martes, 18 de agosto de 2020

Antología poética.- António Osório (1933)

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Aglomeración de abejas [de Aforismos mágicos]

  «Aforismos mágicos, incluso en sánscrito, no existen: el mundo es heredero de sí mismo, de ritmos y ordenaciones alternantes.
 Cuando mucho, puede haber aforismos análogos a pases de magia: aislados, facilísimos y, a veces, sutiles.
 Aforismo poético: un esplendor sensible, en el que la razón participa soñando, y que enaltece seres y cosas dilectos, o que revuelve, inconciliable, el cielo y la tierra.
 Quintaesencia extraída de otras, en extrema o extremada decantación.
 A la sabiduría de la duda prefieren algunos la sabiduría de la busca.
 Jamás la concisión es ingeniosa, corresponde al grado de simplicidad interior.
 Los gemelos conllevan una doble y precisa curiosidad; exactamente como los aforismos.
 El más bello "aforismo" de Saba: nulla riposa della vita come la vita.
 Sin excepción conocida, las sepulturas familiares comprueban la más lapidaria greguería de Ramón Gómez de la Serna: "La muerte es hereditaria".
 Los centauros, los hombres-caballos, proyectan un único deseo común.
 El esplendor del caballo es consecuencia de lo siguiente: en uno blanco, auténtico, candidísimo, vendrá, en el Apocalipsis, Cristo; y es la imagen sin caballero, de Buda, él mismo, definitivamente ausente.
 Ningún pobre aspira a la pobreza; es necesario tener mucho, y sentirse confundido de afianzar tan poco.
 Cuando simula la muerte del toro, el espada piensa que ha dejado un ambivalente aforismo.
 Con desplante, el aforismo elige los terrenos más peligrosos, para ligar su faena de redondos circulares entre la vida y la muerte.
 Al contrario de la ley, que las coloca después de las necesarias y de las útiles, lo que queda de una civilización (o de un individuo) son las mejores suntuarias.
 Desde el punto de vista de las abejas, el colmenero se encuentra en permanente estado de gracia.
 Lo máximo que puede desear un aforista: asir una aglomeración levitante de abejas.
 Todos los refraneros se repiten y se perpetúan por su clara rudeza.
 Los aforismos de Dios no debían ser sólo inconmensurables, debían ser literalmente milagrosos.
 Los que aplauden al comandante por el suave aterrizaje, quieren la perfección incólume de la vida.
 Ante la persona que se ama, y si está desnuda y a nuestro lado, el embarazo, la gran duda es no saber por dónde se debe empezar.
 Acaricia a un caballo en la grupa y haz lo mismo al dorso de una coneja núbil: pertenecen a una amplia comunidad.
 En los más cercanos símbolos celestes, Sol y Luna, se encuentran los más altos símbolos humanos, Cristo y Buda.
 Más vale un corazón dócil, inerme, transmigrante, que tres centinelas de guardia.
 No se debe comerciar con el amor, aunque sea posible vivir de él.

Mendigo de ojos [de El lugar del amor]

 Dioses, ¿cabrá en vuestro seno alguien / que de la inmortalidad dude?
¿Aceptáis un amuleto, algo que del pasado / os proteja? Es verdad, el escarabajo
resucita, el pardo escarabajo del desierto, / ¿pero qué hacer de su bola de excrementos
tejida a semejanza de la seda? / ¿Será el lodo de los humanos? ¿Cuántos
dioses me piden la palabra, que dibuje / en este papiro su jeroglífico en oro
y minerales de cobre, cobalto, adicionando / cola al blanco de tiza y al blanco de yeso?
 Dentro del túmulo de Nofretari, el escriba, decenas / de adolescentes liceales viendo la muerte, y dos
guías, una tímida, otra, de blue jeans, espléndida. / ¿Tímida por temer a su cuerpo? ¿Espléndida por saber utilizarlo?
 ¿Cuál me daría mayor placer? / Ninguna daría el placer de mirar
a estos jóvenes dentro de un túmulo, / estos hijos que renacen de los muertos
y otros muertos inventan, / acariciándose las manos,
dejando el talismán de sentir el fin lejos.
 Dioses, permitid que yo escriba / como los astronautas cuando son expulsados de la tierra,
su corazón late a ciento veinte pulsaciones, / dejan la cola abrasadora de un cometa,
permitid que yo escriba / como estos pintores fúnebres
que delicadamente iluminan todo lo que sabían / del mundo y eran dentro de la roca mendigos
de profesión, mendigos de ojos.

Azor [de La ignorancia de la muerte]

 Aterciopelado / carnicero de nidos
y padre solícito, helo / ahogador de un pato salvaje:
las patas sumergen al amigo / del agua: barco
hundido poco a poco, expira. / A la orilla lo lleva;
oculto, acuchilla. / Y Dios lo ha visto todo, ciego.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Olifante, Ediciones de poesía, 1986, en traducción de Ángel Crespo. ISBN: 84-85815-11-4.]

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