sábado, 1 de agosto de 2020

Obra poética.- Léopold Sédar Senghor (1906-2001)

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Mujer negra [del libro Cánticos de Sombra]

  «Mujer desnuda, mujer negra, / vestida con tu color que es vida, con tu forma que es belleza.
He crecido a tu sombra; la dulzura de tus manos era como una cinta para mis ojos, / y resulta que ahora,
en medio del Verano, en el corazón del Mediodía, te descubro, desde lo alto de un collado calcinado, / tierra prometida.
Y tu belleza me sacude en pleno corazón, como un relámpago de águila.
Mujer desnuda, mujer oscura.
Fruto maduro de la carne prieta, oscuros éxtasis del vino tinto, boca que cambia en lírica mi boca,
sabana de horizontes purísimos, sabana estremecida en las caricias fervientes del viento de Levante,
tam-tam esculpido, tam-tam tensado que retumba golpeado por los dedos vencedores;
tu voz grave de contralto es el canto espiritual de la Bien Amada.
Mujer desnuda, mujer oscura.
Aceite que no plisa ningún soplo, aceite apaciguado en el costado del atleta, en el costado
de los príncipes de Malí,
gacela de lazos celestes, las perlas son estrellas por la noche de tu piel,
placeres del espíritu que juega,
son los reflejos del oro rojo por tu piel que hace aguas, a la sombra de tu pelo,
mi angustia se ilumina
por los soles cercanos de tus ojos.
Mujer desnuda, mujer negra.
Yo canto tu belleza que pasa, forma que fijo en lo Eterno,
antes de que el Destino envidioso te transforme en cenizas que alimenten las raíces de la vida.

Nieve en París [del libro Cánticos de Sombra]

 Señor, has visitado París el día mismo de tu nacimiento.
Porque se estaba volviendo mezquino y malvado
lo has purificado en el frío incorruptible,
en la muerte blanca.
De madrugada, hasta la chimeneas fabriles que al unísono cantan,
desplegando cual frondas sus blancos retales.
-“¡Paz a los hombres de buena voluntad!”
Señor, le has ofrecido la nieve de tu paz a un mundo dividido, a una Europa dividida,
a una España desgarrada,
y el Rebelde judío y el católico han disparado sus mil cuatrocientos cañones contra las montañas de tu Paz.
Señor, he acogido tu blanco frío que quema aún más que la sal.
Mira mi corazón que se derrite como nieve en el sol.
Me olvido
de las manos blancas que dispararon los fusiles que derrumbaron los imperios,
las manos que flagelaron los esclavos, y que te flagelaron,
las manos blancas polvorientas que te abofetearon, y las manos pintadas que me han abofeteado,
las manos firmes que me han condenado a la soledad y al odio,
las manos blancas que talaron los bosques de borasos que reinaban en África, en el centro de África,
rectos y duros, los saraes tan hermosos como los primeros hombres que salieron de tus manos morenas.
Talaron la selva negra para hacer traviesas de ferrocarril,
talaron las selvas de África para salvar la Civilización, porque les faltaba la materia prima humana.
Señor, no sacaré mi reserva de odio, lo sé por los diplomáticos que hoy nos enseñan sus afilados caninos
y que negociarán mañana con la carne negra.
Mi corazón, Señor, se ha fundido como la nieve por los tejados de París,
en el sol de tu dulzura.
Y es dulce con mis enemigos, con mis hermanos, los de las manos blancas sin nieve,
pero también por culpa de las manos de escarcha, de noche, que recorren mis mejillas ardientes.

Ya es tiempo de marcharse [de Más allá de Eros, del libro Cánticos de Sombra]
Obra poética - Ediciones Cátedra
 Ya es tiempo de marcharse, ya no debo hundir más mis raíces de ficus en la tierra ubérrima y blanda.
Oigo el ruido punzante de las termitas que vacían mis piernas de su juventud.
Ya es tiempo de marcharse, de enfrentarse a la angustia de las estaciones, al viento que comba y afeita los andenes de las estaciones de provincia sin techo,
la angustia de las partidas sin una mano cálida en tu mano.
Tengo sed, tengo sed de espacios y de aguas nuevas, tengo sed de beber en la urna de un rostro reciente en el sol,
y no me alejan el ansia ni los cuartos de hotel ni la soledad retumbante de las grandes ciudades.
Es ya primavera -¡partamos!- este sudor nocturno, el despertar embriagado… la espera…
Escucho, aérea –y más hondo el redoble de las ruedas por los rieles- la larga trompeta que le interroga al cielo.
Mas tal vez sólo sea el relincho silbante de mi sangre que se acuerda
cual potro encabritado que cocea en la aurora del último Marzo.
Ya es tiempo de irse.
Está claro que éste es tu mensaje.
¿Era en baile de la Primavera donde tus ojos abiertos te precedían?
Tú, tan semejante a aquella de antaño, con tu cara sarracena y tu cabeza negra que restallaba como la cumbre de Esterel.
Tus compañeras se apartaban, días lechosos de invierno o palomas bajo las flechas de una diosa.
Mi mano reconocía tu mano, mi rodilla tu rodilla, y volvimos a encontrar el ritmo primero,
y te marchaste.
Ya es tiempo de irse.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 1999, en traducción de Javier del Prado. ISBN: 84-376-1733-2.]
     

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