Segunda parte: El libro de la ausencia de Sefarad
16.-Erets Israel
«Dice el Tenaj en el libro de los Meshalim que, en el curso de un pleito, aparece uno de los litigantes y expone su punto de vista y parece que tiene razón, pero luego comparece su adversario y al hablar provoca la sensación de que el cargado de justicia es él. Mi padre, que fue dayán en Qurduba, me confirmó repetidas veces lo veraz de esta afirmación. Al fin y a la postre, no todos ven la verdad de la misma manera e incluso no faltan los que pueden llegar a convencer a otros de que su postura es la más acertada, la más correcta, la más justa.
Sin embargo, a pesar de que todo lo que he referido es cierto, de ahí no debe desprenderse que la verdad no exista o que todas las afirmaciones que escuchamos sean de valor semejante. En realidad, la verdad es algo tan sólido, recio y valioso como el más caro y puro de los diamantes. Buscarla constituye uno de los empleos más nobles que puedan darse a nuestra breve existencia, y aquél que la encuentra, por dura que pueda resultarle en un primer momento, ha descubierto una fuerza que lo libertará e infundirá una fuerza nueva en su vida. Precisamente porque la verdad existe, no todas las opiniones tienen la misma validez y nadie debería caer en el absurdo de pensar lo contrario.
El que consume veneno en dosis suficientes, muere; el que no administra su capital y lo dilapida en francachelas, acabará pobre; el que no recuerda que tiene un Creador y que ante Él deberá comparecer algún día, habrá desaprovechado esta corta existencia de la peor manera posible. Todas esas son realidades que no admiten alternativa porque lo ponzoñoso nunca es bueno sino mortal, porque sólo se aumenta lo que no se gasta estúpidamente y sin seso y porque, salvo algún necio, no he visto jamás negar que después de esta vida existe otra, e incluso a algunos de los que así desvariaban los he contemplado cambiando de opinión en su lecho de muerte.
Al igual que el que escucha las instrucciones para montar mejor a caballo o pescar con aprovechamiento no se siente coaccionado sino agradecido por el conocimiento que se acaba de brindar, la verdad existe y esa innegable realidad no limita nuestra libertad. Por el contrario, nos permite dilucidar quién es el que verdaderamente tiene razón en un pleito e incluso vivir de la mejor manera. [...]
18.-Erets Israel
No deberíamos empeñarnos en dar a nuestros hijos más que aquello que dispuso el Creador. De nosotros reciben la vida y con ella el color de la piel, del cabello, de los ojos. Poco más tarde adquieren nuestra religión e incluso aprenden a hablar en nuestra propia lengua. Se espera que a ellos les entreguemos los bienes, pocos o muchos, que formen nuestro peculio personal. Incluso no resulta extraño que sigan nuestro oficio, trabajo o negocio siquiera porque es algo conocido en cuyo desempeño podemos ayudarlos. Es en este punto donde, generalmente, se puede empezar a romper el equilibrio de lo razonable, porque cabe la posibilidad de que pretendamos -quizá sin darnos cuenta de ello- que nuestros hijos nos sustituyan en el alcance de las metas con que hemos soñado durante años.
No nos percatamos de ello, pero en ese momento los hijos dejan de ser individuos para convertirse en instrumentos, los instrumentos que nos permitirán de manera vicaria y sustitutoria llegar a los lugares donde nunca pudimos poner los pies. Ellos serán los que estudiarán aquello que no nos fue permitido estudiar, los que adquirirán aquello que resultó imposible adquirir, los que cosecharán los aplausos que nadie nos brindó. Cuando hemos llegado a ese punto, igual que sucede con la luna que mengua en el cielo, poco a poco el hijo deja de ser él mismo, transformado por nuestras ansias de ganarle a esta vida más bazas en otro yo.
Al final, la mayoría de los padres no logra que su hijo sea un trasunto suyo por la sencilla razón de que se trata de un ser independiente que siente, padece y ama por su cuenta. Por añadidura, en ese proceso de retorcimiento de la voluntad no pocas veces el hijo se aparta de sus progenitores más de lo que hubiera sido normal. Siempre que pretendemos sobrepasar lo que ya quedó dispuesto por el Creador los resultados son, más tarde o más temprano, pésimos. [...]
20.-Erets Israel
Como señala el Tenaj en el libro de Meshalim, la observación de los seres creados por Adonai constituye un verdadero pozo de sabiduría del que podemos beber continuamente. De las hormigas aprendemos la necesidad de trabajar y almacenar para los tiempos difíciles; de las abejas, lo imprescindible de un orden sistemático; de las serpientes, la imposibilidad de seguir ciertos rastros. Creo que, descontadas las diversas peculiaridades de cada especie, existen algunos aspectos que las unen y entre ellos destaca el instinto de conservación.
Existe algo en nuestro interior que nos impulsa a seguir vivos, que nos llama a no dejarnos llevar por la desmoralización, que nos enseña con palabras no escritas que después de la tempestad viene la calma. A ese bendito don colocado por el Sumo Hacedor en todos nosotros se debe que la desgracia nos abata pero no siempre nos hunda, que la pérdida de un miembro importante no nos incapacite del todo sino que incluso nos impulse a luchar más, que la muerte de un ser querido no nos arrastre en pos suyo a la tumba. Por supuesto, me consta que existen excepciones y que no son pocos los que no pueden resistir la dureza del embate. Sin embargo, en nuestro interior algo nos dice que resistamos, que nos aferremos a la vida con uñas y dientes, que sigamos combatiendo porque aún no se ha dado la señal de que la lucha ha concluido, de que la canción ha llegado a sus últimas notas, de que la obra de teatro ha terminado.
Solamente con la muerte perecen los pensamientos, los proyectos, los planes que albergaba el corazón humano, pero aun entonces, si uno conoció al Creador, ese paso no significa una desgracia sino el cambio a un lugar mucho mejor que cualquiera de los que hayamos transitado en este mundo. Hasta que llegue ese trance, hay que sobrevivir y hacerlo de la manera más digna.»
[Los fragmentos pertenecen a la edición de Grupo editorial Random House Mondadori, 2006. ISBN: 84-9793-537-3 (vol. 562/2)]
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