Capítulo 23: El pecado original
La doctrina del pecado original no aparece ni en Jesús ni en San Pablo
«El peccatum originale es, según la doctrina cristiana, la corrupción generalizada de la humanidad, consecuencia del desliz de Adán y Eva; en cierta medida, se trata de una participación de todos en la "Caída".
Como resultado de ello, todos los seres humanos, salvo María, son, desde el primer momento, pecadores; es decir, que están automáticamente implicados en el yerro de nuestros primeros padres. La mancha invisible -por razones comprensibles- del pecado original es borrada por el bautismo, como es natural, de forma asimismo invisible. No obstante, lamentablemente sus consecuencias visibles no desaparecen: las penalidades de la vida, la enfermedad, la muerte y, sobre todo, el deseo sexual, específicamente relacionado con el pecado original.
Como ocurre con todo lo demás, este abstruso teologúmenon, "parte esencial e irrenunciable de la religión cristiana", según Pío XII, y "centro y corazón del cristianismo", según Schopenhauer, no es algo privativo del pensamiento cristiano. Los cultos paganos han recurrido a ideas análogas durante siglos e incluso milenios.
En Jesús no hay ninguna referencia al pecado original, así que se ha explicado su silencio por la incapacidad de sus oyentes "para asimilar el sentido de un misterio de tales características". (¡En cambio, comprendieron misterios mucho más complicados, como el de la Trinidad!).
La doctrina se convirtió en dogma tardíamente y, aunque entonces se invocó a San Pablo (Rom., 5, 12), éste -como el resto de los autores neotestamentarios- no la sostuvo, a pesar de que para él los seres humanos son malos "por naturaleza" y están hundidos, sin excepción, en el "cieno de la inmoralidad" y de las "pasiones infames". Ésa es la razón de que, en su comunidad de Corinto, los hijos de padres cristianos no fueran bautizados. Y aunque se supone que el bautismo es imprescindible para borrar el pecado original y que nadie que no haya sido bautizado puede entrar en el Cielo, se mantuvo la costumbre de no bautizar a los niños, habida cuenta de que los primeros Padres de la Iglesia señalaban expresamente que estaban libres de pecado. Aunque algunos han querido atribuirle la tesis del pecado original, Tertuliano también combatió enérgicamente el bautismo de niños. Pero conforme se imponía la nueva doctrina, los bautizos se hacían a más temprana edad.
San Agustín y "la dinámica de la vida moral"
Pero el verdadero padre del dogma del pecado original -que no adquirió la categoría de artículo de fe hasta el siglo XVI- fue San Agustín, que creía que el pecado de Adán era un crimen de naturaleza múltiple y que a los niños no bautizados les esperaban las penas eternas del Infierno (¡eso sí, las más suaves!). Influido por el odio sexual de San Pablo y por las ideas maniqueas de maldad heredada, totalmente intoxicado por una cupiditas reprimida e incapaz de pensar naturalmente sobre lo natural, Agustín llegó a la conclusión de que la humanidad es un "conglomerado de corrupción" (massa perditionis) y una "masa condenada" (massa damnata), entrelazando pecado original y concupiscencia hasta tal punto que para él ambas cosas son casi idénticas: el mal se transmite mediante el acto de la generación.
San Agustín que, como psicólogo y ético, describe ante todo "la dinámica de la vida moral" dice que, justo después de la terrible pérdida del estado de gracia, los primeros padres notaron que "ocurría algo nuevo en sus cuerpos". ¡Ay, todo habría ido bien o, por decirlo en palabras de la Cassie de Dos Passos, "cazto y puro", si "los ojos de los primeros padres no hubiesen descubierto esta conmoción indecorosa"! Y si el padre de Agustín se había puesto muy contento al ver el pene erecto de su vástago en el baño (no es extraño que la historiografía cristiana apenas mencione a este hombre y sólo se refiera a su virtuosa mujer, Mónica), el hijo se deprimía con la misma intensidad al pensar en el miembro enhiesto de nuestro primer padre Adán.
La controversia pelagiana (411-431)
¿No respondía ese pesimismo sexual al espíritu de la época? ¿No se podía reconocer en él la mojigatería, la perversidad y el absurdo de aquel tiempo?
El contemporáneo de Agustín, Pelagio, un monje irlandés, refutó convincentemente el complejo de pecado original. Al principio, incluso el papa Zósimo intervino en favor de Pelagio; el sínodo de Dióspolis (Palestina) le absolvió en el año 415 del cargo de herejía y en el año 418 todavía diecinueve obispos italianos se negaban a condenar a Pelagio. En fin, el obispo Julián de Eclana (sur de Italia) puso a Agustín en una situación difícil al hacer constar que el impulso sexual había sido creado por Dios y era, por tanto, moralmente irreprochable. Poco antes, el monje Joviniano había obtenido una resonante acogida en Roma predicando que la virginidad y el ayuno no constituían méritos especiales y que las mujeres casadas estaban a la misma altura que las viudas y las vírgenes.
Jerónimo y Agustín replicaron a sus adversarios, como era usual en estos casos, acusándoles de herejía y, para mostrar la mayor fuerza probatoria de sus tesis, apelaron al Estado, con lo que, poco después, Joviniano fue azotado con un látigo de bolas de plomo y deportado a una isla dálmata junto con sus seguidores. Debido al celo de Agustín, Pelagio también sufrió el anatema, primero en Cartago, luego en Roma y finalmente en el concilio de Éfeso (431): ¡aunque Agustín representaba a las nuevas ideas y Pelagio a la tradición!
La historia occidental habría sido quizás distinta si la Iglesia no se hubiera doblegado en aquel momento a Agustín. Y es que se trataba fundamentalmente de una discusión sobre el libre albedrío de los seres humanos y sobre si se puede mejorar "este" mundo o, como enseña el clero, por culpa de la condición pecaminosa de la persona no cabe sino esperar un Más Allá más hermoso.
Más tarde, la gran controversia también dividió a los protestantes: Calvino y Lutero -que negó rotundamente el libre albedrío, comparando al ser humano con una caballería cuyo jinete es Dios o Satanás- se mantuvieron del lado de San Agustín, pero el íntegro Müntzer tomó partido por Pelagio. Zwinglio, calificado por Lutero como pagano a causa de su tolerancia, rechazó el dogma del pecado original como antievangélico y la mayor parte de la moderna teología protestante lo ha abandonado: Karl Barth lo definió como contradictio in adjectio.
Todo en el dogma del pecado original está desde hace tiempo tan desacreditado que ni siquiera el catolicismo lo valora demasiado y, por ejemplo, se puede leer -con imprimatur- que la doctrina clásica sobre el pecado original ha desembocado "desde hace siglos en un punto muerto", necesitando "urgentemente la integración de otros elementos". Cuentos nuevos que sustituyan a los antiguos...
El odio sexual agustiniano se propagó de generación en generación. Todo lo corporal se convirtió en "fomes peccati", combustible del pecado, todo lo sexual era, simplemente, "turpe" y "foedum" indecente y sucio y colocaba a los seres humanos al nivel de los animales.
Para los primeros escolásticos, el instinto sexual es el colmo de la depravación y toda sensación libidinosa es pecado. Más tarde, San Buenaventura califica el acto amoroso de "corrupto y en cierto modo apestoso". Tomás de Aquino lo relega a "lo más vil"; habla de "suciedad obscena" y anuncia que la incontinencia "bestializa". Y San Bernardo de Claraval, para quien todos hemos sido "concebidos por el deseo pecaminoso" y destruidos por "la comezón de la concupiscencia", declara que el ser humano apesta más que el cerdo, por culpa del placer perverso.»
[El fragmento pertenece a la edición en español de la editorial Yalde, 1993, en traducción de Manuel Ardid Lorés. ISBN : 84-87705-09-X.]
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