viernes, 17 de agosto de 2018

Bienvenido, Mister Chance (Desde el jardín).- Jerzy Kosinski (1933-1991)


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II

«Cuando oyó el teléfono que sonaba en su cuarto se precipitó a atender la llamada. Una voz de hombre le pidió que fuera a la biblioteca.
 Chance se cambió rápidamente la ropa de trabajo por uno de sus mejores trajes; se peinó con esmero, se puso un par de gafas de sol que usaba para trabajar en el jardín y subió la escalera. En la pequeña habitación repleta de libros le esperaban un hombre y una mujer. Habían tomado asiento detrás del escritorio, sobre el cual había varias carpetas con documentos. Chance se quedó en el centro de la habitación, sin saber qué hacer. El hombre se puso de pie y se dirigió hacia él con la mano tendida.
 -Soy Thomas Franklin, de la firma Hancock, Adams y Colby. Somos los abogados encargados de esta testamentaria. Y la señorita Hayes -añadió, volviéndose hacia la mujer- es mi asistente.
 Chance estrechó la mano del hombre y miró a la mujer. Ésta le sonrió.
 -La criada me ha dicho que en esta casa vive un hombre que trabaja como jardinero.
 Franklin inclinó la cabeza hacia donde estaba Chance.
 -Sin embargo, no hay ninguna anotación en los registros que indique que algún hombre, cualquier hombre, haya sido empleado por el difunto ni residido en esta casa durante los últimos cuarenta años. ¿Cuántos días hace que está usted aquí?
 Chance se sorprendió de que en tantos documentos como había sobre el escritorio no se mencionara su nombre para nada; se le ocurrió que acaso tampoco se mencionaba en ellos el jardín. Titubeó antes de responder.
 -He vivido en esta casa hasta donde alcanzan mis recuerdos, desde muy niño, mucho antes de que el Anciano se rompiera la cadera y empezara a quedarse en cama la mayor parte del tiempo. Estoy aquí desde antes de que crecieran los arbustos, de que instalaran el riego automático en el jardín. Desde antes de que existiera la televisión.
 -¿Qué dice usted? -preguntó Franklin-. ¿Ha estado viviendo aquí, en esta casa, desde que era niño? ¿Y puedo preguntarle cómo se llama usted?
 Chance se sintió incómodo. Sabía que el nombre de una persona tenía mucha importancia en su vida. Por eso la gente de la televisión tenía siempre dos nombres: el propio, fuera de la televisión, y el que adoptaban cada vez que actuaban.
 -Mi nombre es Chance -dijo.
 -¿El señor Chance? -preguntó el abogado.
 Chance asintió.
 -Examinaremos nuestros registros -dijo el señor Franklin.
 Levantó algunos de los papeles que tenía delante de sí.
 -Tengo aquí un registro completo de toda la gente empleada por el difunto o por su hacienda. Aunque al parecer había hecho testamento, no hemos podido hallarlo. En realidad el difunto dejó muy pocos documentos personales. No obstante, sí tenemos una lista de todos sus empleados -recalcó, al tiempo que fijaba la vista en el documento que sostenía en la mano.
 Chance se quedó en actitud de espera.
 -Haga el favor de sentarse, señor Chance -dijo la mujer.
 Chance acercó una silla hacia el escritorio y se sentó.
 El señor Franklin apoyó la cabeza en una mano.
 -Estoy muy sorprendido, señor Chance -dijo, sin levantar la vista del documento que estaba estudiando-, pero su nombre no aparece en ninguno de nuestros archivos. Nadie llamado Chance ha estado relacionado con el difunto. ¿Está usted seguro... realmente seguro... de haber estado empleado en esta casa?
 Chance respondió con prudencia.
 -Siempre he sido el jardinero. He trabajado en el jardín de la parte de atrás de esta casa toda mi vida. Desde que tengo memoria. Era un niño pequeño cuando empecé. Los árboles no habían crecido todavía y casi no había setos vivos. Mire cómo está el jardín ahora.
 El señor Franklin se apresuró a interrumpirle.
 -Pero no existe el menor indicio de que un jardinero haya estado viviendo y trabajando en esta casa. Nosotros..., es decir, la señorita Hayes y yo..., nos hemos hecho cargo de la testamentaria del difunto por disposición de nuestra firma. Todos los inventarios obran en nuestro poder. Puedo asegurarle que no hay ninguna indicación de que usted haya estado empleado aquí. No hay ninguna duda de que en los últimos cuarenta años no se dio empleo a ningún hombre en esta casa. ¿Es usted jardinero de profesión?
 -Soy jardinero -contestó Chance-. Nadie conoce el jardín mejor que yo. Desde que era un niño, he sido el único que ha trabajado aquí. Hubo alguien antes de mí..., un negro alto; se quedó sólo el tiempo suficiente para indicarme lo que debía hacer y para enseñarme el trabajo. Desde entonces, he trabajado solo. Yo planté algunos de los árboles -dijo, al tiempo que inclinaba el cuerpo en dirección al jardín- y las flores, limpié los senderos y regué las plantas. El Anciano acostumbraba sentarse en el jardín a descansar y leer. Pero luego dejó de hacerlo.
 El señor Franklin caminó desde la ventana hasta el escritorio.
 -Me gustaría creerle, señor Chance -dijo-, pero si lo que usted dice es cierto, como usted sostiene, entonces... por alguna razón difícil de desentrañar... su presencia en esta casa, su condición de empleado, no han sido asentados en ninguno de los documentos existentes. Es verdad -añadió, dirigiéndose a su asistente- que muy pocas personas trabajaban aquí; él se retiró de nuestra firma a los sesenta y dos años, hace ya más de veinticinco años, cuando la fractura de cadera le impidió moverse. Sin embargo -continuó-, a pesar de su edad avanzada, el difunto se mantuvo siempre al tanto de sus propios asuntos y todas las personas que empleó fueron inscritas como correspondía en nuestra firma para los pagos, seguros y demás. Después de la partida de la señorita Louise, la única anotación que figura en nuestros archivos se refiere al empleo de una criada "importada"; nada más.
 -Yo conozco a la vieja Louise. No recuerdo haber estado en esta casa sin ella. Todos los días me traía la comida a mi habitación y de tanto en tanto se sentaba conmigo en el jardín.
 -Louise murió, señor Chance -lo interrumpió Franklin.
 -Se fue a Jamaica -dijo Chance.
 -Sí, pero hace poco cayó enferma y murió -acotó la señorita Hayes.
 -No sabía que hubiera muerto -dijo Chance con voz queda.
 -Sin embargo -insistió el señor Franklin-, todas las personas empleadas por el difunto han recibido siempre los sueldos que les correspondían. Nuestra firma estaba al cargo de esos asuntos; de ahí que estén asentados en nuestros libros todos los detalles relativos a esta propiedad.
 -No conocí a nadie más que trabajara en la casa. Siempre estuve en mi habitación y trabajé en el jardín.
 -Quisiera creer lo que usted me dice. Sin embargo, por lo que hace a su presencia anterior a esta casa, no tenemos el más mínimo indicio. La nueva criada no tiene idea del tiempo que ha estado usted aquí. Nuestra firma ha tenido en su poder todas las escrituras, cheques, reclamaciones por seguros, durante los últimos cincuenta años. -El señor Franklin sonrió-. En la época en que el difunto era socio de nuestra firma, algunos de nosotros no habíamos nacido todavía o éramos muy, muy jóvenes.»
 [El fragmento pertenece a la edición en español de MDS Books/ Mediasat, en traducción de Nelly Cacici. ISBN: 84-96075-12-5.]

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