martes, 7 de agosto de 2018

India.- Vidjadhar S. Naipaul (1932)


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3.-La metamorfosis

«-¿Qué clase de conflictos?
 -En la vieja sociedad, se conservaba la pureza en lo genético y en lo externo. Sólo podías casarte con determinadas personas y no se mantenían contactos con personas de una casta inferior más allá de ciertos límites. No se podían comer alimentos cocinados por alguien de una casta inferior. Comer se consideraba una actividad sagrada. Se pensaba que la comida era un sacrificio a los jugos gástricos. Había estrictas prescripciones sobre las horas a las que se podía comer, en qué dirección había que mirar durante la comida, quién la servía y qué cantidades se podían tomar. La comida se analizaba hasta el último detalle. Las diferentes clases de personas comían cantidades distintas. Por ejemplo, las escrituras prescriben que para los intelectuales que realizan muy poco ejercicio físico la cantidad adecuada es el arroz que cabe en un puño antes de cocinarlo.
 El hinduismo es una religión basada en una trinidad: hay tres opciones para todo. Así que había tres tipos de comida: satvik, rayasik y tamasik. Los alimentos satvik fomentan las tareas intelectuales, contribuyen a la claridad mental, a unos pensamientos más puros. Los alimentos satvik son muy ligeros, sobre todo cereales, cierta cantidad de mantequilla desleída, las verduras más ligeras. La comida rayasik está destinada al trabajo.
 (Deviah me proporcionó más adelante una lista más amplia de alimentos satvik: verdura de hoja, leche, cuajada, mantequilla, arroz, trigo, la mayoría de los brotes, la mayoría de las lentejas [salvo un tipo de dal], batatas [pero no patatas], fruta. También me enteré por Deviah de que los alimentos rayasik estaban destinados a algo más que el trabajo. La comida rayasik fomentaba el valor y la pasión y Deviah me dio la siguiente lista: dal urad, carne, vino, especias [los auténticos brahmanes no se llevan bien con las especias]. Con respecto a la comida tamasik –en cuyos detalles no había entrado Pravas, con sus escrúpulos de brahmán, y yo, temiendo lo peor, tampoco le obligué a hacerlo, pues no quería que se fuera por las ramas-, Deviah, me dijo que fomentaba la pereza. Sin embargo, y por extraño que parezca, la lista tamasik que me dio Deviah me pareció bastante delicada, con algunos elementos de la comida rayasik, y algunas verduras parecían lo suficientemente ligeras como para pertenecer a la dieta satvik. Esta era la lista de alimentos tamasik de Deviah: cebolla, ajo, col, zanahorias, berenjenas, patatas, dal urad, carne. El dal urad y la carne también estaban en la lista rayasik.)
 Pravas dijo:
 -El satvik está destinado a la mente. Se pensaba que esas personas hacían lo que hacían porque había que hacerlo, no porque esperasen una recompensa. Lo hacían movidas por una motivación interna. Los brahmanes se identificaban con la tendencia satvik y, por consiguiente, no podían tomar ciertos alimentos. Todo estaba ritualizado. Por ejemplo, si tu padre aún vivía, no podías mirar hacia el sur mientras comías. Esta prohibición no se extendía a toda la India pero era algo más que una circunstancia local. Así que si la sombra de una persona de casta inferior recaía sobre la comida, era un asunto grave. Si ocurría mientras estabas comiendo, se acabó. Tenías que dejar de comer. La comida era impura. Y se me olvidaba una cosa: que nadie podía tocarte mientras comías y había que hacerlo en una postura determinada. Algunas personas eran tan “ortodoxas, entre comillas, que ni siquiera podían oír la voz de alguien de casta inferior mientras comían. Esas personas comían en lo más recóndito de su casa.
 -¿Se enfadaban si tenían que dejar de comer por una sombra o una voz?
 Pravas contestó, con una sonrisa:
 -Supuestamente, los brahmanes no se encolerizan. Simplemente, dejaban de comer. La cólera no se considera una cualidad entre los brahmanes. Aunque muchos de los que yo conozco, digamos el 80 por 100, tienen muy mal genio. Así que mi padre se trasladaba de habitaciones calientes a habitaciones frías, como he dicho antes. Suponía una lucha continua para él. Tenía que enfrentarse a todo un interrogatorio cada vez que regresaba a casa de mi abuelo. ¿Había comido alimentos cocinados por no brahmanes? ¿Llevaba siempre la ropa adecuada? Era muy importante en aquellos días. Mi abuelo nunca llevaba pantalones largos; llevaba el doti. Mi padre iba vestido mitad y mitad: doti y pantalones. Pero el asunto de la comida no se lo tomaban a broma. En aquel sistema de valores, violar cualquier norma constituía un sacrilegio. Debido a su educación, mi padre tenía tendencia la filosofía, pero incluso en ese sentido sus lecturas diferían de las de mi abuelo. Mi abuelo leía el sánscrito puro y duro, los mantras originales tal como aparecen en los Vedas o los Puranas. Es característico del ritualismo no comprender necesariamente el significado más profundo de lo que haces y mi abuelo no necesariamente comprendía los cánticos