domingo, 10 de marzo de 2019

El sabor de la miel.- Salwa Al-Neimi (finales de 1950)


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De los matrimonios de placer y los libros eróticos

«Sé que, al contrario de lo que nos han enseñado, soy polígama por naturaleza. Quizá como la mayoría de las mujeres. Aunque polígama no es la palabra adecuada. Debería decir que practico el poliamor o, más exactamente, la poliandria.
 Hace años, vi a Alberto Moravia en una entrevista, hablando sobre la multiplicidad natural de la mujer. Lo que dijo fue como una revelación espiritual. Moravia tradujo en palabras lo que yo sabía en la teoría y lo que vivía en la práctica. Más tarde, leí la misma afirmación escrita por un filósofo francés contemporáneo que teoriza sobre el placer y asigna la idea de la multiplicidad a todos nosotros, ya se trate de hombres o mujeres. Leí su libro con voracidad feliz, incluso aunque no lo necesitara: mi vida constituía una prueba de sus ideas.
 ¿Oí lo que dijo Moravia antes de o después del Pensador? No lo recuerdo. ¿Leí al filósofo francés antes o después del Pensador? No lo recuerdo.
 Lo único que recuerdo es que conocí al Pensador cuando estaba inmersa en la lectura de los clásicos de la literatura erótica. Me divertía trasladar lo que ocurría entre nosotros a los textos antiguos, se los leía, y se me daba bien detallarlos. Él sólo conocía uno: "El retorno del anciano a su juventud".
[...]
 Era joven, pero mis mundos secretos hacía ya tiempo que habían puesto sus cimientos. Pronto adquirí el don del desdoblamiento y lo practiqué como defensa de mi libertad, para afrontar así la hipocresía del mundo.
 Algunos años más tarde indagué, a través de la experiencia práctica, sobre la certeza de lo que escribieron los decanos de los escritores árabes acerca de los "beneficios del acto sexual", como lo llamaban ellos, en relación con el cuerpo, el espíritu y la mente: "Pues el acto apacigua la cólera y contribuye a alegrar el alma de aquéllos cuyo temperamento es ardiente. Cura el mal de ojo, los vértigos, el dolor de cabeza y las molestias en las extremidades, que ciegan el corazón y cierran las puertas del raciocinio." También sé el daño que supone no hacerlo. Mohamed ben Zakarya dijo: "Quien deja de practicar el acto sexual durante un tiempo prolongado experimenta la lasitud de todos los miembros, la sangre le circula mal y la memoria se le debilita. He visto a algunos que lo abandonaron para vivir en la castidad y su cuerpo se enfrió, sus movimientos se entorpecieron, les sobrevino la aflicción sin motivo y reconocí en ellos los males de la melancolía, la falta de deseo y problemas de digestión."
 ¿Enfermedades del cuerpo y del espíritu? ¿La locura, la depresión y la melancolía, en un solo lote, por practicar la abstinencia sexual? Que Dios nos proteja y nos guarde de todo eso.
 Ibn al-Azrak dijo: "Todo deseo que el hombre satisface le endurece el corazón, excepto el acto sexual." De ahí viene mi empeño por preservar la ternura de mi corazón.
 Me acostumbré a hablar siempre con los demás, cuando el tema estaba relacionado con el sexo, sólo desde el plano teórico. Citaba ejemplos extraídos de los libros o de experiencias ajenas, pero lo tocante a mi doble vida quedaba oculto en una lámpara que sólo frotaba a solas para que saliera el genio de mi memoria.
 Llegó el Pensador y le dije que sí.
 Al principio no le hablé a nadie de mi ansia de conocimiento. Aquellos libros conformaban un secreto que no compartía con nadie. Llegó el Pensador y le dije: "Sí". Llegó el Pensador y la lámpara se activó. En la cama, le hablé de mis lecturas clandestinas. Los dos secretos se mezclaron y ambos cursos de agua se transformaron en un solo río.
 En esa época me bastaba con saborear aquellos libros y revivirlos con él. Al principio, buscaba el nombre de cada postura sexual y se lo decía. Los que hacían más gracia se convertían a menudo en un código secreto que intercambiábamos con aparente inocencia. Aderezábamos con él nuestra conversación en presencia de terceros y nos las ingeniábamos para introducirlo en cualquier contexto. Pero no resultaba fácil: ¿cómo es posible pronunciar expresiones como "el sofocado", "los carneros", "la silla del camello", "el curvado" y "la sastrería del amor" en una frase con sentido? La ignorancia de los demás contribuía a un juego que desplegábamos sin reparos.
 Estaba segura de que nadie podría reparar en esas expresiones, salvo en el caso de que se tratara de un experto en libros eróticos, que los leyera y los releyera, como yo. Y eso era algo poco frecuente, incluso en los círculos de eruditos conocedores del legado literario. Lo comprobé a través de la experiencia práctica, y siempre resultó ser divertido.
 Gracias al Pensador, comprendí el valor de lo que leía y tomé conciencia de su importancia. Empecé a frecuentar a Ahmed ben Yusuf al-Tifashi, Ali ben Nasr, Samuel ben Yahia, Nasir al-Din al-Tusi, Mohamed al-Nefzawi, Ahmed ben Suleiman, Ali al-Katibi al-Qazwini, al-Suyuti y al-Tijani como si estuviera entre amigos. Los leía y los releía, degustaba sus escritos y aplicaba sus palabras a mi vida. Las atesoraba como un lenguaje secreto que no osaba desvelar a otro que no fuera el Pensador.
 Se me ocurre que, junto a él, me adentré en una fase de conciencia erótica que no era posible desligar de mis lecturas. La experiencia práctica se entrelazaba con la norma teórica y de ese cruce no podían sino salir chispas. [...]
 La libertad con que escribían los antiguos se burlaba de mí con su séquito de palabras que no me atrevo a pronunciar y tampoco a redactar. Es un lenguaje excitante.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Planeta, 2009, en traducción de Myriam Fraile. ISBN: 978-84-96580-48-0.]

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