Secreto a voces (apuntes)
«Una depresión que dura ya semanas. Vivo
fuera de mi novela. Cenas y reuniones con extraños todas las
noches. Gran parte de mi vida es una pérdida de tiempo sin sentido que percibo
profundamente. No consigo escapar. Mi debilidad frente a M. Las humillaciones
físicas de la vejez. La vejez –nunca lo había pensado- empieza de golpe. De un
día para otro, casi de un instante a otro. De repente cambia tu postura
corporal y no puedes evitarlo. De repente sientes unas ganas tremendas de
orinar, como una suerte de ataque, y tienes que resolverlo en cuestión de
minutos porque de lo contrario mojas de manera humillante la ropa interior. El
golpe más grande es la impotencia, cuando todavía no has perdido en absoluto el
interés por las mujeres. El otro golpe es el insomnio. En este momento son las
tres y cuarenta dos minutos de la madrugada y todavía no he pegado ojo. Por la
mañana tengo que presentar al “gran público” a unos escritores españoles a los
que no conozco, y tampoco sé español, o sea, que mostraré una total
incompetencia; no importa, la época en que vivimos es incompetente.
Otra cosa: ¿por qué no consigo olvidar la
primera bofetada de castigo que me propinó mi padre? Ocurrió en el internado,
al mediodía, en el dormitorio de la institución, donde en ese momento no había
nadie salvo nosotros dos. Mi padre me había dicho que, si tenía hambre,
comprara algo al fiado en la tienda de comestibles de la esquina; el tendero se
llamaba Ács y su tienda, situada en un sótano, estaba en la esquina de las
calles Szondi y Munkácsy Mihály. Me pasé la semana comiendo panecillos con
mantequilla y salami. Es concebible que mi padre tuviera que pagar un montón de
dinero (¿quién sabe cuánto habrá sido?). Da igual, porque mi padre era pobre y sin
duda consideraba mis comilonas de salami algo así como un exceso.
Sin embargo, no gastó mucha saliva en
explicaciones. Estaba evidentemente decidido a una acción ejemplarizante, a una
buena bofetada. El rincón donde sucedió todo, así como la superioridad física
que me aniquiló, me obligaron a gritar a voz en cuello y a llorar.
Psíquicamente fue un acontecimiento devastador. Debía de tener ocho años. Sólo
con el paso de muchos, muchos años consigo reconocerle un rasgo liberador,
cuando contemplo largo rato aquel suceso tal como Flaubert aconsejó a
Maupassant: contemplar un árbol hasta verlo diferente de los demás y reconocer
así su individualidad incomparable. […]
Hoy, en la revisión, le han encontrado a M.
una alteración de los ganglios en la axila. Para ambos es demasiado pronto para
morir. Algo, sin embargo me sugiere que dentro de poco tendremos que
decidirnos. De hecho, estoy preparado para la muerte, aunque siento dejar mi
trabajo inacabado. Por otra parte, la irreflexión con que hablo sobre la muerte…
¿Es serio o no es serio? Creo que es más serio de lo que pensamos, y creo que
es menos serio de lo que pensamos. El sufrimiento… Sólo el sufrimiento es cosa
seria. Temo que Magdi sufra y solamente puedo aliviar su sufrimiento sufriendo
con ella, por lo que será un doble sufrimiento, para ella y para mí. Todo es
más fácil para aquél que no ama.
La
terrible realidad ha confirmado la terrible realidad. A Magdi le han encontrado
metástasis en los ganglios linfáticos. Le esperan cosas terribles y también a mí.
