viernes, 7 de agosto de 2020

Enderby por dentro.- Anthony Burgess (1917-1993)

Resultado de imagen de anthony burgess 
III
1
Uno

  «-No tiene que preocuparse en absoluto por eso -dijo el doctor Preston Hawkes-. Las placas son negativas: no hay tuberculosis, ni carcinoma ni nada.
 Sostenía un par de retratos borrosos del interior de Enderby.
 -Eso es todo, entonces.
 Poseía una sonora voz del norte, algunas de las vocales eran aproximaciones caseras al modelo lingüístico oficial.
 -Puede irse muy tranquilo.
Era joven y poseía una buena dentadura, estaba bronceado y tenía el cabello alborotado como para anunciar, de forma suplementaria, las propiedades saludables del sanatorio en que trabajaba.
 -Si el bicarbonato le ayuda a combatir la dispepsia, siga entonces con el bicarbonato. Pero básicamente su estómago y sus intestinos están perfectamente sanos.
 -¿Quiere usted decir que es bastante improbable -le preguntó Enderby- que me muera en un futuro próximo?
 -Oh, mi querido amigo -les respondió el doctor Preston Hawkes-, eso ninguno de nosotros puede saberlo. Además de los accidentes normales de la vida, el ser atropellado o que uno muera electrocutado o como consecuencia de un patinazo en el cuarto de baño, siempre puede haber algún factor desconocido que se haya escapado al examen. Sabemos muchas cosas -le confesó lleno de confianza- pero no lo sabemos todo. Pero por lo que he podido ver, usted está físicamente sano y es muy probable que viva muchos años -miró a Enderby resplandeciente como a una rodaja de patata frita-. Es evidente que su tono no es tan bueno como debería ser. Haga ejercicio: tenis, golf, paseos. Tendría que adelgazar un poco. No coma fritos ni demasiadas féculas. Usted es un trabajador sedentario, ¿no es así? ¿Oficinista o algo similar?
 -Quizás en el más viejo sentido -le dijo Enderby-. Soy poeta -añadió tristemente.
 -¿Quiere usted decir -preguntó el doctor Preston Hawkes con incredulidad- que ése es su trabajo?
 -Era -contestó Enderby-. En realidad ésa es la razón que me ha traído hasta usted. Ya no escribo poemas, comprende.
 -Oh -el doctor Preston Hawkes comenzó a ponerse nervioso; comenzó a golpear con los dedos haciendo ejercicios en sentido contrario sobre el escritorio, con una sonrisa fija y nerviosa. Luego habló con un tono despreocupado y efusivo:
 -Bien, creo que difícilmente, quiero decir que eso no tiene nada que ver conmigo, ¿no es así? Quiero decir, había pensado..., es decir, si usted se ha propuesto no escribir más poesías, bueno, buena suerte. Le deseo toda la suerte y esas cosas que se dicen. Pero, eso es únicamente asunto suyo, ¿no es así? De cualquier manera, eso es lo que yo creo.
 Comenzó entonces a ejecutar, aunque de forma poco hábil, el ritual del hombre cuyo tiempo es valioso: un síndrome caracterizado por remover nervioso entre los papeles mirando el reloj, escrutando exoftálmicamente por encima de la cabeza de Enderby como si el siguiente paciente estuviera aprisionado entre la puerta y el dintel.
 -No -dijo Enderby-, no me ha entendido bien. Lo que quiero decir es que ya no podré escribir poesías nunca más. Lo intento y lo vuelvo a intentar, pero nada sucede, no me sale nada. ¿Entiende lo que quiero decir?
 -Oh, sí -dijo el doctor con una sonrisa recelosa-. Ya lo entiendo. Pero yo no me preocuparía mucho si estuviese en su lugar. Quiero decir que hay otras cosas en la vida, ¿no es cierto? Luce el sol, hay niños jugando.
 Eso era literalmente cierto; el doctor Preston Hawkes alzó una mano como si quisiese conjurar la cálida tarde que se colaba a través de la ventana; en el camino de la playa se oyó el ruido de una riña de niños.
 -Quiero decir que escribir poesía no lo es todo en la vida, ¿no le parece? Debe limitarse a buscar otra cosa que hacer. Tiene toda una vida entera por delante. Aún le queda lo mejor.
 -¿Cuál es el objetivo de la vida? -le preguntó Enderby.
Enderby por dentro de Anthony Burgess: Planeta 9788408461999 ... Al médico se le iluminó el semblante ante esta pregunta. Era lo suficientemente joven como para tener respuestas, respuestas que recordaba con toda claridad de las discusiones llenas del humo de las pipas de cuando era estudiante.
 -El objetivo de la vida -contestó con rapidez- es vivirla. La vida misma es el fin de la vida. La vida es el aquí y el ahora y lo que uno pueda sacar de eso. La vida es vivir cada centímetro cuadrado y cada minuto. El fin es el proceso. La vida es lo que usted hace que sea. Sé lo que me digo, créame. Después de todo, soy médico.
 Sonrió hacia algo que estaba metido en un marco y colgado en la pared, el título debidamente certificado.
 Enderby movió la cabeza completamente abatido.
 -No creo que Keats le hubiera dado esa respuesta. O Shelley. O Byron. O Chatterton. El hombre -dijo Enderby- es un árbol. Da frutos. Cuando deja de dar frutos se le acaba la vida. Eso es por lo que me gustaría saber si voy a morir.
 -Mire -dijo el doctor malhumorado-, eso es un montón de tonterías morbosas. El deber de cada uno es vivir. Para eso está el Servicio Nacional de Salud. Para ayudar a la gente a vivir. Usted es un hombre sano con años de vida por delante y debería estar muy contento y muy agradecido. De otra manera, afrontémoslo, usted está blasfemando contra la vida y contra Dios y, sí, también contra la democracia y contra el Servicio Nacional de Salud. Y eso no es justo, ¿no le parece?
 -Pero, ¿para qué quiero vivir?
 -Yo ya le he dicho para qué tiene que vivir -le dijo el doctor cada vez más malhumorado-. No me estaba atendiendo, ¿no es así? Hay que vivir por el gusto de vivir. Y, por supuesto, también vivir para los otros. Vivir para su esposa y para sus hijos.
 Y dedicó una amorosa sonrisa de dos segundos a una fotografía que tenía encima de la mesa del despacho: la señora Preston Hawkes jugando con el señorito Preston Hawkes, el señorito Preston Hawkes jugando con un oso de peluche.
 -Tuve esposa durante muy poco tiempo -dijo Enderby-. La abandoné hace casi un año. Fue en Roma. No nos entendíamos. Estoy seguro de que no tenemos hijos. Creo que puedo estar absolutamente seguro de eso.
 -Muy bien, de acuerdo -dijo el doctor-. Pero seguramente hay muchas otras personas que le necesitan. Amigos, etc. Imagino -dijo con cautela- que aún queda gente a la que le gusta leer poesía.
 -Eso -dijo Enderby- ya está escrito. Ya está dicho todo. No me queda nada más. Y además -continuó- no soy de la clase de gente que tiene amigos. El poeta debe estar solo.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Planeta, 1998, en traducción de Ignacio Hierro. ISBN: 84-08-46199-0.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: