6.-Los residuos radiactivos y su gestión
Clasificación de los residuos radiactivos con vistas a su eliminación
« La
clasificación de los residuos radiactivos puede hacerse de muchas maneras. Una
de ellas se basa en el origen de los residuos que acabamos de exponer, mientras
que otras se centran en el estado físico de los residuos (sólido, líquido y
gaseoso) o en el tipo de radiación emitida (por ejemplo, alfa, beta, gamma). No
existe, por tanto, una clasificación única.
Sin embargo, cuando se piensa en los residuos
radiactivos en función de lo que hay que hacer para evitar que constituyan un
peligro para la salud de la población, los criterios que fundamentan la
clasificación son la intensidad de radiación emitida y el tiempo durante el
cual el nivel de radiación sigue siendo peligroso. Con ese fin, conviene
recordar que tras un período igual a diez veces el tiempo de
semidesintegración, el nivel de radiación se reduce mil veces. En la práctica,
la combinación de ambos criterios (nivel y duración de las emisiones
radiactivas) es útil para indicar el tipo de tratamiento, de transporte y de
eliminación que cabe prever para los residuos.
Precisamente, en referencia a esos dos
criterios, la IAEA (siglas en inglés de la Agencia Internacional para la
Energía Atómica), pese a no haber fijado límites obligatorios, sugiere la
siguiente clasificación:
·Residuos
exentos: los que pueden ser tratados como cualquier residuo no radiactivo,
porque la dosis que recibiría quien viviera en sus proximidades sería inferior
al 1% del fondo natural;
·Residuos
de baja o mediana actividad y de vida breve (LILW-SL): los que emiten un nivel
bajo o medio de radiaciones (también a ese respecto se sugieren límites
cuantitativos) y tienen un tiempo de semidesintegración inferior a 30 años;
·Residuos
de baja o mediana actividad y de larga vida (LILA-LL): los que, a pesar de
emitir un nivel bajo o medio de radiaciones, tienen un tiempo de
semidesintegración superior a los 30 años;
·Residuos
de alta radiactividad (HLW): los que alcanzan un nivel de radiaciones superior
al límite para los residuos de mediana actividad.
Esta clasificación sugerida
por la IAEA se toma como referencia en todos los países, aun cuando pueda haber
ligeras variaciones a la hora de fijar las cantidades específicas.
El tratamiento y la
eliminación de los desechos nucleares
Un reactor nuclear de 1.000
MW a actividad baja y media produce aproximadamente 100 metros cúbicos
anuales de residuos del funcionamiento y aproximadamente 20 toneladas de
combustible irradiado, que ocupa un volumen de unos pocos metros cúbicos (menos
de 10). Por tanto, los volúmenes en juego son modestos y además pueden ser
posteriormente reducidos mediante la compactación de dichos residuos, que, en
todos los casos, son tratados antes de ser eliminados.
Los residuos de baja o mediana actividad y de
vida breve pueden ser tratados de distintas maneras. Lo normal es que se
reduzca su volumen (a veces se incineran), se pongan en una matriz estable (en
general, cemento) y más tarde en barricas selladas. Tras el tratamiento y el
acondicionamiento, los productos así manufacturados pueden ser colocados en
depósitos bajo control, localizados en general en la superficie o a unas
decenas de metros bajo tierra. Estos depósitos no requieren ninguna protección
ulterior de cara a la población, porque, incluso quien viviera en las
inmediaciones, recibiría una dosis de radiación despreciable en relación con la
del fondo natural. Puesto que se trata de residuos con tiempo de
semidesintegración inferior a los 30 años, en el término máximo de 300 años se
vuelven radiológicamente inocuos, período durante el cual cabe esperar la
perduración tanto de las obras de ingeniería como de las instituciones humanas.
Los residuos de actividad
baja o mediana y de larga vida contienen radionúclidos con tiempos de
semidesintegración superiores a 30 años. La protección contra el riesgo de que
resulten peligrosos para las generaciones venideras se prevé de distinta manera
que para los residuos precedentes, de los que son separados. En general, se
considera que para bajos niveles de actividad esos residuos se pueden poner en
depósitos a profundidad moderada, para contrarrestar la posible erosión
superficial de los terrenos. Si su radiactividad es más alta (aunque inferior a
la de los residuos de alta actividad), se los coloca en depósitos geológicos
profundos tras su oportuno tratamiento.
Los residuos de alta actividad son los más
peligrosos, no sólo por la elevada intensidad de las radiaciones, sino también
porque contienen (aunque no exclusivamente) radionúclidos de larga vida, lo que
los pone en condiciones de permanecer radiactivos tras decenas de miles de
años. La mayor parte de los residuos de alta actividad está formada por
combustible usado que se ha descargado de los reactores nucleares. Este
material contiene, además de uranio, productos de fisión sólidos (como el cesio
y el estroncio) y gaseosos (como el criptón u el xenón) y elementos
transuranianos (como el plutonio o el americio), además de metales
estructurales activados (como cobalto y níquel). Si se procede a reprocesar
este material, es posible separar los distintos elementos, recuperar los reutilizables
(plutonio y uranio) y condicionar lo que queda, en general fabricando cilindros
de vidrio dentro de los cuales se encierran los materiales radiactivos. Esa
solución permite que después de un período de entre 3.000-4.000 años los
residuos tengan el mismo nivel de actividad que el material de uranio que
sirvió para producir el combustible. Si, por el contrario, no se desea seguir
esta vía, la solución consiste en encerrar los elementos del combustible en
contenedores metálicos y bien sellados que se colocan en el depósito final. En
todo caso, tanto si se considera que el combustible irradiado es un residuo
como si se quiere someterlo a nuevo tratamiento, es necesario esperar muchos
años para poder coloca en el depósito final los residuos radiactivos
resultantes. En efecto, el combustible extraído del reactor es altamente
radiactivo, lo que significa que emite energía que se transforma en calor.
A medida que la
radiactividad (sobre todo la de los productos de la fisión) se desintegra,
disminuye también la cantidad de calor emitido: 1 kg . de combustible, un día
después de haber apagado el reactor, emite aproximadamente 2.000 watios (como
un secador de pelo potente), que pasado 1 año descienden a aproximadamente 10
watios, y pasados 10 años a poco más de 1 watio. En consecuencia, una vez
extraído del reactor, el combustible es enfriado colocándolo primero en
piscinas protegidas especiales. Únicamente cuando la emisión de calor es
suficientemente baja, se puede dejar el combustible en contenedores y en seco.
Se entiende, pues, que el tiempo para proceder a una eventual colocación de los
residuos radiactivos de alta actividad en un depósito definitivo sea, en el
mejor de los casos, de decenios.»
[El texto pertenece a la edición en español de Alianza editorial, en traducción de Marco Aurelio Galmarini. ISBN: 978-84-206-7553-4.]
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