Pero hemos decidido aguantar. Existe una frontera que no merece la pena
traspasar; sin embargo, no hemos llegado aún a ese punto. Dice M. que todavía
no ha podido asumirlo; pero es que aquí no hay nada que asumir. Recuerdo mi
conversación con el biólogo celular. El biólogo me explicó con mirada encendida
el funcionamiento de las células en el organismo humano. Estas células existen
y actúan de forma completamente independiente, según sus propias leyes o –si se
quiere- sus propios caprichos. Se juntan y se separan, provocan o sufren
mutaciones, etcétera. Y cuando observé que eso era terrible, el biólogo celular
me miró asombrado. ¿Por qué?, preguntó. La enfermedad no tiene nada que ver con
nuestras concepciones; la enfermedad, de hecho, no tiene nada que ver con
nosotros, a lo sumo nos mata. No tiene nada que ver con la moral, nada que ver
con nuestros actos, no guarda ninguna relación con nuestras virtudes o nuestros
pecados. Las células son ciegas y nos gobiernan de una manera absurda. Por eso
la vida no es un asunto demasiado serio. Le damos una importancia mucho más
grande que la que le corresponde en la realidad. En la realidad, una vida
humana equivale a cero. Es un ejemplar de la especie ni siquiera digno de
mención. Sólo a nosotros nos duele esa vida humana, sea porque amamos, sea
porque da la casualidad de que es la nuestra.
Analizar seriamente por qué me aferro tanto a
la vida (teniendo en cuenta en particular la vejez que me espera, la
degradación, la miseria física que humilla profundamente y lo despoja a uno de
toda autonomía, de toda la dignidad que le queda). […]
Toda relación humana es una ilusión. La
familia: herencia, asuntos relativos a los bienes muebles e inmuebles. La
amistad: palabras amables, impotencia, inacción. A veces, alguna alegría por el
mal ajeno. El amor: en un instante se esfuma sin dejar huella. Y aun así algo
existe, a pesar de todo florece una acción. Pero siempre de manera inopinada y
en general no allí donde la esperamos ni por parte de la persona en la que
hemos depositado nuestra confianza.
Hoy ya no cabe la menor duda de que Europa
occidental no supo disfrutar de su época feliz entre 1949 y 1989. Por lo visto,
ni los hombres ni tampoco las sociedades han nacido para la felicidad, sino
para la lucha. La meta marcada es siempre la felicidad pero se trata siempre
tan sólo de una ilusión. Todavía no sabemos cómo encajar la vida individual con
los objetivos de la sociedad, de los que apenas sabemos nada. Todavía no
sabemos qué nos impulsa ni para qué vivimos, de hecho, más allá de los
automatismos vegetativos. A decir verdad, todavía no se ha aclarado si somos
nosotros los que existimos o si somos tan sólo la encarnación del montón de
células que actúan dentro de nosotros…, un símbolo que hace –que está obligado
a hacer- como si fuese una realidad autónoma. […]
Anoche, un documental sobre la naturaleza. En
las islas Galápagos se ha desarrollado una variedad de pinzón que chupa sangre.
En la época de sequía, un pinzón se abalanzó sobre la pata de un pájaro herido
–algún ave acuática tipo pato o ganso- y empezó a chuparle la sangre. Siguiendo
los principios del genial Darwin, se ha desarrollado una especie que se nutre
de la sangre de esas aves más grandes. Estos pinzones les provocan una herida y
luego se ponen sobre ésta, la abren todavía más con el pico y hurgan en la
carne. Se veía cómo los pinzones torturaban a un pájaro herido en la parte
trasera, en la zona del conducto por donde pone los huevos; otro pájaro grande
observaba impasible los acontecimientos, ni se le pasaba por la cabeza
intervenir para ayudar a su desdichado “primo” o “congénere”: el Creador no
insufló el concepto de solidaridad al animal; es más, tampoco la conciencia
natural del interés propio. Los pájaros grandes, a los que los pinzones
chupasangres bien podrían exterminar, toleran en silencio las pruebas a las que
los somete el destino. Mientras, se veía en primer plano un pinzón con el pico
manchado de rojo que, saciado, pero aun así con la furia de la sed de sangre en
su expresión, jadeaba y lanzaba una mirada maligna con los ojos entrecerrados:
se parecía a István Csurka. Curioso que a las grandes rapaces se les note su
inclinación natural por la rapiña: hay maldad en su rostro, como en el de los
bandidos. Ahora bien, resulta ilustrativo que un pajarito juguetón ponga de
pronto cara de asesino. Cada vez que debo enfrentarme al funcionamiento de la
naturaleza me siento mal. ¿Dónde está la sabiduría del Creador? El Creador
actúa más bien siguiendo los principios de Auschwitz. Bien es cierto que
multiplica las especies, pero a costa del asesinato; no se entiende la
importancia del mandato de la conservación de la especie. ¿Para qué? El hombre
ha convertido a Dios sobre todo en un ser moral, incluso el ser moral por
excelencia, pero Dios es cualquier cosa menos moral. No posee ni un ápice de
este principio. Contempla alegremente cómo sus criaturas se devoran y al mismo
tiempo se torturan sin piedad las unas a las otras. No existe la compasión ni en Dios ni en sus criaturas. La vida es
básicamente maldad. Y el hombre se consuela pensando que le toca la vida eterna
en recompensa por la conservación de la especie.
