Segunda parte: La
aplicación moderna de la música en los tratamientos médicos
III.-Efectos
fisiológicos y psicológicos de la música
13.-Respuestas
psicológicas a la música
Autoexpresión
«La música que tiene el poder de evocar,
asociar e integrar es, por esa razón, un recurso excepcional de autoexpresión y
de liberación emocional. Suzan Langer, quien ha estudiado los efectos de la
música, admite sus poderes, pero no está de acuerdo en que la liberación
emocional sea la función primaria de la música, aun cuando, como ella dice,
“usamos la música para extraer nuestras experiencias subjetivas y para
restablecer nuestro equilibrio personal”.
La función primaria no es necesariamente la
más importante: cabe creer que las funciones más trascendentes de la música de
hoy son dar al hombre una salida emocional mediante una experiencia estética
adaptada a su nivel de inteligencia y de educación.
“Una emoción es lo que nos mueve, como su
nombre indica” dice Hadfield. Procede de una acumulación de energía anterior a
la descarga. La emoción es una reacción dinámica a ciertas experiencias y
necesita una salida, pues la inhibición y la represión están entre las fuentes
principales de los desórdenes mentales. Además, las emociones se hacen
conscientes sólo cuando han tomado forma mediante algún recurso de
autoexpresión.
La música puede satisfacer las necesidades
señaladas en estas notas. Como medio de autoexpresión trae a la conciencia
emociones profundamente asentadas y proporciona la vía de descarga necesaria;
función que la música ha cumplido desde tiempo inmemorial. Los griegos llamaban
“purgas de las emociones” al efecto catártico que alguna música tiene sobre el
oyente cuando lo devuelve a un estado armónico.
Schneider, hablando de un pasado aún más lejano, sugiere que “la
música es el asiento de fuerzas o espíritus secretos evocables con la canción
para dar al hombre poderes mucho más grandes que el suyo propio, o que le
permiten redescubrir su yo interior”.
Hoy, como siempre, las fuerzas secretas de la
música pueden contribuir a revelar y a despertar mucho de lo que permanece
inexpresado o duerme en el hombre. A veces lo ayuda a descubrir en sí mismo un
sentimiento de belleza, una inesperada aptitud, o aun una nostalgia. Aaron
Copland sugiere que “la gran música despierta en nosotros reacciones de un
orden espiritual que ya existían en nosotros pero esperaban ser suscitadas”.
Si la música puede ayudar al oyente a explorar
y a descubrir su yo interior mediante un proceso psicológico profundo, las
actividades musicales pueden auxiliar al ejecutante para que adquiera o
desarrolle el conocimiento de sí mismo; el conocimiento de los otros a través
de varios medios adaptados a su personalidad. Cualquiera sea su capacidad de
ejecutante, se desenvuelve en un mundo de acción positiva, donde tiene que
enfrentar a una competencia. Tiene que adquirir algunos medios técnicos de
expresión, obedecer leyes musicales, desarrollar relaciones personales sanas,
conducirse en una forma social aceptable. Lo que se le pide, aunque es poco, puede
ayudarlo a descubrirse a sí mismo y a los demás. Hacer música es una
experiencia compartida que no puede ser desarrollada ni disfrutada sin el
conocimiento de sí mismo y sin la aptitud de comunicarse. Esta afirmación nos
conduce a examinar la influencia de la música sobre el grupo.
El
grupo
Si la música tiene el poder de afectar el
estado de ánimo y las emociones del individuo, ejerce también una singular
influencia sobre el grupo. Esta característica es especialmente interesante
ante los métodos modernos empleados en la terapia de grupo.
La salud mental depende en grado sumo del
equilibrio entre la subordinación a una comunidad y la libertad de expresión
individual.
La falta de capacidad para adecuarse a la
sociedad y para encontrar medios individuales de autoexpresión es uno de los
síntomas principales de perturbaciones mentales. El valor de la música, en este
caso, es proveer de una válvula emocional dentro del grupo.
