8
«En
dos años su consulta apenas había cambiado, la butaca en la que me senté
delante de él estaba un poco más gastada y los cuadros en la pared parecían un
poco más deprimentes. Él estaba más calvo y la alfombra, un poco más raída.
Aparte de eso, todo seguía igual. El doctor se alegró de verme. Tras los
preliminares habituales, decidí ir al grano. Me sentía muy confusa por culpa de
Peter y Paul. Estaba más enamorada de Peter que nunca, él era todo lo que
siempre había querido y nos llevábamos muy bien. Pero cuando se marchaba, me
veía inmersa en una aventura demencial con Paul, mi amigo imaginario, como lo
llamaba ahora, aunque el problema era que no tenía nada de imaginario. De
hecho, cada día era más real y estaba loca por él de una manera que asustaba, por
eso había ido a ver al doctor Steinfeld.
-Bueno, Stephanie, ¿y qué te trae por aquí?
–preguntó con amabilidad el doctor Steinfeld-. No habrás vuelto con Roger,
¿verdad?
-No, claro que no.
Charlotte acababa de contarme que Helena y él
iban a tener un hijo y lo cierto es que no me importó en absoluto. Siempre
había pensado que me sentaría fatal, pero estaba demasiado ocupada haciendo el
cuádruple salto mortal con Paul y echando de menos a Peter en California como
para preocuparme por el hijo de Roger y Helena.
-No, es otra cosa. –No quería perder ni un
segundo contándole lo de Helena y el bebé-. Estoy teniendo una relación con dos
hombres que me está volviendo loca. No, en realidad no son dos, es uno solo.
Bueno, más o menos. –Al ver la expresión del doctor Steinfeld comprendí que no
me resultaría fácil explicárselo.
-¿Tienes una relación con un hombre o con dos?
No sé si te he entendido bien.
En
fin, yo tampoco lo entendía y él parecía casi tan confuso como yo.
-Uno es real y el otro imaginario –respondí-.
Aunque con este último me lo paso muy bien la cama. Sólo aparece cuando el real
se va de viaje. De hecho, es el real el que me lo envía. –El doctor Steinfeld
asentía y me miraba fascinado. Era evidente que me había vuelto mucho más
interesante y neurótica de lo que jamás sospechó que podía llegar a ser.
-¿Y cómo es tu vida sexual con… el real?
-Fantástica –respondí sin la menor vacilación,
y él asintió.
-Me alegro. ¿Y el otro sólo es una fantasía?
¿De qué clase? Puedes contármelo, sé que confías en mí.
-En realidad, se trata de los dos. Sé que le
sorprenderá, doctor Steinfeld, pero el otro, Paul, en realidad, es un clon del
primero, que se llama Peter.
-¿O sea que se parecen mucho? ¿Son gemelos?
-No, me refiero a que son la misma persona.
Paul es el clon de Peter, más o menos… Verá, Peter se dedica a la biónica y ha
realizado unos experimentos muy originales, y le amo. –La frente del doctor
Steinfeld se perló de pequeñas gotas de sudor. Tuve que admitir que el asunto
que me había llevado allí no iba a ser fácil para ninguno de los dos y casi me
arrepentí de haber ido a verlo.
-Dime, Stephanie, ¿has estado automedicándote?
Ya sabes, algunos medicamentos tienen graves efectos secundarios y pueden
provocar alucinaciones.
-No estoy alucinando. Paul es el clon biónico
de Peter y éste me lo envió cuando se marchó de viaje. Me acosté con él durante
dos semanas en otoño y ahora ha vuelto. Creo que me estoy volviendo loca. Con
cualquiera de los dos me siento enamorada… pero sé que amo a Peter. Él es real.
-Stephanie
–dijo el médico con firmeza-, ¿oyes voces? ¿Incluso cuando no estás con ellos?
-No, no oigo voces, doctor. Me acuesto con dos
hombres y no sé qué hacer.
-Bueno, eso está claro.¿Son los dos hombres
reales, Stephanie? Es decir, ¿son humanos, como tú y yo?
-No –repuse con cautela-. Uno de ellos no lo
es. Ahora Paul está aquí, porque Peter se ha ido de viaje. Él me lo envió
–insistí.
El
doctor Steinfeld se enjugó la frente sin dejar de mirarme, mientras yo deseaba
estar en cualquier sitio del planeta menos en su consulta.
-¿Está Paul en esta habitación ahora mismo?
–preguntó-. ¿Lo ves?
-Claro que no.
-Muy bien. ¿Te sientes abandonada cuando Peter
se va? ¿Necesitas llenar ese vacío con otra cosa, incluso con una persona
imaginaria?
-No, no me lo invento porque me sienta
rechazada. Me lo envía Peter.
-¿Cómo te lo envía? ¿Quizá en un ovni? –Sin
duda esperaba que le contestara algo así. Era inútil.
-Paul aparece con unas quince maletas moradas
de piel de cocodrilo de Hermès. También tiene una manera de vestir algo
extravagante, pero me divierto mucho con él.
-¿Y Peter? ¿Cómo es?
-Fantástico, conservador, listo, cariñoso y
muy bueno con los niños. Estoy loca por él.
-¿Y cómo viste?
-Vaqueros y camisas normales, pantalones de
franela gris y chaqueta.
-¿Preferirías que se pareciera a Paul?
-No, me encanta tal como es. De hecho, es más
atractivo que Paul y eso sin esforzarse. Cuando le veo me flaquean las
rodillas. –Sonreí al pensarlo.
-Me parece muy bien, Stephanie. ¿Y cómo te
sientes con Paul?
-También le amo. Le encanta divertirse y a
veces es un poco maleducado. Pero también quiere mucho a mis hijos y es muy cariñoso y bueno en la
cama. Sabe hacer una especie de voltereta en el aire y después aterrizamos en
el suelo, yo encima de él y… -En ese momento vi que el doctor Steinfeld estaba
al borde de un ataque de nervios y me dio pena.
-¿Volteretas en el aire? ¿Eso es con el
imaginario o con el real?
-No es imaginario, doctor, es un clon. Un clon
biónico. Tiene cables. Pero es idéntico a Peter.
-¿Qué ocurre cuando Peter vuelve? ¿Desaparece
o sigues “viéndolo”?
-No. Se lo llevan otra vez al taller, le
revisan los cables y le quitan la cabeza.
Para
entonces, el doctor Steinfeld sudaba abundantemente y me miraba frunciendo el
entrecejo. No había ido a verlo para torturarlo, sino para desahogarme y
obviamente la cosa no iba bien… para ninguno de los dos.
-Stephanie, ¿has pensado alguna vez en medicarte?
-¿Con qué? ¿Con Prozac? ¿Antes tomaba Valium.
Me lo recetó usted.
-De hecho, estaba pensando en algo un poco más
fuerte, algo más adecuado para tu problema, quizá Depakote. ¿Lo conoces? ¿Has
tomado algún medicamento desde la última vez que te vi?
-No.
-¿Has estado ingresada recientemente?
–preguntó apenado y de pronto temí que el médico estuviera pensando en
encerrarme en un manicomio. Sin embargo, quizá ese era el lugar donde debía
estar.
-No. Y sé que todo esto parece ridículo, pero
es la verdad. Se lo juro.»
[El fragmento pertenece a la edición en español de la editorial Planeta DeAgostini, en traducción de Isabel Ferrer. ISBN: 84-395-8897-6.]
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