jueves, 23 de agosto de 2018

El elefante en la cacharrería.- Robert Barbault (1943-2003)


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5.-La biosfera, ecosistema planetario.
Los sistemas ecológicos: una organización estabilizadora.

«La contradicción puesta de manifiesto entre el expansionismo de la vida y la aparente estabilidad o regularidad de la naturaleza se resuelve fácilmente si se considera que ésta se encuentra organizada en grandes conjuntos complejos denominados "ecosistemas": bosques tropicales, sabanas, lagos, etc. Si se entienden los sistemas ecológicos como una distribución de poblaciones en interacción, las cosas aparecen efectivamente de forma mucho más clara y se vuelven comprensibles.
 Pongamos un ejemplo: imaginemos una planta, un diente de león. Transportadas por el viento, sus semillas se implantan y germinan en una isla en la que no existía esa especie. Para desarrollarse y establecer una población duradera, las jóvenes plántulas deberán insertarse en una red de especies ya instaladas: otras especies de plantas que les darán sombra o les disputarán los escasos recursos de agua o de nitratos; insectos o mamíferos herbívoros que se las comerán; y muchas otras especies que provocarán quizá que estas últimas vean limitada su capacidad de daño: aves que limitarán la acumulación de insectos o carnívoros que frenarán el crecimiento demográfico de eventuales conejos. Una red así de especies en interacción local es lo que los ecólogos llaman unas veces una red trófica y otras un sistema ecológico. Y cuando éste es comprendido en su contexto físico y químico -las especies y sus hábitats-, se habla de ecosistema.
 Con el concepto de ecosistema franqueamos una nueva etapa en la toma en consideración de los sistemas vivos. La población, conjunto de individuos de la misma especie, sigue siendo la unidad de base. Pero aquí nos interesamos por el conjunto de las especies que coexisten y por la red que constituyen, así como por los flujos de energía y de materia que los atraviesan.
 La vida apareció y perpetúa sus estructuras en un flujo de energía cuya fuente primera es el Sol. El primer compartimento de todo ecosistema reúne a los organismos clorofílicos (algas y vegetales), capaces de fijar esta energía solar y de sintetizar sus tejidos a partir de elementos minerales. Son los productores primarios. Todo ecosistema reposa sobre la producción primaria. La materia viva así producida es fuente de materia y de energía para los herbívoros: insectos, moluscos, aves, mamíferos, etc. Estos organismos son los primeros consumidores de materia orgánica viva si seguimos el flujo de energía en el ecosistema: son los consumidores primarios. Naturalmente, estos organismos sintetizan a su vez sus propios tejidos para crecer y multiplicarse: son, pues, productores, productores secundarios. Los herbívoros son presa de numerosos consumidores secundarios, depredadores y parásitos, que son a su vez fuente de nutrición para los consumidores terciarios, etc. Sin embargo, estas cadenas tróficas no son ilimitadas: en cada etapa, en cada transmisión de energía, hay pérdidas importantes, de modo que, a partir de los consumidores terciarios, la materia explotable se vuelve escasa, dispersa y difícilmente utilizable salvo por unos pocos superdepredadores y, sobre todo, por parásitos muy especializados. En fin, para que este sistema sea completo falta considerar un proceso esencial: el reciclado de la materia, sin el cual los vegetales se verían rápidamente privados de elementos minerales (la transformación de la roca en suelo es muy lenta y en gran parte insuficiente), y la superficie de la Tierra quedaría abarrotada de cadáveres y de detritos orgánicos. Este reciclado de la materia orgánica -descomposición, mineralización- está asegurado por los organismos descomponedores, principalmente microorganismos (bacterias y hongos), pero también invertebrados.
 Este tipo de análisis puede ser ampliado fácilmente al conjunto de la biosfera, entendida como un vasto ecosistema planetario en el seno del cual se estudiarán los grandes ciclos biogeoquímicos del nitrógeno, el carbono y el fósforo -biogeoquímicos, porque vinculan la vida (bio) a lo mineral (geoquímico)-. Es fácil imaginar que esta maquinaria planetaria, controlada en parte por la dinámica de la biodiversidad, pueda desajustarse, aunque hasta ahora se han obtenido en esencia efectos benéficos de su poderoso efecto estabilizador (véase "Un equilibrio aparente" más arriba).
 En el seno de estos sistemas ecológicos, la complejidad de las interacciones (competencia, depredación, parasitismo, mutualismo*, efectos de los agentes químicos y físicos, de las variables climáticas), es un factor de diversificación a una escala temporal y sobre un espacio heterogéneo (la geografía del planeta). En otras palabras, para sobrevivir y multiplicarse en un contexto así es preciso diversificarse, ejercitar la diferencia, especializarse en un nicho ecológico o en un segmento particular en donde hay que ser más eficientes que los competidores potenciales.
 Recordemos los pinzones de Darwin. Las 13 especies actualmente censadas se diversificaron a partir de una población que se expandió por el archipiélago de las Galápagos en el curso de siglos y milenios. Cada una de ellas está mejor adaptada a las condiciones ecológicas que experimenta la isla y el hábitat en el que se encuentra de lo que podría estarlo la especie madre: la diversificación ha producido un conjunto más competitivo para la explotación de los recursos locales que una sola especie poco diversificada. La selección natural ha favorecido a las especies capaces de llevar a cabo esa estrategia mediante una simple multiplicación diferencial: de ahí la omnipresencia de una gran variabilidad genética en el seno de las poblaciones naturales y la impresionante diversidad de las especies vivas conocidas.»
*Mutualismo: relación entre dos organismos de especies diferentes que se traduce en efectos beneficiosos para ambas.
 
 [El fragmento pertenece a la edición en español de Editorial Laetoli, en traducción de Javier Fernández de Castro. ISBN: 978-84-92422-04-3.]

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