miércoles, 26 de septiembre de 2018

Un hombre.- José María Gironella (1917-2003)


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XVI

«Los chicos inspeccionaron por turno la habitación. Vieron la guitarra y dos o tres retratos de una gran señora, que en el acto supusieron que debía ser su madre.
 La proposición que llevaban tenía por objeto la fundación de un Club.
 -Queremos formar el "Club de los Optimistas" -le dijeron- y venimos a ofrecerte la presidencia.
 Miguel captó sobradamente la ironía; no obstante, mostró gran calma y les contestó simplemente que él no podía aceptar, ni siquiera formar parte del Club, porque no era optimista por ningún lado.
 -¡Entonces formemos el Club de los pesimistas! -sugirió el portavoz de la Comisión.
 -En éste sí me alistaría -contestó Miguel-, siempre y cuando mis consocios fueran pesimistas de verdad.
 -¡A nosotros lo mismo nos da ser una cosa que otra! -opinó un tercero-. Por lo tanto, cuenta con nosotros.
 -¡No, no! -cortó Miguel con seriedad-. ¡En el mundo se es optimista o pesimista! ¡Se nace de un modo o de otro! Vosotros no podéis haber cambiado en un momento.
 -¿Por qué no fundamos, pues, el Club de los Irónicos? -propuso el portavoz, viendo que la cosa se ponía mal.
 -¡Uy, amigo...! -opinó Miguel, pasándose la mano por la sien-. Para ser irónico se necesita poseer un grado de inteligencia del que nosotros, por desgracia, carecemos. [...]
 Aquella noche estuvo pensando en la sugerencia de aquellos muchachos. ¿Por qué no fundar el Club de los Pesimistas? Naturalmente, no podía contar con ellos, pero sí con su amigo el protestante y con otros tres o cuatro condiscípulos a los que se veía un poco amargados.
 Maduró la idea; y un día de enero húmedo y gris, que invitaba desde luego a aceptar, reunió en su habitación a los seis candidatos y en un tono de absoluta seriedad les habló de lo que hacía al caso.
 Cuatro aceptaron en el acto, absorbidos de pies a cabeza por el tono empleado por Miguel; el quinto sugirió el peligro de terminar labrándose su propia infelicidad a fuerza de hablar de ella. Miguel le contestó que no se trataba de hablar de la infelicidad, sino de combatirla, por el sencillo procedimiento de aceptarla como un hecho puramente natural y biológico.
 Aquel juego de palabras le dejó al chico turulato. Entonces intervino el protestante, diciendo que él militaría en aquellas filas con entusiasmo, siempre y cuando viese en su misión una finalidad política.
 Miguel objetó que, por su parte, en cuanto extranjero que era, no podía de ningún modo hacer política en Irlanda; pero que consideraba que la mejor política de un aspirante a político como su amigo era formarse ideas propias y permanecer hasta los cincuenta años observando lo que ocurría a su alrededor.  
 Al cabo de dos horas de debate quedó constituido en Dublín el "Club de los Pesimistas", presidido por Miguel Serra, hijo de ampurdanés. Pensaron incluso en alquilar un local, pero luego decidieron reunirse en la habitación del presidente, pues tres de los candidatos no hubieran podido contribuir al pago del alquiler. 
 Durante una semana se reunieron a diario para redactar el Decálogo, que al final quedó aceptado en los siguientes términos:
 1º Punto: El rey del mundo es el dinero; sin embargo, los ricos se condenan.
 2º Punto: La vida carece de sentido, excepto para el hombre religioso, para el artista o para el hombre primitivo.
 3º Punto: Ni siquiera estas excepciones son enteramente válidas, pues el hombre religioso no aspira a ser feliz sino después de muerto, el artista sufre constantemente para crear y el hombre primitivo no está capacitado para comprender la situación de privilegio.
 4º Punto: Es grotesco reír, pues a nuestro lado el prójimo sufre y existen la enfermedad y la muerte.
 5º Punto: Los intelectuales son los seres más desgraciados del Universo, pues son los que más ardientemente desean ser Dios.
 6º Punto: El amor no es solución, pues cada sexo exige que el contrario le proporcione la felicidad; y se crea una pantanosa tierra de nadie.
 7º Punto: La bondad de la Naturaleza es un mito. El sol quema, el rayo mata, el mar daña los pulmones.
 8º Punto: El cuerpo del noventa por ciento de las mujeres es horrible.
 9º Punto: La satisfacción de los instintos conduce a la pena.
 10º Punto: Desesperarse es tonto, pues ninguna mejora se consigue, por lo cual lo que importa es ir viviendo.
 Repartieron mil ejemplares del Decálogo por toda la Universidad. En el reverso del papel figuraban las caricaturas de los seis miembros de la Junta, disfrazados de mendigos y con la mano en actitud de pedir limosna.
 Todo aquello distrajo a Miguel por espacio de un par de meses. Sin embargo, pronto se cansó pues en el Club no surgían ideas nuevas.
 Uno de los catedráticos lo llamó aparte y le dijo que aquellas octavillas eran francamente desagradables, preguntándole luego qué se proponía con ello. Miguel se encogió de hombros y le replicó que compadecía a quien en la vida se proponía algo. El catedrático lo miró con seriedad y se despidió con un gesto ambiguo.» 
 
 [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1984. ISBN: 84-7530-711-6.]

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