21
«Me puse a rezar a trancas y barrancas, como pude. Mis labios empezaron a moverse, y por primera vez en mi vida, me dirigí a Dios.
¡Señor! Aquí estoy de rodillas ante Ti. Hasta ahora sólo había pronunciado Tu nombre en momentos de placer y mezclado con dulces suspiros. Perdona, pero no era para ofenderte sino por costumbre e ignorancia. Pero hoy es otra cosa. Tú lo sabes todo de mí. Conoces incluso el humilde rezo que voy a dirigirte, en el que no voy a tratar de encontrar las palabras más convenientes, porque eso sería ir con picardía. Tú sabes también lo que me va a suceder después de esta plegaria, mañana, pasado mañana y en días sucesivos. Conoces la hora de mi muerte, pero tal vez puedas cambiarla si me arrepiento. Tú sabes incluso si voy a arrepentirme o no. ¿Qué debo hacer? Las cosas no han sucedido como se las he contado a Vitali. Tú eres el único que sabe cómo han sido en realidad. Yo ya no comprendo nada de nada. Xenia tenía razón cuando dice que tengo más culo que cabeza. Y es que las mujeres somos así. ¿Qué quiero decirte, entonces? ¿Qué es lo que quiero pedirte? Quiero pedirte...
Las palabras empezaron a salirme a chorro. El primer rezo es como el primer amor: se olvida uno de todo y llora.
¿Dónde está la justicia? Hay mujeres mucho peores que yo, mucho más canallas, que viven maravillosamente bien, en medio del lujo y mimadas por sus maridos... Desde luego que he cometido pecados. Pero ¿he merecido un castigo tan horrible? ¿Es por haber ayudado a Leonard a morir? Si es así, vamos a dejar las cosas claras. Él fue el primero en no cumplir la promesa que me había hecho de casarse conmigo. El polvo de lo cotidiano se mezcla en mi plegaria. Perdona, pero tienes que reconocer que toda nuestra vida en la tierra no es más que polvo coloreado. No se había casado conmigo, los años pasaban y yo ya había comenzado a perder la esperanza, sobre todo teniendo en cuenta que Carlos se había ido. ¿Qué podía hacer? Sí, corrí por ese campo, pero no lo hice por mí. Me dirás que trataba de convertirme en una santa o simplemente en una heroína nacional. ¡Pero he arriesgado mi vida! ¿Qué más se puede hacer? Se es santo o héroe precisamente porque se colocan los intereses del pueblo por encima de la propia vida. ¡Y si el santo es un poco pillo, y al hacerlo piensa en sí mismo porque no puede hacer otra cosa, eso es asunto suyo! Yo he aceptado la muerte porque había oído una voz y me sentía capaz de cumplir mi misión. ¡Lo que pasa es que no contaba con que a nuestra brujería rusa no es capaz de vencerla ni la mujer más seductora! El cebo tenía que ser mucho más dulce... No he pensado en cuál podía ser ni quiero pensarlo. Perdona la grosería, pero la he cagado. Y ahora, una nueva desgracia: Leonard. Ha venido y me ha follado. ¿Por qué? Dice que quiere casarse conmigo. Pero ¿es posible casarse con un muerto? Dice que somos dos almas gemelas, que hemos vivido en otra época sin habernos encontrado. Y que cuando nos hemos encontrado por fin ha sido para volver a separarnos. Que se ha dado cuenta de eso después de muerto, cuando ya era demasiado tarde. Y ahora languidece en la antecámara celeste que Tú le has asignado, de la que al parecer todavía puede volver. Ha venido a verme antes de perder definitivamente su forma para decirme que su amor no había hecho más que aumentar después de su muerte. Eso es. Y ahora dime Tú lo que yo tengo que hacer. Lo más terrible de todo no es que me haya follado, aunque también eso me da miedo, sino que me haya pedido que vaya con él... Y yo lo estoy dudando. Vitali, que está aquí a mi lado de rodillas, me ha dicho cuando veníamos que todos los caminos conducen a Dios, pero que hay poca gente que se atreva a seguirlos. La mayoría se paran al dar el primer paso y no se mueven más hasta el final de sus días. "Pero tú, Ira, has ido muy lejos", me ha dicho Él. "Sí, hasta el infierno", le he respondido. Seguro que ahora me vas a preguntar qué es lo que quiero. Si lo que quiero es un marido como Carlos. Si me bastaría con eso. Pues te diré que "sí". Aunque sé que estarás algo decepcionado. Quería ser santa y me conformo con tan poco. Carlos o un cosmonauta cualquiera. Mira, un cosmonauta no. No me iría un cosmonauta. No pararía de llorar mientras él volaba por el cosmos.
-¡Estoy confundida, Señor! He empujado a un hombre a la muerte y ahora me quejo de que me viene a ver.
-¿Qué vamos a hacer, entonces?
-Mi fe es tan débil, Señor, que algunas veces escribo Tu nombre con minúscula. ¡Estoy completamente perdida, Señor! ¡Dame tiempo! Deja que te comprenda a Ti y también a mí misma.
-No lo conseguirás, Ira.
-¿Y por qué no?
-Porque no te ha sido dado.
-¿Y qué es lo que me ha sido dado entonces, Señor?
-Que vivas entre la gente e ilumines su miseria y fealdad.
-¡Señor! ¿Hasta cuándo voy a tener que mirar a los hombres para atestiguar su negrura? Sí, conozco un montón así. Feos, monstruosos y que me han decepcionado. Pero ¿será posible que no valga para otra cosa que para señalar su ignominia? ¡Tú, Señor, los ves de manera diferente! ¡Tú perpetúas y multiplicas la especie, y no los quemas en tu ardiente brasero! ¿No Te pertenezco? ¡Sí, soy tuya! ¡Tuya! ¡No me entregues a ningún otro! ¡Te lo ruego! ¡Dame otros ojos! ¡Redímeme, Señor!
-No, Ira.
-¡Señor! ¿Se puede acaso privar de esperanza a los hombres?
-Cuando hayas cumplido tu destino, vendrás a Mí y Yo te lavaré. Ese día está cercano, pues tu belleza se está agostando...
-¡Pero si ni siquiera he sido madre, Señor! ¡Concédeme al menos eso!
Vitali me estaba sacudiendo por el hombro.
-¡Calla! ¿Estás loca? ¡No se puede gritar en las iglesias!
Las mujeres de la limpieza se acercaban con aire amenazador y las faldas remangadas. Vitali se levantó y se les acercó. Un pope se asomó a una de las puertas laterales, me miró y desapareció. Más tarde supe que se trataba del padre Veniamín. Vitali, deprisa y en voz baja, trataba de explicar algo a las mujeres de la limpieza. Pero éstas denegaban insistentemente con las cabezas. Vitali me arrastró hacia la puerta. A nuestra espalda, las mujeres no hacían más que soltar tacos.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 1991, en traducción de Helena S. Kriúkova y Vicente Cazcarra. ISBN: 84-339-1154-6.]
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