Sobre pájaros y animales
«Pero cuando se despertó a la mañana siguiente, dos dormían como una cálida bola de algodón. El tercero yacía muerto bajo la percha, con las alas medio extendidas, las patas rígidas y los ojos entreabiertos. Como si no conviniera que los otros vieran el cadáver, lo sacó y, sin decírselo a la criada, lo tiró al cubo de la basura. "Una horrible especie de asesinato", pensó.
¿Cuál había muerto?, se preguntó contemplando la jaula. Contrariamente a lo que hubiera esperado, el superviviente parecía ser la hembra antigua. Su afecto por la antigua era mayor. Tal vez el favoritismo le hizo pensar que era la superviviente. Vivía sin familia, y el favoritismo le molestaba.
-Si ha de hacer tales distinciones, ¿por qué vive con pájaros y animales? Hay un buen objeto para sustituirles llamado ser humano.
Se considera que los reyezuelos de corona dorada son débiles y mueren pronto; pero su pareja era muy sana.
Compró un alcaudón recién nacido a un cazador furtivo y éste fue el principio: se acercaba la estación en que no podría salir por tener que alimentar a las crías que llegaban de las montañas. Pétalos de wistaria caían sobre el agua cuando sacó el barreño a la veranda para bañar a los pájaros.
Mientras escuchaba los aleteos contra el agua y limpiaba las jaulas, oyó voces infantiles detrás de la cerca. Parecían estar esperando la muerte de algún pequeño animal. Se encaramó sobre la cerca, pensando que tal vez uno de sus cachorros de terrier se hubiera extraviado fuera del jardín. Era una cría de alondra. Incapaz aún de sostenerse sobre las patas, se tambaleaba sobre el montón de basura. Se le ocurrió la idea de darle amparo.
-Es de aquella casa -un chico de la escuela primaria señaló una casa verde frente a la cual crecían unas paulonias de aspecto venenoso-. Lo han tirado. Se morirá, ¿verdad?
-Sí, morirá -dijo fríamente, alejándose de la cerca.
La familia de la casa verde tenía tres o cuatro alondras. Probablemente se habían deshecho de una que no quería cantar. El impulso piadoso le abandonó con rapidez; no tenía objeto quedarse con un pájaro que había sido desechado como si fuera basura.
Hay pájaros entre cuyas crías es imposible distinguir al macho de la hembra. Los tratantes bajan de las montañas cestas llenas de ellas y se desprenden de las hembras en cuanto pueden reconocerlas. La hembra no canta y no se vende. El amor hacia pájaros y animales se convierte en una búsqueda de los superiores, y de este modo la crueldad echa raíces. Estaba en su naturaleza querer a cualquier animal doméstico en cuanto lo veía, pero sabía por experiencia que este afecto fácil era de hecho una falta de afecto, y que causaba un retraso en el ritmo de su vida. Y por este motivo, por muy hermoso que fuese un animal, por mucho que le encarecieran que se quedase con él, se negaba a quedárselo si había sido criado por otra persona.
En su soledad, llegó a su arbitraria conclusión: no le gustaba la gente. Maridos y esposas, padres e hijos, hermanos y hermanas: los vínculos no se rompían con facilidad ni siquiera con la persona menos satisfactoria. Había que resignarse a vivir con ellos. Y todo el mundo poseía lo que se llama un ego.
En cambio, había cierta pureza triste en convertir en juguetes las vidas y costumbres de los animales, y, decidiéndose por una forma ideal, en cruzarlos de una manera artificial y pervertida: existía en ello una innovación divina. Con una sonrisa sarcástica, excusó como símbolos de la tragedia del universo y del hombre a estos amantes de los animales que atormentan animales, buscando siempre una raza más y más pura.
Una tarde del noviembre pasado fue a verle el dueño de una perrera que parecía una naranja arrugada debido a una afección del riñón o algo por el estilo.
-Una cosa terrible. Le quité la correa cuando llegamos al parque y la perdí en la niebla durante menos de un minuto, y ya tenía un perro encima. La aparté y la cosí a puntapiés hasta que no pudo levantarse. No comprendo cómo concibió, pero suele ocurrir justamente cuando no se desea.
-Y usted es considerado un profesional.
-Sí, no puedo decírselo a nadie, es algo muy embarazoso. Maldita perra. En pocos segundos me hizo perder cuatrocientos o quinientos yens* -sus labios amarillentos temblaban.
El altivo doberman seguía, escabulléndose, con la cabeza gacha, y miraba con miedo al enfermo renal. La niebla llegaba a grandes oleadas.
El perro tenía que venderse a través de los buenos oficios del hombre. Sería un descrédito para él, insistió, si, una vez vendido, tenía una camada mixta; pero algún tiempo después, evidentemente corto de dinero, el hombre vendió a la perra sin decir nada. Dos o tres días más tarde, el comprador acudió a verle, llevando la perra. Al día siguiente de haberla adquirido había tenido una camada muerta.
-La criada la oyó gemir y abrió el postigo y vio a la perra bajo la veranda, comiéndose un cachorro. Estaba sorprendida y un poco asustada y no podía ver bien en la oscuridad. No sabemos cuántos cachorros nacieron, pero ella cree que la perra se comía al último. Llamaron al veterinario inmediatamente, y éste dijo que ningún propietario de perros debe vender una perra preñada. Ésta debió ser montada por un perro callejero y su dueño le había pegado casi hasta matarla. Dijo que no había sido un nacimiento normal y que tal vez la perra ya tuviera la costumbre de comerse a sus cachorros. Tuve que quedarme de nuevo con ella. Todos estamos furiosos. Es algo terrible hacer esto a un animal.
-Déjeme ver -repuso con aire despreocupado, levantando la perra y tocándole las tetillas-. Ya ha tenido camadas otras veces. Empezó a comerlas porque estaban muertas -habló con indiferencia, aunque él también estaba furioso y apenado.»
*Unos cien dólares.
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1983, en traducción de Pilar Giralt. ISBN: 84-7530-162-2.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: