miércoles, 15 de agosto de 2018

Bushido: el código ético del samurái.- Inazo Nitobe (1862-1933)


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Educación y enseñanza de un samurái

«El primer punto a que había que atender en la pedagogía caballeresca era la formación de un carácter, dejando en la penumbra las cualidades más sutiles de prudencia, inteligencia y dialéctica. Ya hemos visto la parte importante que las perfecciones estéticas jugaban en su educación. Sin dejar de ser indispensables para un hombre de cultura, eran más accesorias que esenciales en la formación del samurái. Sin duda, la superioridad intelectual era estimada; pero la palabra chi, empleada para denotar intelectualidad, significaba ante todo sabiduría (wisdom, sagesse) y no dejaba al conocimiento sino un lugar subordinado. El trípode que sustentaba todo el armazón del bushido se decía estar formado de Chi, Jin, Yu: sabiduría, benevolencia y valor. Un samurái era esencialmente un hombre de acción. La ciencia quedaba fuera de los límites de su actividad. La aprovechó en cuanto tocaba a su profesión de las armas. La religión y la teología quedaban relegadas a los sacerdotes; sólo se ocupaba de ellas el samurái en cuanto le ayudaban a alimentar su valor. Creía, como cierto poeta inglés, que "no es el credo el que salva al hombre sino el hombre quien justifica el credo". La filosofía y la literatura formaban la parte principal de su educación intelectual; pero aun en su cultivo no era la verdad objetiva lo que perseguía; estudiaba la literatura como un mero pasatiempo y la filosofía como un auxiliar práctico para la formación del carácter, cuando no para la exposición de algún problema militar o político.
 Después de lo dicho, no será sorprendente el hecho de que el plan de estudios, según la pedagogía del bushido, fuese el siguiente: esgrima, ejercicio de arco, jiujitsu o yawara, equitación, manejo de la lanza, táctica, caligrafía, moral, literatura e historia. De éstos, el jiujitsu y la caligrafía, exigen algunas palabras de explicación. Se daba mucha importancia a la escritura, probablemente porque nuestros logogramas, que son a la vez pinturas, poseen un valor artístico intrínseco y también porque la quirografía se consideraba como indicadora del carácter personal. El jiujitsu puede definirse brevemente como la aplicación del conocimiento anatómico a los fines ofensivos y defensivos. Difiere del pugilato en que no depende de la fuerza muscular. Difiere de otras formas de ataque en que no emplea arma alguna. Su acción consiste en empuñar o golpear tal parte del cuerpo del enemigo, que le paralice e incapacite para la resistencia. Su objeto no es matar, sino incapacitar para la acción durante algún tiempo.
 Una materia de estudio que esperaría uno encontrar en la educación militar, y que, sin embargo, brilla por su ausencia en el programa del bushido, son las matemáticas. Pero esto puede explicarse en parte por el hecho de que la guerra feudal no se hacía con precisión científica. Y no sólo esto, sino que toda la instrucción del samurái era desfavorable al cultivo de las nociones numéricas.
 La caballería es enemiga de la economía: hace ostentación de pobreza. Dice, con Ventidius, que "la ambición, virtud del soldado, prefiere las pérdidas a las ganancias que la oscurecen". Don Quijote cifra más orgullo en su rústica lanza y en su escuálida cabalgadura que en el oro y el poder, y un samurái simpatiza cordialmente con su exagerado colega de La Mancha. Desdeña el dinero por el dinero, el arte de obtenerlo y de acumularlo. Para él, es verdaderamente una ganancia sucia. La fórmula despectiva para describir la decadencia de una edad es que "los hombres civiles amaban el dinero y los soldados temían la muerte". La avaricia de oro o de vida excita tanta desaprobación como alabanza el uso liberal de ambas cosas. "Menos que nada (dice un precepto vulgar) deben los hombres escatimar el dinero: las riquezas son el obstáculo de la sabiduría". De aquí que se educara a los niños en un absoluto olvido de la economía. Se consideraba de mal gusto hablar de ella y la ignorancia del valor de las distintas monedas se juzgaba como un rasgo de buena crianza.
 El conocimiento de los números era indispensable para el reclutamiento de fuerzas, así como para la distribución de beneficios y feudos; pero la contabilidad se entregaba a manos mercenarias. En muchos Estados feudales la contabilidad pública estaba administrada por una clase inferior de samurái o por sacerdotes. Todo bushi inteligente sabía muy bien que el dinero constituía el nervio de la guerra; pero no pensaba en elevar la estimación del dinero a la categoría de virtud. Es cierto que el bushido preconizaba la sobriedad, pero no tanto por razones económicas, cuanto por el ejercicio de la abstinencia. El lujo se consideraba como la mayor amenaza contra la virilidad y se exigía la más severa sencillez a la clase guerrera, habiendo leyes suntuarias en la mayoría de los clanes.
 Leemos que en la antigua Roma los cultivadores, capitalistas y otros agentes financieros, eran elevados gradualmente a la dignidad de caballeros, mostrando con ello el Senado el aprecio de sus servicios y la importancia del dinero. Fácil es imaginar la relación que esto tuvo con el lujo y avaricia de los romanos. No sucede lo mismo con los preceptos de la caballería. Persistían éstos sistemáticamente en considerar los asuntos de hacienda como algo inferior, comparado con las profesiones morales e intelectuales.
 Ignorando voluntariamente el dinero y el amor de él, pudo el bushido mismo mantenerse por mucho tiempo libre de los mil y un males cuya raíz es el dinero. Ésta es razón suficiente para explicar el que nuestros hombres públicos hayan estado mucho tiempo limpios de corrupción; pero, ¡ay!, ¡cuán rápidamente hace su camino la plutocracia en nuestro tiempo y en la actual generación!
 La disciplina mental a que coadyuvaría hoy principalmente el estudio de la matemáticas era sustituida por la exégesis literaria y por las discusiones deontológicas. Pocos temas abstractos turbaban el espíritu del joven, puesto que el objeto capital de su educación era, como hemos dicho, la decisión del carácter. Las gentes, cuyos espíritus eran simples almacenes de información, encontraban pocos admiradores. De las tres clases en que Bacon divide los estudios por razón de su utilidad (estudios para el goce, para adorno y para la capacidad), el bushido tenía decidida preferencia por la última, cuando su uso fuese "el juicio y resolución de los asuntos". Ya fuese para el manejo de los asuntos públicos, ya para el ejercicio del gobierno de sí mismo, la educación se conducía en vista de un fin práctico.
 "El estudio sin ideas -dice Confucio- es trabajo perdido; las ideas sin estudio son peligrosas".
 Cuando el educador toma en sus manos y trata de desarrollar el carácter, no la inteligencia, el alma, no la cabeza, su profesión adquiere un carácter sagrado. "Los padres me han dado la vida: el maestro me ha hecho hombre". Con esta idea, pues, la estima en que cada uno tenía a su preceptor era muy alta. Un hombre capaz de merecer tal confianza y respeto de los jóvenes debía necesariamente estar dotado de una personalidad superior, sin carecer de erudición. Era un padre para los huérfanos, un guía para los extraviados.»

 [El fragmento pertenece a la edición en español de la editorial Biblo Book Export, 2017, en traducción de Gonzalo Jiménez de la Espada. ISBN: 978-84-943628-5-9.]

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