sábado, 20 de febrero de 2021

El club de la miseria.- Paul Collier (1949)

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Primera parte: Definición del problema
I.-Rezagados y fracasados: el club de la miseria
Las trampas y los países atrapados en ellas

 «Imagine el lector que su país es pobre de solemnidad, con la economía prácticamente estancada y muy pocos habitantes con cierta preparación. Tampoco hay que esforzarse mucho para imaginar semejante panorama, pues así es como vivían nuestros antepasados. A base de trabajo, ahorro e inteligencia, una sociedad puede salir paulatinamente de la pobreza…, siempre que no se quede atrapada. Las trampas al desarrollo se han convertido en un  tema de discusión académica muy en boga, con una polarización entre la izquierda y la derecha bastante previsible. La derecha tiende a negar que existan las trampas al desarrollo y a afirmar que todo país que adopte políticas sensatas escapará de la pobreza. Por su parte, la izquierda tiende a considerar que el capitalismo global, por su propia naturaleza, genera una trampa de pobreza.
 Aunque el concepto de trampas al desarrollo lleva mucho tiempo en circulación, últimamente se asocia a la obra del economista Jeffrey Sachs, que se ha centrado en las consecuencias de la malaria y otras enfermedades. La malaria no deja que los países salgan de la pobreza y, como son pobres, su potencial de mercado para una vacuna no es lo bastante elevado como para que las compañías farmacéuticas inviertan las enormes sumas necesarias en su investigación. Este libro trata de cuatro trampas a las que se ha prestado menos atención: la trampa del conflicto, la trampa de los recursos naturales, la trampa de vivir rodeado de malos vecinos y sin salida al mar, y la trampa del mal gobierno en un país pequeño. Como muchos países en vías de desarrollo que ahora comienzan a prosperar, todos los países sobre los que versa este libro son pobres. Su rasgo distintivo es que se han quedado atrapados en alguna de esas trampas. Ahora bien, las trampas no son inexorables: con el tiempo, algunos países las han burlado y han empezado a recuperar terreno. Pero, por desgracia, últimamente este proceso de recuperación se ha detenido. Los países que lograron zafarse de las trampas durante la última década han tenido que afrontar un nuevo problema: ahora el mercado global es mucho más hostil hacia los recién llegados que en la década de 1980. […]   

Quinta parte: La lucha de los mil millones de pobres
XI.-Un plan de acción
¿Qué puede hacer la gente de la calle?

 La política de los países desarrollados para el club de la miseria ha fracasado. Muchas de estas sociedades van hacia abajo, no hacia arriba, y, en conjunto, se están alejando del resto de los países. Si dejamos que continúe esta tendencia, nuestros hijos tendrán que vérselas con un mundo víctima de una escisión alarmante, con todas las consecuencias que esto conlleva.
 No tiene por qué ser así. Los países del club de la miseria no tienen por qué estar condenados a sufrir guerras una y otra vez, sino que disponen de un amplio abanico de futuros posibles. Comparado con la Guerra Fría, el reto de impulsar el desarrollo del club de la miseria no resulta tan desmesurado, pero hace falta tomárselo en serio y que el electorado occidental, tanto de izquierdas como de derechas, cambie de actitud.
 La izquierda tiene que abandonar esa manía tan occidental de flagelarse, así como su visión idealizada de los países en vías de desarrollo. La pobreza no tiene nada de romántico. Los países del club de la miseria no están ahí para hacer de cobayas de experimentos socialistas; lo que necesitan es que se les ayude a avanzar por el camino, más que trillado, de la economía de mercado. Las instituciones financieras internacionales no forman parte de una conspiración contra los países pobres, sino que representan un empeño, erizado de obstáculos, por ayudar. La izquierda tiene que aprender a valorar el crecimiento económico. La ayuda financiera no se puede destinar únicamente a las prioridades sociales de más efecto mediático; hay que usarla para contribuir a que los países se incorporen a los mercados de exportación. En la actualidad, el libro de cabecera de la izquierda es el El fin de la pobreza, de Jeffrey Sachs. Por más que esté de acuerdo con la apasionada exhortación de Sachs para que entremos en acción, opino que exagera la importancia de la ayuda. La ayuda por sí sola no va a solucionar los problemas del club de la miseria; hace falta usar un abanico de medidas más amplio.
 La derecha, por su parte, tiene que dejar de pensar que la ayuda contribuye al problema porque sólo sirve para subsidiar a parásitos y ladrones, y desengañarse de la idea de que el crecimiento es algo que siempre está al alcance de las sociedades que se lo propongan. Asimismo, tiene que aceptar el hecho de que estos países están estancados y que les va a resultar difícil competir con China y la India. Es más, tiene que reconocer que a veces la actividad privada en el mercado global puede generar problemas para los países más pobres, y que estos problemas requieren soluciones políticas. Y dado que ni siquiera el gobierno estadounidense es lo bastante poderoso como para arreglar estos problemas por sí solo, dichas soluciones políticas tendrán que lograrse, por lo general, de forma conjunta. En la actualidad, el libro de cabecera de la derecha es La carga del hombre blanco, de William Easterly. El autor hace bien en burlarse de los errores y delirios de grandeza de la troupe de la ayuda al desarrollo, pero, así como Sachs exagera las bondades de la ayuda, Easterly exagera sus desventajas y niega la posibilidad de otras medidas. No somos tan impotentes ni tan ignorantes como creen.
Resultado de imagen de el club de la miseria  ¿Cómo afecta todo esto a los ciudadanos de a pie de los países ricos? En general, la gente tiene los políticos que se merece. Un ejemplo clásico en las democracias desarrolladas es el llamado “ciclo económico político”. Durante años, los gobiernos se dedicaron a gastar dinero justo antes de las elecciones para estimular artificialmente la economía, y sólo una vez reelegidos hacían frente al estropicio resultante. Con el tiempo, los votantes terminaron dándose cuenta de lo que pasaba, la estratagema dejó de reportar votos y los políticos, en consecuencia, abandonaron esa práctica. Un aprendizaje así es lo que hace falta en relación a las medidas necesarias para el club de la miseria. Estos cambios de mentalidad dependen de ciudadanos normales y corrientes, de gente que consigue leerse un libro hasta la última página. Naturalmente, en una obra de este tamaño es imposible presentar todas las pruebas, pero espero haber convencido al lector de tres ideas fundamentales, por desgracia bastante novedosas, que sintetizan cómo debe darse ese cambio de mentalidad.
 La primera es que el problema que afrontamos actualmente en materia de desarrollo no es el mismo de hace cuarenta años; ya no es el de los cinco mil millones de habitantes del mundo en vías de desarrollo cuyo progreso evalúan los Objetivos de Desarrollo del Milenio, sino otro mucho más específico: el de los mil millones de personas que viven en países estancados económicamente. Éste es el problema que vamos a tener que abordar y que, de continuar empleando los métodos actuales, seguirá siendo irresoluble por más que los indicadores genéricos de la pobreza mundial sean cada vez más favorables.
 La segunda es que en el seno de las sociedades del club de la miseria se libra una intensa batalla entre los individuos valientes que intentan cambiar la situación y los poderosos grupos que se les oponen. La política en el club de la miseria no es el proceso reposado y anodino al que estamos acostumbrados en las democracias desarrolladas, sino una contienda peligrosa entre polos morales opuestos. La lucha por el futuro del club de la miseria no es un enfrentamiento entre un mundo rico, pero malvado, y un mundo pobre, pero noble; es la batalla que tiene lugar dentro de las sociedades del club de la miseria, de la cual hasta ahora, en gran medida, no hemos sido más que espectadores.
 La tercera es que no tenemos por qué ser meros espectadores; nuestro apoyo a las fuerzas del cambio puede ser decisivo. Ahora bien, no sólo vamos a necesitar adoptar un enfoque más inteligente en relación a la ayuda sino emplear una serie de instrumentos que no han formado parte del arsenal al uso en materia de desarrollo: políticas comerciales, estrategias de seguridad, cambios en nuestras leyes y nuevas normativas internacionales.
 En resumidas cuentas, tenemos que reducir el objetivo y ampliar los instrumentos: ése debería ser el plan de acción del G-8.»
 
  [El texto pertenece a la edición en español de Turner Publicaciones, 2008, en traducción de Víctor V. Úbeda, pp. 24-25 y 309-312. ISBN: 978-84-7506-818-3.]
 

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