XXXIV.- Haz lo que quieras, pero con recato (Libro I)
«Sin
guardar, Lesbia, y abiertas siempre tus puertas, pecas y no ocultas tus
devaneos y te causa más placer un mirón que un adúltero y no te son gratos los
goces, si se quedan ocultos algunos. En cambio, una meretriz aleja a los
testigos con la cortina y el cerrojo y son raras las rendijas abiertas en un
prostíbulo del Summenio. De Quíone, al menos, o de Yade, aprende pudor: hasta
los mausoleos esconden a las más degeneradas y a las zorras. ¿Acaso mi reprensión
te parece demasiado dura? Te estoy prohibiendo que te sorprendan, Lesbia: no
que se te tiren. […]
XIII.- Pleitos tengas y
los ganes (Libro II)
Te reclama el juez y te reclama el abogado: mi
opinión es, Sexto, que pagues al acreedor. […]
XV.- Un escrupuloso
(Libro II)
Eso de no pasar tu copa a nadie, lo haces por
humanidad, Horno, no por soberbia. […]
LXXX.- Cada cosa a su
tiempo (Libro IV)
Declamas teniendo fiebre, Marón: si no sabes
que eso es una locura, no estás en tus cabales, amigo Marón. Declamas estando
enfermo, declamas con tercianas: si no puedes sudar de otra forma, es
razonable. –“Pero es que el asunto es importante”. –Te equivocas, cuando la
fiebre abrasa las entrañas, el asunto importante es callar, Marón. […]
XX.- Sabemos vivir, pero
lo dejamos para más tarde (Libro V)
Si me estuviera permitido, querido Marcial,
pasar contigo unos días sin preocupaciones, disponer de un tiempo desocupado y
disfrutar juntos la verdadera vida, no
conoceríamos los atrios, ni las casas de los poderosos, ni las tormentas de los
pleitos, ni el triste foro, ni las imágenes soberbias de los antepasados; sino
los paseos en litera, los cuentos, los libritos, el Campo, el Pórtico, la
sombra, el Agua Virgen, las termas: éstos serían nuestros sitios, éstas
nuestras ocupaciones. Pero ahora ninguno de los dos vive para sí y vemos que
nuestros buenos días huyen y se nos escapan y, aunque los perdemos, se cargan
en nuestra cuenta. ¿Alguien, sabiendo vivir, lo deja para más tarde? […]
LVI.- Cualquier
ocupación da más dinero que las letras (Libro V)
Hace tiempo, Lupo, que buscas preocupado y me
preguntas a qué maestro confiar la educación de tu hijo. Te aconsejo que evites
a todos los gramáticos y rétores, que no vea ni por el forro los libros de Cicerón
ni de Virgilio, que deje a Tutilio con su fama. Como haga versos, deshereda al
poeta. ¿Quiere aprender oficios de dinero? Procura que se haga citaredo o
flautista de acompañamiento. Si el muchacho tiene visos de ser duro de mollera,
hazlo pregonero o arquitecto. […]
LVIII.- ¿Vivirás mañana?
(Libro V)
Dices que empezarás a vivir mañana, “mañana”
dices, Póstumo, siempre. Dime, ese “mañana”, Póstumo, ¿cuándo llega? ¡Qué lejos
está ese mañana! ¿Dónde está? ¿Adónde hay que ir a buscarlo? ¿Se oculta quizás
entre los partos y los armenios? Ese “mañana” tiene ya los años de Príamo o de
Néstor. Ese “mañana”, ¿por cuánto, dime, se puede comprar? ¿Vivirás mañana?
Vivir hoy es ya ir con retraso. Persona sensata es, Póstumo, quien vivió ayer.
