;
mi modestia la dejo a los soldados rasos; / den a los jugadores mi paciencia:
tú me enseñaste, Amor, al obligarme / a amar a quien mi amor juzga dispar,
a dar sólo a quien cree indignos mis regalos.
 Mi reputación dejo a quienes fueron / amigos míos; a los enemigos dejo mis mañas;
mi escepticismo a los escolásticos, / mi enfermedad o mis excesos a los médicos;
a la naturaleza, cuanto en rima escribí / y mi ingenio, para mis compañeros:
tú, Amor, cuando me hiciste adorar a quien antes / engendró en mí este amor, tú me enseñaste
a hacer como que daba cuanto restituía.
 Dejo a aquel por quien doblen las campanas primero / mis libros terapéuticos; mis manuscritos
de consejos morales los dejo al manicomio; / mis medallas de bronce, para aquellos que viven
con escasez de pan; a los que andan viajando / entre extranjeros, doy mi lengua inglesa:
tú, Amor, al hacerme amar a una / que cree su amistad favor más digno
de jóvenes amantes, haces mis mandas desproporcionadas.
 No legaré, por tanto, nada más; pero el mundo / destruiré al morir, pues mi amor morirá.
Tus bellezas entonces no tendrán más valor / que el oro en yacimientos donde nadie lo extrae;
y todos tus encantos no te serán más útiles / que un reloj de sol en una tumba:
Amor, tú me enseñaste, cuando me hiciste amar / a aquella que a los dos, a ti y a mí desprecia,
a hallar y practicar esta única manera de acabar con los tres.
[…]

[La prenda]

 Envíame una prenda que permita vivir a mi esperanza, / o que a mis complicados pensamientos les permita dormir o descansar;
mándame algo de miel para darle dulzor a mi colmena, / para que en mi pasión sea capaz de esperar lo mejor.
  No te pido una cinta tejida por tus manos / para enlazar nuestros amores con la fantástica torsión
de la estrenada juventud; ni un anillo que muestre la medida / de nuestro afecto, que es como él, redondo y muy sencillo,
Resultado de imagen de john donne edicioneshiperionpues deben coincidir nuestros amores en su simplicidad; / ni los corales, no, que ciñen tu muñeca
entrelazados convenientemente / para mostrar que nuestros pensamientos deben seguir unidos;
ni tu retrato, no, aun siendo tan gracioso / y lo más deseable, pues gusta lo mejor de lo mejor;
ni versos ingeniosos, que son tan abundantes / entre cuanto has escrito y enviado.
No me envíes tal cosa ni tal otra, que aumenten cuanto tengo, / sino jura que crees que te amo, y nada más.
[…] 

[Unas palabras sobre la sombra]

 Para un momento, amor, que te voy a leer unas palabras / acerca del amor y su filosofía.
Durante estas tres horas que hemos empleado / en llegar hasta aquí, nos han acompañado
dos sombras, hechas por nosotros mismos; / pero ahora está el sol en lo más alto sobre nuestras cabezas,
pisamos esas sombras, / y cuanto existe se reduce a desafiante claridad.
Así, mientras creció nuestro amor niño, / los disfraces y sombras huían de nosotros
y de nuestros cuidados; pero ahora no es así.
El amor no ha llegado a su punto más alto / si aún se preocupa de ser visto por otros.
Nuestro amor, o se queda quieto en este cenit, / o haremos nuevas sombras al volver.
E igual que las primeras eran para cegar / a otros, éstas que por detrás vienen
Actuarán sobre nosotros y nuestros ojos cegarán. / Si nuestro amor decae y declina a poniente,
falsamente las tuyas a mí tú / y a ti yo mis acciones podremos disfrazar.
Las sombras matinales se disipan, / pero éstas van creciendo todo el día:
¡y qué corto es el día del amor, si el amor se malogra!
Amor es una luz que va creciendo, o en plenitud constante, / y su primer minuto después del mediodía, ya es de noche.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Hiperión, 2004, en versión-traducción de Gustavo Falaquera, pp. 21, 27, 49-51, 89, 131. ISBN: 84-7517-788-3.]
 

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