lunes, 6 de agosto de 2018

Siempre somos demasiado buenos con las mujeres.- Raymond Queneau (1903-1976)


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XL

«Mountcatten encontró a Cartwright estudiando los telegramas.
 -Todo marcha estupendamente –dijo el comodoro-. Tengo la impresión de que la revuelta está sofocada. Se han recobrado todos los puntos ocupados por los rebeldes. Todos o casi todos. Aquí lo estoy comprobando. Me parece que son todos. Los Four Courts, la estación de Amien Street, la central de correos, la estación de Westland Row, el hotel Gresham, el colegio de cirujanos, la cervecería Guinness, la estación de Harcourt Street, el Shelbourn Hotel, todo eso está reconquistado. ¿Qué más queda? ¿La Casa del Marino? Tomada, según el telegrama 303-B-71. ¿Los baños de Townsend Street? (¡Vaya ocurrencia!) Tomados, según el telegrama 727-G-43. Etcétera, etcétera. El general Maxwell ha hecho un buen trabajo y ha despejado la situación con energía, rapidez, decisión y apenas un poco de esa lentitud que caracteriza a nuestro ejército.
 -¿Conque no tendremos que disparar contra los irlandeses? Más vale así. Sería malgastar obuses que están deseando calentar a los hunos.
 -Conozco su opinión al respecto.
 Entró el radiotelegrafista trayendo otro telegrama.
 -Un momento, que acabo de comprobar eso.
 Acabó.
 -Sólo falta la estafeta de Eden Quay –dijo Cartwright.
 Cogió el telegrama y lo leyó: “Y ésa es la orden de acoderar frente a O’Connell Street.”
 -Con que vamos a malgastar obuses –dijo Mountcatten.
 De repente al comodoro Cartwright se le ensombreció un poco el semblante.
[…]

 XLII
Se alejaron los plenipotenciarios británicos y desaparecieron tras los montones de madera noruega. Los rebeldes volvieron a parapetarse. Serían sobre las doce.
 -¿No os parece que podríamos comer algo? –dijo Gallager.
 Dillon y Callinan fueron por una caja de conservas y galletas. Se acomodaron y empezaron a masticar en silencio, como quien se está convirtiendo en héroe y ya sólo tolera a la vulgaridad de la vida sus necesidades más triviales, tales como beber y comer, orinar y defecar, rehusándole los juegos ambiguos del lenguaje. Si Mac Cormack se hubiese puesto a hablar, hubiera dicho:”¿Por qué coño me miráis así? ¡Si es que no podéis saber, no podéis haceros cargo de lo que ha sucedido!” O’Rourke hubiera dicho: “¿Qué habrá sido de ella, Virgen Santa? Será una bobada, pero me estaba enamorando.” Gallager: “El corned beef sabe peor unas horas antes que ocho días antes de morir. Hay que apuntalar bien el estómago para espicharla.” Kelleher: “Pues habrá sido la primera mujer que me ha interesado. Se ha ido. Más vale así. Nos costará menos ser unos héroes auténticos.” Y Callinan: “Son buenos compañeros. Hacen como si no supieran lo que me ha pasado.” Pero habló Dillon. Y dijo:
 -Nos van a achicharrar como ratas.
 -Como héroes –replicó Kelleher-. Pero aunque sea como ratas, los estamos fastidiando de mala manera.
 -Los verdaderos héroes salen del compañerismo –dijo Callinan.
 -Y del buen corned beef –añadió Gallager, dándose palmadas en el muslo.
 -No entiendo por dónde se ha podido escapar –murmuró O’Rourke.
 -Es un misterio –concluyó gravemente Mac Cormack.
 Circuló una botella de güisqui.
 -¿Y a Caffrey lo dejamos que se fastidie? –dijo Gallager.
 -Llévale comida y bebida –ordenó Mac Cormack solemnemente.
 -Dile más bien que baje –intervino O’Rourke-. Mientras esperamos el combate final, tal vez pueda explicarnos cómo ha dejado escapar a la inglesa.
 -¿Qué carajo estará haciendo allá arriba? –dijo Callinan sin insistir.
 Dillon empezó a contar la historia por sexta vez.
 -Estaba vigilando frente a la ventana, a la derecha del despacho. No se ha vuelto. Ha dicho: “¿La inglesa? Pues no sé nada.” He buscado por los otros cuartos. Y no he visto a nadie.
 -¿Nada más? –preguntó Kelleher.
 -A lo mejor se ha vuelto a meter en el váter –sugirió Gallager.
 -¿Cómo no se nos ha ocurrido? –exclamó Mac Cormack.
[…]

XLIII
 Cuando pasó el Furious por delante de la estación de mercancías de las Southern and Western Railways, dijo Mountcatten a su segundo de a bordo:
 -Bonita ciudad, Dublín: docks, una fábrica de gas, trenes de mercancías y el agua contaminada de un río pequeño.
 -Todo lo que no tendremos que destruir.
 -Me imagino que la oficina de correos de  Eden Quay no es una obra maestra de la arquitectura.
 -Lo curioso es que la prometida de Cartwright haya trabajado justamente allí.
 -Eso parece apenarlo.
 -Probablemente atribuirá un valor sentimental al edificio.
 -No le mandan bombardear a su amada.
 -No, pero lo haría, por el Rey.»

[Los fragmentos pertenecen a la edición en español de Editorial Seix Barral, en traducción de José Escué. ISBN: 84-322-2761-7.]

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