[…]
LXXXI.- Dinero quiere a
dinero (Libro V)
Siempre serás pobre, si eres pobre, Emiliano:
hoy día las riquezas no se dan a nadie más que a los ricos. […]
LXXIV.- Cambias de
oficio, pero no de tarea (Libro VIII)
Ahora eres gladiador, antes habías sido
oculista. Hiciste de médico lo que estás haciendo de gladiador. […]
XLVII.- Filósofo, pero
maricón (Libro IX)
A los Demócritos, a los Zenones y Platones,
que no has visto ni por el forro, y a todos aquéllos que se representan
desaliñados en bustos greñudos, los mencionas como si fueras el sucesor y
heredero de Pitágoras. Y, ciertamente, no te cuelga una barba menos corrida.
Pero –algo que para los que huelen a bosque es deseable y vergonzoso para los
de pelo en pecho- a ti te gusta tenerla tiesa entre tus muelles nalgas. Tú que
conoces los orígenes y el peso de las escuelas filosóficas, dime, Pánico, ¿qué
principio filosófico es que a uno se la metan? […]
XCII.- Vive mejor el
siervo que el señor (Libro IX)
Cuáles son los inconvenientes del señor,
cuáles las ventajas del esclavo, no los sabes, Cóndilo, tú, que te quejas de
llevar mucho tiempo de esclavo. Tu esterilla sin ningún valor te proporciona
sueños sin preocupaciones; Gayo, fíjate, se acuesta sobre plumas sin pegar ojo.
Con las primeras luces, Gayo saluda tiritando a innumerables señores; en
cambio, tú, Cóndilo, ni a tu dueño. “Lo que me debes, Gayo, devuelvémelo”, dice
Febo y, desde el otro lado, Cínamo; esto, Cóndilo, no te lo dice nadie a ti.
¿Tienes miedo al verdugo? La podagra y la quiragra tienen a Gayo hecho trizas y
preferiría sufrir mil azotes. El hecho de no vomitar por la mañana ni lamer
coños, Cóndilo, ¿no lo prefieres a ser tres veces tu propio Gayo? […]
XLVII.- Requisitos de
una vida feliz (Libro X)
Lo que hace más feliz la vida, gratísimo
Marcial, es esto: una hacienda no ganada con el trabajo sino por herencia; un
campo no desagradecido, un hogar siempre encendido; pleitos nunca, toga poca,
la conciencia tranquila; un vigor congénito, un cuerpo saludable; una prudente
sencillez, unos amigos de la misma condición; unos convites fáciles, una mesa
sin artificio; unas noches sin borracheras, pero libres de preocupaciones; un
lecho nada triste y, sin embargo, púdico; un sueño que haga cortas las noches;
lo que uno sea, querer serlo y no querer nada más; el último día, ni temerlo ni
desearlo. […]
XXXIV.- No hay que
aficionarse demasiado a nadie (Libro XII)
Treinta y cuatro siegas, si no recuerdo mal,
he pasado contigo, Julio. Sus dulzuras se han mezclado con amarguras, pero, sin
embargo, han sido agradables en su mayor parte. Y si todas las piedrecitas,
distintas y de dos colores, se apartan a un lado y a otro, vencerá el montón
blanco al más negro. Si quieres evitar ciertas amarguras y guardarte de los
mordiscos de un alma afligida, no te hagas demasiado familiar para nadie:
gozarás menos y menos sufrirás. […]
XLII.- Boda de
homosexuales (Libro XII)
El barbudo Calístrato se desposó ayer con el
rudo Afro, con el mismo ritual con que una doncella es costumbre que se despose
con un hombre. Alumbraban en cabeza las antorchas, cubrió su rostro el velo de
novia y no te faltaron, Talaso, tus palabras. La dote también se fijó. ¿Todavía
no te parece esto, Roma, suficiente? ¿Esperas, acaso, que también para?»
[El texto pertenece a la edición en español de la Institución
“Fernando el Católico” de la Diputación Provincial de Zaragoza, 2004, en traducción
de José Guillén y Fidel Argudo, pp. 24, 48-49, 108, 116, 125, 131, 198, 213,
225, 241, 292-293. ISBN: 978-84-7610-107-0.]
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