jueves, 6 de agosto de 2020

El testamento del hijo pródigo.- Soma Morgenstern (1890-1976)

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Libro segundo
8
Carta II

  «Que ninguna tristeza se deslice en las páginas que voy a escribir ha sido lo que decidí cuando compré este cuaderno en la librería de Samuel Zuckerkandl. Aquí, en Galitzia, se compra el papel para cartas en las librerías. Que ninguna tristeza invada estas páginas, esto es lo que deseo, pero este deseo apenas se cumple. No es que sea imposible pensar sin tristeza en la propia muerte. No hay muerte, sólo hay el final de la vida. Y mientras pueda escribir sobre estas hojas, no estoy diciendo adiós a la vida. Pero la tristeza no viene de este adiós. Viene de la vida, cuando se piensa en ella. Cuando se la vive no hay mucho sitio para la tristeza. Pero si se piensa en ella, hay tanta tristeza, que le disputa a la vida el espacio. El soldado que está en guerra, se podría creer, y es lo que se cree de forma insensata, el soldado en combate es un hombre en extrema actividad, que está pues en la verdadera realidad. No es verdad. El soldado dispara y clava y mata. Lo hace como en un sueño. No es esto, su realidad. El disparo, el golpe de bayoneta, el asesinato no son la realidad del soldado más que para el espectador. La realidad, para el soldado, es pensar en la vida. Es ésa su verdad. Todo el resto es embriaguez y mentira, engaño de los otros y de uno mismo.
 Ayer viví mi primer combate. Fuimos atacados por una patrulla de cosacos. Usamos el fusil y el arma blanca. Repelimos al enemigo. Cómo se desarrolló la acción, no sabría decirlo, tampoco quiero describir la lucha. Lo que quiero contarte es algo más extraño que una escaramuza en la frontera rusa. Tuve que defenderme de un cosaco que me atacaba con su lanza y me alcanzó el brazo izquierdo hiriéndome; es una herida ligera. Me defendí a golpe de sable. El cosaco había perdido su gorro durante la lucha y descargué mi sable sobre su cabeza desnuda. Fue al principio de la refriega. Mis ulanos hicieron prisionero al ruso herido. No hubo ninguna gesta heroica durante ese breve enfrentamiento, al menos por mi parte. Pero era la primera vez que participaba en un combate, era mi bautizo de fuego, como se dice: expresión enteramente sacrílega, de acuerdo con mi sentir del momento. No olvidaré en toda mi vida esa primera impresión. ¡Qué extraño fue todo! ¿En qué se piensa?, me decía a mí mismo en el instante mismo en que descargaba mi sable sobre la cabeza rubia del cosaco. ¿En su muerte? ¿En la patria? No. No es así. De forma harto extraña, en el momento mismo en que toda la fuerza de mi vida corporal estaba concentrada en mi brazo, en la empuñadura del sable, en mi mirada, frente a esa cabeza rubia de cosaco, no pude más que pensar en un episodio de mi infancia. Me acordé, en aquel instante, de mi hermano, de mi hermano Welwel.
 Ahora tengo que dejar de escribir. Estoy de servicio.
[…]

Carta VI

  He dudado hasta este momento en describirte un día de mi vida, el día en que me convertí en lo que llaman unos un converso, y otros un renegado. He vacilado, porque no pensaba tener frente a mí suficiente tiempo para emprender una evocación que no sé cómo empezar, cuánto durará y cómo acabará. Me acaban de llamar de vuelta a mi escuadrón con mi patrulla. Hasta he dormido unas cuantas horas en una verdadera cama. Ahora voy a intentar preguntarme, mientras pienso y escribo, si se puede juzgar atinadamente que sólo quise hacerme la vida más fácil.
Editorial Funambulista
 El desacuerdo con mi padre -hubo a lo largo de los años algunos graves conflictos, pero no voy a remontar hasta tan lejos, ello no haría más que confundirte, y quizás también a mí mismo; se trata por otra parte de conflictos conocidos de mi amigo Stefan, que muy probablemente te habrá contado-, el último desacuerdo con él, pues, que terminó con una ruptura y con el hecho de que más o menos fuera yo desheredado, tenía como motivo un amorío totalmente inocente con una joven campesina de nuestro pueblo. Fue, lo reconozco, un desliz, una de esas pequeñas intrigas juveniles... En el momento presente ya no comprendo cómo pude hacerle esto a mi padre. Mi padre, con toda evidencia, lo comprendió todavía menos, y se dejó arrastrar, para mi vergüenza, hasta el castigo corporal. Fue el primero y el último. Me pegó con un bastón; en aquel momento tenía diecinueve años. Fueron mis últimas vacaciones en la casa paterna. Una anterior disputa con mi padre se remontaba ya a muchos años atrás.
 Hacía ya tiempo que estaba separado de mi familia cuando abandoné el judaísmo. Tan sólo intercambiaba algunas líneas con mi muy querido hermano Welwel. Estaba solo en el mundo y tenía el derecho a sentirme liberado de todos los pequeños lazos humanos. Digo bien: pequeños. Pequeños vistos desde el sentido de una libertad tal como la comprendía en aquel momento. En el falso sentido de una falsa libertad, es así como lo siento ahora, cuando de hijo con el corazón duro que era, me he convertido en un padre con un corazón tierno. Era un judío creyente y seguí siendo un judío creyente, aun cuando ya no soy judío. Por este lado no recibí ninguna formación filosófica y religiosa, o no digamos teológica, y por el otro lado todavía menos. Vivía y vivo de la inspiración inmediata. Pero, me preguntarás sin duda, ¿cómo se pasa de un estadio extremo del judaísmo al cristianismo? Si se llega hasta el punto en el que el cristianismo no se te presenta más que como un judaísmo diseminado en el universo -y esto los mejores de entre los judíos lo saben tan bien como los mejores de entre los cristianos-, si se llega hasta ese punto, todo lo que se encuentra en el intervalo aparece como una disputa sobre la manera de revestir lo inexpresable. ¿El Antiguo Testamento? ¿El Nuevo? No hay nada en el Nuevo que no esté ya en el Antiguo. Es verdad que el sol brilla de un modo distinto por la mañana que al mediodía, y de modo distinto al mediodía que al atardecer. Pero ¿no es acaso el mismo sol, sea la mañana, el mediodía o el atardecer? ¿Y quién, incluso aunque se tratara de un esteta petulante, se atrevería a decidir el momento en el que es más bonito? ¿Por la mañana? ¿Al mediodía?¿Al atardecer?
 Ves, hijo mío: tan pronto intenta uno hacer las cosas con celo, se ve inmediatamente invadido por el estridente espíritu y la ruidosa lengua del zelote. Y no me gusta nada esa lengua.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Funambulista, 2010, en traducción de Ramón Vilardell Jové y Emma Neuberg. ISBN: 978-84-96601-86-4.]

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