que entonaba. El ritualismo es, quizá, aunque no de una forma demasiado burda, una actuación. Mi padre no actuaba: no estaba sometido a esa presión. Así que intentaba comprender lo que leía. Leía las interpretaciones de muchos filósofos más recientes y por eso lo hacía en muchas lenguas. Leía libros de filosofía modernos en bengalí y en inglés. Yo me crié entre montones de libros en devanagari e inglés. Mi padre hacía relativamente pocas incursiones en otros temas. El núcleo era la filosofía. Y había algo más. Además de los antiguos valores de los Puranas, mi padre vivió la difusión de los valores nacionalistas, sobre todo de Gandhi. El gandhinismo fue casi una locura colectiva en la India, pero una locura sana. Eran los viejos valores pero con un envase de aspecto moderno, basado en las masas. Los viejos valores parecían intelectuales y lo eran y, por consiguiente, estaban alejados de las masas. Gandhi encontró una forma de hacer parecer sencillas las viejas verdades. Y yo me crié con los eslóganes gandhianos: “Trabaja más; habla menos.” En mi casa se mantuvo la continuidad del sistema brahmánico de valores y yo también tuve que pasar de un mundo viejo a otro nuevo, de una habitación caliente a otra fría. Pero en esta ocasión el cambio fue distinto. Nadie me preguntaba: “¿Por qué llevas pantalones largos?”, ni “¿has comido alimentos cocinados por un brahmán?” Pero, al igual que mi padre en su puesto de trabajo estatal, tampoco tenía andamiaje. Por así decirlo, tuve que abrirme las puertas yo mismo.
 -¿Por qué se decidió por la ciencia?
 -Por el ambiente y el sistema de valores dominante. Y por un tercer factor: el misterio.
 -¿El misterio?
 -Es una de las motivaciones más poderosas. Todas las religiones están repletas de milagros. El misterio atrae y la ciencia tiene ese misterio. Yo lo experimenté, inconscientemente. Si se unen dos productos químicos, el color cambia: ése es el misterio más sencillo. O si se hace una máquina con un ventilador eléctrico que, en apariencia, funciona sin ninguna fuerza motivadora. Yo he llegado a un nivel de transformación superior al que llegó mi padre con respecto a la época de su padre. Tengo una actitud más liberal que mi padre. Probablemente, me he vuelto más inquisitivo, por lo que podríamos llamar “la ciencia”. Soy menos experto en rituales. Mi padre adquirió una parte de lo que tenía su padre y yo sólo me he quedado con una parte de los rituales de mi padre. Me crie en el entorno íntimo de mi familia hasta los quince o los dieciséis años. Esa es la época en la que se aprenden los rituales porque no se permite practicar ciertos rituales antes de un momento determinado. Por ejemplo: hay algunos que sólo pueden practicar los hombres casados. Pero a esa edad yo me marché de casa y sólo volvía unos días al año, así que me perdí gran parte de los aspectos del ritual. Y ahora creo en ellos sólo a medias. No los practico, pero siento nostalgia por ellos porque ahí están mis raíces. No me resultan ajenos. Si me dicen que no debo comer alimentos rayasik –huevos o lo que sea-, no me extraña. Lo comprendo, a diferencia de un dietista moderno. Y, en la línea filosófica, he hecho más de lo que hizo mi padre. Me he diversificado, incluso más que él, en otras escuelas de filosofía india y en otras escuelas de otras filosofías. Mi padre pasó de los Vedas básicos a una filosofía india más amplia. Yo he pasado de eso a un enfoque más global.
 Dije:
 -Con el enfoque académico que usted aplica, probablemente sabe más que su abuelo sobre hinduismo.
 Pravas replicó:
 -Probablemente puedo expresarlo mejor en el sentido occidental, pero no puedo decir que sepa más que mi abuelo. El cambio es un proceso continuo. Sólo se puede distinguir un cambio en cada generación porque, en cuanto lo reconoces, resulta que ya estás metido en él. De modo que en estos últimos cincuenta años yo sólo distingo dos cambios pero son grandes porque se está centrando un proceso continuo en dos o tres puntos. El próximo cambio importante llegará con mi hijo. Las transiciones tienen distinta duración. La duración es mucho mayor con las generaciones sucesivas. Mi hijo pasará por un cambio muy grande de circunstancias en múltiples sentidos. En la familia, en el entorno escolar, en el mercado laboral, en todas partes. Yo me crie en un ambiente a medias ritualizado. Mi hijo no vivirá la misma experiencia. Pero aunque se aleje aún más de los rituales seguirá teniendo raíces locales dentro de su grupo de iguales. Habrá muchos como él. La sociedad avanza en esa dirección. Algunas personas conocen las restricciones en la comida y las demás cosas sobre las que he hablado, pero no la mayoría de las personas de mi generación. No saben que existieran tales cosas ni que sigan existiendo. Y, sin embargo, mantienen un equilibrio perfecto en el entorno local.»
 
 [El fragmento pertenece a la edición en español de la edición de Random House Mondadori, 2010, en traducción de Flora Casas. ISBN: 84-9759-371-5.]

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