VI.-Las tres puertas mágicas
«-Está bien -dijo Atreyu-: ¿quién o qué es Ayulala?
-¡Maldita sea! -rezongó Énguivuck, fulminándolo indignado con la mirada-. Haces preguntas tan directas como las de mi vieja. ¿No puedes empezar por otra cosa?
Atreyu reflexionó y preguntó luego:
-Esa gran puerta de piedra que me has enseñado con las esfinges... ¿Es la entrada?
-¡Eso está mejor! -respondió Énguivuck-. Así haremos progresos. La puerta de piedra es la entrada, pero después hay otras dos puertas y sólo detrás de la tercera vive Uyulala… Si es que puede decirse de ella que vive.
-¿Tú has estado alguna vez con ella?
-¡Pero qué te imaginas! -contestó Énguivuck, un poco contrariado otra vez-. Yo trabajo científicamente. He reunido los informes de todos los que estuvieron dentro. Siempre que han vuelto, claro. ¡Es un trabajo importantísimo! No puedo permitirme correr riesgos personales. Eso podría afectar a mi obra.
-Comprendo -dijo Atreyu-, ¿y qué pasa con las tres puertas?
Énguivuck se puso en pie, cruzó los brazos a la espalda y empezó a andar de un lado a otro, mientras explicaba:
-La primera se llama la Puerta del Gran Enigma. La segunda la Puerta del Espejo Mágico. Y la tercera la Puerta sin Llave... […] ¡Todo es muy difícil! Lo que pasa es que la segunda puerta aparece solamente cuando se ha atravesado la primera. Y la tercera sólo cuando se ha dejado atrás la segunda. Y Uyulala únicamente cuando se ha entrado por la tercera. Antes no hay nada de todo eso. Sencillamente, no están allí, ¿comprendes?
Atreyu movió afirmativamente la cabeza, pero prefirió callarse para no irritar más al gnomo.
-La primera, la Puerta del Gran Enigma, es la que has visto con mi catalejo. Con las dos esfinges. Esa puerta está siempre abierta... como es lógico. No tiene batientes. Sin embargo, nadie puede pasar por ella, salvo si... -Énguivuck levantó en el aire un minúsculo dedo índice-, salvo si las esfinges cierran los ojos. La mirada de una esfinge es algo totalmente distinto de la mirada de cualquier otro ser. Nosotros y todos los demás seres percibimos algo con la mirada. Vemos el mundo. Pero una esfinge no ve nada; en cierto sentido, es ciega. En cambio, sus ojos transmiten algo. ¿Y qué transmiten sus ojos? Todos los enigmas del mundo. Por eso las dos esfinges se miran mutuamente. Porque la mirada de una esfinge sólo puede soportarla otra esfinge. ¿Y puedes figurarte lo que le ocurre a quien se atreve a interferir el intercambio de miradas entre las dos? Se queda petrificado en el sitio y no puede moverse hasta haber resuelto todos los enigmas del mundo. Bueno, encontrarás los restos de esos pobres diablos cuando llegues.
-¿Pero no dijiste -objetó Atreyu- que a veces cierran los ojos? ¿No duermen las esfinges de vez en cuando?
-¿Dormir? -Énguivuck se estremeció de risa-. Válgame el cielo, dormir una esfinge. No, claro que no. No tienes ni idea. Sin embargo, tu pregunta no es totalmente disparatada. Hasta coincide con la dirección en que se orientan mis investigaciones. Ante algunos visitantes, las esfinges cierran los ojos y los dejan pasar. La cuestión que hasta ahora nadie ha podido aclarar es: ¿por qué precisamente a unos sí y a otros no? No se trata, en modo alguno, de que dejen entrar a los sabios, los valientes y los buenos y cierren el paso a los tontos, los cobardes y los malos. ¡Ni soñarlo! He visto con mis propios ojos, y más de una vez, cómo han dejado entrar precisamente a algún estúpido mentecato o un infame bribón, mientras las personas más decentes y más sensatas esperaban a menudo inútilmente durante meses y tenían que volverse por último con las manos vacías. Tampoco el que alguien quiera ver al Oráculo por estar en un aprieto o sólo para distraerse para desempeñar ningún papel.
-¿Y tus investigaciones -preguntó Atreyu- no te han dado ningún indicio?
A Énguivuck se le puso otra vez la mirada centelleante de cólera.
-¿Es que no me escuchas? Ya te he dicho que, hasta hoy, nadie ha aclarado la cuestión. Naturalmente, he elaborado algunas teorías con el paso de los años. Al principio pensé que el aspecto decisivo por el que se guiaban las esfinges eran determinadas características físicas: estatura, belleza, fuerza o algo así. Sin embargo, pronto tuve que desechar esa idea. Luego intenté determinar alguna relación numérica; por ejemplo, si de cada cinco tres se quedaban siempre fuera o si sólo entraban lo números primos. Resultaba bastante exacto en lo que al pasado se refería, pero en las predicciones fracasó totalmente. Ahora pienso que la decisión de las esfinges es totalmente casual y no tiene lógica alguna. Pero mi mujer opina que eso sería una tesis calumniosa y antifantástica y no tendría nada que ver con la ciencia.
-¿Otra vez con esas tonterías? -se oyó regañar a la mujercita desde la caverna-. ¡Qué vergüenza! Sólo porque tu cerebrín se te ha secado dentro de la cabeza crees que puedes rechazar los grandes misterios, ¡viejo zoquete!
¡Ya la oyes! -dijo suspirando Énguivuck-. Y lo peor es que tiene razón. […]
-Entonces, ¿qué me aconsejas? -quiso saber Atreyu.
-Debes hacer lo que tengas que hacer -respondió el gnomo-. Esperar a que ellas decidan... sin saber por qué.
Atreyu asintió pensativo.
La pequeña Urgl salió de la cueva. Arrastraba un cubito con un líquido humeante y llevaba, bajo el otro brazo, un manojo de plantas secas. […]
-Sería mejor que hicieras también algo útil -le dijo Urgl a Énguivuck al volver a la cocina-, en lugar de estar ahí diciendo bobadas.
-¡Estoy haciendo algo muy útil! -le gritó su marido-. Seguramente mucho más útil que tú, pero eso no puedes comprenderlo, ¡so boba!
Y, volviéndose a Atreyu, continuó: -Sólo sabe pensar en cosas prácticas. Para los grandes conceptos no está dotada. […] Supongamos que has conseguido atravesar la Puerta del Gran Enigma. Entonces, y sólo entonces, aparecerá ante ti la segunda puerta. La Puerta del Espejo Mágico. Como ya te he dicho, no te puedo decir nada sobre ella que haya visto yo personalmente, sino lo que he podido sacar en limpio de los informes. Esa puerta está tanto abierta como cerrada. ¿Parece un disparate, no? Quizá sería mejor decir que no está cerrada ni abierta. Aunque resulta igual de disparatado. En pocas palabras: se trata de un gran espejo o de algo así, aunque no está hecho de cristal ni de metal. De qué, nadie ha podido decírmelo. En cualquier caso, cuando se está ante él, se ve uno a sí mismo... pero no como en un espejo corriente, desde luego. No se ve el exterior, sino el verdadero interior de uno, tal como en realidad es. Quien quiera atravesarlo tiene que, por decirlo así, penetrar en sí mismo.
-De todas formas -opinó Atreyu-, esa Puerta del Espejo Mágico me parece más fácil de atravesar que la primera.
-¡Error! -exclamó Énguivuck, empezando a hablar otra vez excitado de un lado a otro-. ¡Craso error, amigo! He comprobado que precisamente los visitantes que se consideran especialmente intachables huyen gritando del monstruo que los mira irónicamente desde el espejo. A algunos tuvimos que tratarlos durante semanas antes de que estuvieran siquiera en condiciones de emprender el viaje de regreso. […]
-¿Y qué pasa con la tercera puerta?
-¡Ahí las cosas se ponen realmente difíciles! La Puerta sin Llave, efectivamente, está cerrada. Simplemente cerrada. ¡Y eso es todo! No tiene picaporte, ni pomo, ni ojo de cerradura, ¡nada! Mi teoría es que la única hoja de esa puerta, que cierra sin junturas, está hecha de selén fantástico. Seguramente sabes que no hay nada que pueda destruir, doblar o disolver el selén de Fantasía. Es absolutamente indestructible.
-Entonces, ¿no se puede entrar por esa puerta?
-¡Poco a poco, muchacho! Ha habido personas que han entrado y han hablado con Uyulala, ¿no? Por lo tanto, se puede abrir la puerta. […]
-¿Y quién o qué es Uyulala?
-Ni idea -dijo el gnomo, y sus ojos centellearon furiosos-. Ninguno de los que estuvieron con ella me lo ha querido decir. ¿Cómo puede uno acabar su obra científica si todos se rodean de un silencio misterioso, eh? Es para tirarse de los pelos... si se tienen. Si llegas hasta ella, Atreyu, ¿me lo dirás por fin? ¿Lo harás? Me muero de ganas de saberlo y nadie, nadie quiere ayudarme. Por favor, ¡prométeme que tú me lo dirás!»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Alfaguara, 1987, en traducción de Miguel Sáez. ISBN: 84-204-6005-2.]
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