Génesis para esta década
«Dijo el Sistema: "Que exista la politización." Y la politización existió. Y vio el Sistema que la politización era buena.
Dijo el Sistema: "Que existan pensamientos según su clase y naturaleza, progresistas y conservadores, liberales e inmovilistas." Y vio el Sistema que el pluralismo era bueno.
Dijo el Sistema: "Puéblense los órganos de comunicación de masas de críticas razonadas y pareceres contrastados; produzcan los periódicos editoriales diversos según las especies de sus empresas." Y vio el Sistema que era bueno.
Dijo el Sistema: "Dejemos que florezcan las polémicas, los discrepantes, las cenas políticas y los almuerzos con gente importante." Y creó el Sistema el asociacionismo; dentro de sus esquemas, lo creó.
Las asociaciones políticas, las creó.
Y las aprobó el Sistema y les dijo el Sistema: "Creced y multiplicaos; llenad mi ámbito y hacedlo fuerte."
Y vio el Sistema todo lo que había hecho. Y era muy bueno. [...]
Catecismo de los años 70: las obras de misericordia
Las principales obras de misericordia para la década de los 70 son catorce: siete espirituales y siete corporales.
Las espirituales son éstas:
La primera, concienciar al alienado.
La segunda, aconsejar buenos ideólogos al que lo necesita.
La tercera, desarrollar el sentido crítico de quien no lo tiene.
La cuarta, perdonar los triunfalismos.
La quinta, perdonar a los tecnócratas.
La sexta, sufrir con paciencia las designaciones a dedo de cualquier equipo gobernante.
La séptima, rogar por los políticos gobernantes y por los separados.
Las corporales son éstas:
La primera, visitar y cuidar a los políticos dimitidos.
La segunda, dar de comer al hambriento de participación.
La tercera, dar de beber al sediento de leyes sindicales.
La cuarta, dar posada al peregrino de asociaciones políticas.
La quinta, vestir al desnudo de cargos públicos.
La sexta, redimir al cautivo de cautividad de más de 72 horas.
La séptima, enterrar los rencores del 36. [...]
Igualdad de oportunidades (Cuento)
Érase una vez un país que convocó elecciones democráticas en las que la preocupación primordial fue la de dar igualdad de oportunidades a todos los candidatos. Para ello se reglamentó que quienes aspirasen a los puestos políticos deberían aparecer en las pantallas de televisión idéntico número de minutos, que su propaganda tuviera el mismo número de palabras, que en las paredes de las calles pegasen igual cantidad de carteles, de idéntico tamaño todos ellos, y que en sus reuniones de captación de votos ninguno se dirigiera más tiempo que los otros a sus auditorios.
Se respetó al máximo lo estipulado para mantener la igualdad de oportunidades.
Llegó el día de la votación.
Los votantes fueron a las urnas...
Y cuando se realizó el recuento de votos se comprobó algo insólito: las oportunidades habían sido tan iguales que los cuatro candidatos que se presentaban habían resultado empatados.
Y por más votaciones que se realizaron después, jamás llegaron a desempatar.
Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado. [...]
El cuento de la abuelita
La abuelita, como cada noche, tomó asiento junto a la camita del niño y le contó un cuento; pero un cuento político, porque ella era una abuelita con espíritu crítico y no pasaba por relatar a sus nietos historias manipulantes de hadas y gnomos.
-Había una vez un pueblo -empezó la abuelita- en donde mandaban las fuerzas conservadoras, las ideologías inmovilistas y los espíritus reaccionarios; aquel pueblo no iba a parte alguna y, por tanto, se hizo necesaria la revolución. Hubo una revolución, pero la revolución colocó en el poder a las derechas-derechas. Con las derechas-derechas -siguió la abuelita- las cosas se pusieron peor y para sacar al pueblo del marasmo político-económico en que se hallaba se hizo necesaria una segunda revolución. La segunda revolución fue más violenta que la anterior y cuando terminó ¡oh desencanto!, todo el mundo se dio cuenta que había colocado como rectora a una fuerza de la derecha-derecha-superderecha. La derecha-derecha-superderecha era tan poco progresiva que, a los pocos meses, se hizo inevitable la tercera revolución. Este nuevo enfrentamiento alcanzó una ferocidad inaudita, y tampoco democratizó el panorama. Cuando acabó, lo que mandaba era la derecha-derecha-superderecha-ultraderecha. Y, desde entonces, -terminó la abuelita-, ya no hubo más revoluciones en aquel pueblo; no porque estuviera contento con su derecha-derecha-superderecha-ultraderecha, sino porque se había convencido de que tenía la negra. Y porque cada vez que movía un dedo para liberalizarse saltaba de la sartén y caía en el fuego...
El niño sonrió.
Y así, sonriendo muy dulce y beatíficamente, se quedó dormidito.»
[Los fragmentos pertenecen a la edición de Editorial Planeta, 1972. Depósito legal: B.19757-1972.]
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