La
vida es un error que la muerte tampoco arregla. Vida y muerte: todo error.
El
apunte anterior puede parecer el producto de un estado de ánimo depresivo, que
lo es. Lo cual no cambia en absoluto su validez general. La vida es un error
porque el hombre basa su existencia en principios morales, mientras que el
funcionamiento de la vida, de la existencia, es amoral tanto en sus principios
como en su práctica. A todo esto, el hombre no es capaz de cumplir, ni en la
vida social ni en la individual, con los principios que él mismo ha
establecido. Levanta su vida sobre la mentira porque no le queda más remedio.
La muerte pone fin a la mentira, pero no trae a cambio la verdad, sino que a lo
sumo sirve para que uno reconozca, aterrado, la mentira.
Por consiguiente, yo mismo soy racionalista,
pero como la vida no puede explicarse racionalmente, dejo un amplio espacio
para toda clase de místicas. […]
Auschwitz ocurrió y el hecho de que ocurriera
(de que pudiera ocurrir) es irrevocable. En ello estriba la enorme importancia
de Auschwitz. Cuanto ha ocurrido influye en lo que todavía puede suceder. No se
puede borrar del tiempo, no se puede borrar del proceso que, a falta de un
término mejor, suelen llamar fatalidad. Y eso no se puede cambiar.
El
diario no sirve para representarme a mí
mismo si este ser indefinido y sin perfiles –yo mismo- no refleja el caos existente en el mundo. Este caos,
rebosante de acciones, se caracteriza por obstaculizar la acción. Es, pues, el
mundo destructivo de la mentira y en él toda acción resulta mentirosa y
destructiva. Y, además, ha dejado de ser interesante.
No
consigo olvidar el gesto estremecedor del pajarito moribundo en las islas
Galápagos. Siguiendo las huellas de Darwin, filmaron cómo un polluelo sale del
huevo y empieza a comer del pico de la madre. Entonces el polluelo más fuerte
comienza a golpear y a atormentar a su hermano más débil. Lo tortura hasta
echarlo del nido para poder engullir él solo todo el alimento que la madre le
mastica primero con su pobre pico y le introduce luego en la garganta.
Entretanto, su hermano, que ni siquiera tiene plumaje, se ha caído del nido y
yace desamparado bajo un sol asesino, entre las sanguinarias criaturas de Dios
que han descubierto ya al animalito moribundo y se disponen a devorarlo. El
pajarito vuelve a levantar aún la cabeza y después la deja caer sobre el suelo.
Si yo fuese Dios, este espectáculo sin duda me obligaría a reconocer el fracaso
de la creación. Ni Goethe, ni Stendhal, ni Churchill, nadie es consuelo
suficiente para esta muerte. Y eso que aún no hemos dicho nada de Auschwitz ni
de los monstruos humanos que fabrican ántrax.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Acantilado, en traducción de Adan Kovacsics. ISBN: 978-84-16011-79-7.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: