sábado, 29 de agosto de 2020

En defensa de España: desmontando mitos y leyendas negras.- Stanley G. Payne (1934)

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Introducción
Un país exótico: mitos y leyendas
Envidia y desconocimiento 

  «Durante quinientos años, la imagen que España ha proyectado en otros países ha sido resultado más de una estampa descrita por escritores, viajeros y autores de panfletos extranjeros que de un cuadro dibujado deliberadamente por los propios españoles quienes, como es lógico, también han creado su propia imagen, que ha ido variando con el paso de los siglos. La primera representación que existe es la famosa "Alabanza de España" en la Historia de los godos, escrita por San Isidoro en la primera parte del siglo VII, cuando en la Península comenzó a formarse la idea de una España más o menos unida e independiente. El texto seguía la forma de los "elogios" clásicos latinos, muy frecuentes en la Edad Media, con su particular dosis de exageración.
 En los siglos de formación no hubo demasiados escritos y referencias a España realizados por visitantes y críticos extranjeros que nos hayan dejado una idea general de los contornos del país. A partir del siglo XI sí llegaron a la Península viajeros de otras partes de Occidente que escribieron comentarios de algún aspecto concreto, como el Camino de Santiago, las cruzadas o el clima. En aquel momento, los reinos españoles formaban parte de Occidente en todos los sentidos y, si bien poseían una especificidad geográfica por ser la frontera del suroeste con el mundo musulmán y África, no eran considerados lugares exóticos. Las instituciones y las costumbres cotidianas eran semejantes a las del resto de Europa, hasta el punto de poder afirmar que en esta época la imagen de España fue la más "normal" de todas las que se sucederían hasta finales del siglo XX.
 Los viajes fueron cada vez más frecuentes durante los siglos XVI y XVII y fue en este momento cuando comenzó a formarse la imagen exótica de España como la única tierra occidental en la que podían encontrarse -y en grandes cantidades- tanto judíos (luego conversos) como musulmanes, realidad que, por supuesto, era palpable desde hacía siglos, aunque no se hubiera reflejado en ningún escrito. De hecho, los peregrinos del Camino de Santiago normalmente se quedaban en el extremo norte, en las regiones más "cristianas", es decir, más "europeas", donde apenas había judíos y musulmanes. Y también, ya a finales del siglo XV, numerosos viajeros europeos se sorprendieron por la presencia de "moros blancos" en España. La idea general era que los musulmanes, esencialmente árabes, tenían la tez oscura y, sin embargo, la mayoría de los mudéjares -descendientes sobre todo de conversos hispanos- tenían un aspecto semejante al de los europeos, si bien sus ropas y sus costumbres eran las propias de los musulmanes.
 Los viajeros, principalmente franceses, cada vez se mostraban más duros en sus críticas. No se acostumbraban ni a las pequeñas raciones de comida -algo que, huelga decir, cambiaría en el futuro-, ni a la ausencia de cerveza y de mantequilla, ni a la profusa utilización de ajo, aceite de oliva y azafrán. En aquellos años, el racismo y el rechazo al extranjero eran normal en Europa -algunos insistían en que los ingleses eran los peores: "Los ingleses odian a todos los extranjeros" decían-, pero tal como señalaron bastantes visitantes, los españoles parecían ser ciertamente xenófobos. La arrogancia era el rasgo más comentado, tanto dentro como fuera del país, y a los viajeros les extrañaban las actitudes "orgullosas" de las clases bajas, incluso de los mendigos que insistían en que se les tratara con el título de "señor" y que los visitantes se descubrieran cuando les concedían su caridad.
 Durante el siglo XVI apareció una imagen dual de España, como una sola entidad política, la monarquía hispánica, y como "España" a secas, que era como habitualmente se la nombraba en Europa. El país inspiraba respeto -teñido de miedo-, pero, posteriormente, hacia el fin del siglo, surgió la llamada "leyenda negra" -expresión que terminaría escribiéndose con mayúsculas-, que se mantuvo viva durante medio milenio.
 La acuñación del término se atribuye al políglota, escritor y funcionario progresista Julián Juderías, que publicó un libro titulado La leyenda negra, en 1914, con el objeto de refutarla. Sin embargo, María Elvira Roca Barea ha demostrado que la primera persona que empleó el término en público fue Emilia Pardo Bazán, en 1899, en París, durante una conferencia que formó parte del intenso debate sobre España que hubo a finales del siglo XIX y principios del XX.
 Que sepamos, las primera críticas a los españoles surgieron en Italia, a finales del siglo XV, cuando las fuerzas militares de la monarquía se habían convertido en una entidad más poderosa que la de la antigua Corona de Aragón. Pero esas denuncias no adoptaron su forma definitiva hasta finales del siglo XVI, especialmente a raíz de los textos de autores protestantes ingleses y holandeses. En aquel momento, España era la principal potencia militar y, de manera un tanto siniestra, la punta de lanza de la Reforma católica contra el mundo protestante. Como es bien sabido, el texto español más conocido de la época era La brevísima relación de la destrucción de las Indias, de fray Bartolomé de las Casas.
 Los españoles eran criticados por la tiranía ejercida sobre otras sociedades, por su opresión tanto de indios como de europeos, por su violencia y crueldad, por su sadismo -término que tardaría dos siglos en acuñarse-, por ser gente atroz por naturaleza, por su fanatismo religioso, siempre dispuestos a imponer su fe por medio de la violencia, infligiendo torturas bárbaras a quienes no profesaran su religión y sirviéndose dela Inquisición para imponer la tiranía, el sufrimiento y la ignorancia. Esta leyenda negra se mantuvo bastante tiempo y, de hecho, diversos aspectos han perdurado hasta nuestros días. Desde la última parte del siglo XX, gracias al estudio de imágenes, representaciones y percepciones, la literatura sobre la leyenda negra ha experimentado un nuevo auge.
 Es verdad que siempre se siente animadversión hacia el poder dominante, como ha ocurrido con Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y Rusia. De ahí que en el inteligente libro titulado La leyenda negra: historia y opinión (1993), Ricardo García Cárcel relativice el asunto para demostrar que tanto los conceptos como las realidades cambian con el tiempo -por ejemplo, en el siglo XIX se hablaba de "leyenda amarilla", expresión que posteriormente desapareció-. La mayor parte de la tesis de García Cárcel es cierta pero, aún así, hay que reconocer que la leyenda negra, en sus diferentes aspectos, ha sido invocada con mucha más frecuencia en la Historia de España que en la de cualquier otro país occidental. De hecho, si se emplea el término "leyenda negra" sin ningún añadido, todo el mundo asume que nos estamos refiriendo a España. El concepto trata del odio y del desprecio pero, en muchas ocasiones, sobre todo hasta el siglo XVII, se observan grandes dosis de envidia y resentimiento en esas imágenes estereotipadas, lo que no sucederá a partir de entonces, cuando el declive de España comienza a ser más que notable.
 A finales del siglo XX, en pleno dominio de las doctrinas de la corrección política, todos los países occidentales fueron denunciados por xenofobia, imperialismo, racismo, genocidio y atrocidades de todo tipo, pero lo cierto es que existe una larga historia sobre la aplicación de esos conceptos a España y a los españoles avant la lettre, mucho antes del auge de dichas doctrinas. Hace tiempo que Philip Powell citó el informe del American Council on Education, que apareció en 1944, destacando el carácter continuo de los prejuicios antihispánicos en los manuales escolares de Estados Unidos. Powell habla de una "leyenda negra de la ineptitud, crueldad, capacidad para la traición, codicia y fanatismo de los españoles" (y en menor grado, de los portugueses).
 Ni mucho menos esto quiere decir que no hayan existido crímenes y atrocidades en la historia del país. Claro que los hubo, como en la historia de cualquier país o imperio, pero para aclarar conceptos y estereotipos tendríamos que hacer una comparación sistemática y objetiva con otros países. Atrocidades hubo por parte de las fuerzas de los Habsburgo en los Países Bajos -que en su mayor parte no eran españolas-, como las hubo en las primeras décadas de la conquista de América. En cambio, la lucha por tratar con justicia a los indios adoptó en España, desde mediados del XVI, mayores dimensiones que en cualquier imperio transoceánico. Los primeros ingleses en Virginia declaraban que no querían repetir los crímenes de los españoles pero, cuando tuvieron lugar las guerras con los indios, encontraron que el único modo de librarlas con eficacia era destruyendo sus aldeas y casi practicando una versión del genocidio -palabra entonces desconocida-. En otros territorios norteamericanos, la mayor parte de los indios sobrevivieron, como en Hispanoamérica, donde la población india era más numerosa. En cualquier caso, la causa principal de mortalidad de los autóctonos, tanto en América del Norte como del Sur, fue el impacto de las epidemias, que eran inevitables en aquella época.
 Tal vez el único país europeo que ha soportado una imagen tan negativa como la española ha sido Rusia desde el siglo XVI, pero sobre todo desde el XVIII, cuando el imperio zarista irrumpió bruscamente en las relaciones internacionales europeas. El discurso racial y "orientalizante" se les ha aplicado a los dos países: los españoles han sido criticados por ser una mezcla de "judíos  y moros" y, posteriormente, por habitar una tierra semioriental y moruna, mientras que Rusia ha sido considerada ejemplo del despotismo asiático y semitártaro.
 Pero los dos casos son muy diferentes. Rusia forma parte del mundo cultural de la ortodoxia griega, mientras España siempre ha sido católica y componente fundamental de Occidente. Las estructuras sociales, las leyes y las instituciones políticas españolas han sido completamente occidentales, incluso más que algunas de Inglaterra o de Holanda. Sin embargo, es precisamente por su papel en la historia de Occidente por lo que se formularon las denuncias.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Espasa, 2017. ISBN: 978-84-6705-091-2.]

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