La música es la más social de todas las artes,
lo cual ha sido experiencia común en todos los tiempos. Como parte de una
función social ha afectado al hombre comprometido con ella, ya como partícipe,
ya como espectador. En sí misma es una poderosa influencia integradora hacia
cualquier función a la cual se suma o aporta un sentimiento de orden, de tiempo
y de continuidad. Además, los sonidos que penetran dentro del grupo pueden ser
percibidos por todos, aunque nada sea visto. El resultado es que la música
afecta a cada uno del grupo que se encuentra al alcance del sonido.
El instinto gregario está siempre presente en
el grupo, y los efectos de una experiencia musical son contagiosos. El grupo
reacciona a la música lo mismo que el individuo. Ciertas músicas provocan en el
grupo una conducta armónica y ordenada, otras inducen a una falta de dominio
general y al desorden.
Con mucha frecuencia la música no expresa los
sentimientos del individuo sino un sentimiento del grupo. En la sociedad
primitiva, como lo sugiere Bowra, la música expresó los pensamientos tribales y
en algún sentido fue la voz de una conciencia común. Así ha venido ocurriendo a
través de los tiempos y en todas las partes del mundo. La música ha sido y
sigue siendo la expresión simbólica de una cultura o de una civilización, o del
modo de vivir de un grupo. Aún hoy la música, especialmente la música
folklórica, puede dar al hombre el sentimiento, quizá nostálgico, de pertenecer
a un grupo étnico de hoy o del pasado. Un himno nacional es un símbolo que
pertenece a todos los miembros de un grupo nacional, cualquiera sea su raza, su
credo o su condición política dentro del grupo.
La música, por ser un lenguaje sin palabras,
tiene también carácter internacional. Ha ayudado al hombre a participar y a
comunicarse con otros grupos, aunque pertenecieran a otras comunidades
geográficas. A pesar de la distancia y del idioma, el hombre ha usado la música
como un medio de comunicación con un mundo más amplio, con grupos alejados y
con sus epopeyas. Desde Homero hasta los Minnesingers, desde los trovadores y
los juglares hasta el moderno cuarteto de cuerdas, pasando por el canto
heroico, la balada o la ejecución radiotelefónica, los músicos han ayudado al hombre
a conocer hechos y cosas de otros hombres. Así la humanidad ha podido construir
poco a poco una herencia musical común a muchos pueblos y a muchas
generaciones, lo que al mismo tiempo enlaza lo pasado con lo presente.
La música ha expresado los sentimientos del
grupo en función de la comunidad en la cual los participantes compartían los
mismos asuntos o los mismos intereses. Por ejemplo, ciertos ritos curativos
primitivos abarcaban a la tribu entera, que se reunía alrededor de la cabaña
del enfermo y cantaba y tocaba a veces durante días y noches incansablemente.
La música empleada en reuniones religiosas,
estatales o sociales suele afectar o reflejar el estado de ánimo de todo el
grupo. En los tiempos de Grecia o de Roma, lo mismo que hoy, diversas clases de
festivales musicales reunían a aficionados a la música y a otros, cualquiera
fuera su condición social. El hecho de que la afición a la música derribara
barreras sociales ha sido y sigue siendo importante por la influencia que
ejerce sobre la sociedad.
La música permite una libertad de expresión
individual dentro del grupo, y podemos sacar en conclusión que tal grupo es un
medio ideal para la psicoterapia.
La música establece relaciones personales
múltiples entre todos sus miembros, ejecutantes, oyentes y la música misma.
Cada miembro del grupo tiene que aceptar una disciplina común en obsequio de
algo más importante que cualquiera de ellos: es decir, la música. Deben
comportarse de manera aceptable musical y socialmente. Han de tolerarse, sentirse
libres de criticar y ser criticados. Además, el grupo musical en el cual cada
uno desempeña una parte, como compositor, oyente o ejecutante, según su
aptitud, responde al deseo fundamental del hombre de ser necesitado y aceptado
por sus semejantes.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones
Paidós Ibérica, 2005, en traducción de Enrique Molina de Vedia, pp. 118-123. ISBN:
84-7509-316-7.]
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