Capítulo XV: El milagro de los Corporales (continuación)
«Después de la batalla referida en el capítulo anterior, los vencedores ocuparon el resto del día en enterrar los numerosísimos cadáveres que habían quedado en el campo y en recoger el inmenso botín que dejaron los moros fugitivos.
Luego, reunido el Consejo de guerra, dispuso se mandara fabricar una caja de plata, que aun se conserva, donde se pudieron colocar decentemente los Santos Corporales y consignó al capitán Vicente Belbis, por otro nombre Zeyt Abuzeyt, para que fuese a Monpeller a comunicar a D. Jaime el Milagro y la victoria.
Al tratar sobre la posesión de la inestimable joya de los Corporales, se promovió acalorada disputa, pues todos pretendían tener derecho a su posesión. Don Berenguer de Entenza manifestaba que este tesoro quedase en Valencia por el justificado motivo de haber sucedido el prodigio en este territorio y por ser Valencia cabeza de aquel reino. Los de Teruel aducían más derechos, porque su capital, como más vecina a los enemigos, había padecido más daños, había sufrido más choques, había derramado más sangre e impedido que los moros invadiesen los pueblos del reino.
Los de Calatayud pretendían que fuese la gloria para sí, en atención a ser la mayor y más rica de las tres ciudades, haber dado para la conquista más soldados y haber gastado más caudales.
Los de Daroca exponían que aquel tesoro debía corresponderles, porque ellos fueron los primeros que tremolaron las banderas de las Ocas sobre la Puerta de Serranos de Valencia, y por ser mosén Mateo Martínez, hijo de Daroca, el que celebró la misa, el que consagró las seis Formas, el que enarboló este sagrado estandarte de nuestra fe en la última batalla, de que resultó la más completa victoria.
Viendo Berenguer de Entenza que la contienda tomaba cada vez mayores proporciones y que los ánimos se exaltaban demasiado, propuso que se echasen suertes sobre quién había de ser el dueño de tan rica joya, ya que el día en que esto sucedía, se celebraba la festividad de San Matías, que fue elegido para ser Apóstol.
Todos aceptaron esta proposición, y puesta por obra, se echaron suertes por tres veces y las tres cayeron a Daroca. Esto no obstante, algunos capitanes quedaron descontentos, sospechando que hubo o pudo haber arte o engaño en lo que sin duda fue designio del cielo. El caso es que se agriaron las discusiones, hasta que por fin se convino en que se trajese una mulilla blanca cogida en el campo enemigo, que no había llevado carga ni pisado jamás tierra de cristianos, y cargando sobre su lomo los Corporales, se la dejase andar libremente y el lugar donde se parase, se tuviese sin disputa por morada del Santísimo Misterio elegida por el Cielo. Los capitanes no se opusieron a esta determinación.
Colocados los Corporales en una caja o arqueta de plata, liada con cordones de seda, que aun se conservan, cabalgó el sacerdote llevándola consigo con grande reverencia, dejando a la mulilla caminar a su arbitrio. […] Durante el trayecto, al pasar por los pueblos, se verificaron algunos prodigios que aumentaban el fervor y entusiasmo religioso de los acompañantes, y muchas gentes salían con sus párrocos, llevando Cruz alzada, y engrosaban las filas de aquella procesión extraordinaria. […]
Cruzando de largo por Teruel, llegó después de 50 leguas de jornada a las cercanías de Daroca. todos los vecinos de la ciudad, con su Clero, autoridades y muchísimos habitantes de las próximas aldeas, salieron a esperarlo. […] Llegó, por fin, a las puertas de la ciudad con todo el acompañamiento de su triunfo, del mismo modo que entró un día en Jerusalén, y desviándose un poco hacia el camino de Calatayud, la blanca mulilla se detuvo en un pobre albergue, que entonces era Hospital de San Marcos, después convento de Trinitarios y hoy Hospital municipal y Colegio de Santa, y doblando las rodillas en tierra, cayó muerta por voluntad divina el día 7 de marzo de 1239, dejando en esta venturosa ciudad la arquilla de los Sagrados Corporales. La mulilla fue enterrada en el atrio de la iglesia, y encima de la puerta hay un bajo relieve en piedra, bastante bien tallado, que representa la llegada del Santísimo Misterio. […]
Capítulo XVI: El milagro de los Corporales (continuación)
El año 1261, la ciudad de Daroca y el Cabildo enviaron dos síndicos, cuyos nombres no se citan, uno de cada parte, a informar a S.S. Urbano IV del Milagro de los Corporales, de los principales detalles del mismo y de la innumerable multitud de gentes que de todas partes venían a adorarlo, las cuales no cabiendo en la iglesia ni en sus plazas, hubo necesidad de construir una torreta de piedra fuera de los muros, en donde desde aquellos tiempos hasta ahora se muestra y adora en el día del Corpus con solemnidad extraordinaria. Fueron introductores de los dos síndicos ante el Papa los gloriosos doctores San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, quienes informaron sobre tan portentoso milagro al Pontífice e inclinaron su ánimo para decretar la solemnísima fiesta del Corpus. Conmovido el Papa por la relación del milagro, concedió innumerables privilegios e indulgencias, que sus sucesores aumentaron y confirmaron, en especial la Bula que concedió en 1397 Benedicto XIII, el cual, siendo Cardenal y Legado apostólico, ofició y mostró el Santísimo Misterio a los fieles, como ya se ha dicho, y regaló magníficos presentes.
San Vicente Ferrer vino el año 1414, predicó en la Torreta el día del Corpus y convirtió 110 judíos. De tal manera se extendió por todas partes la fama de este Milagro que de las más remotas tierras venían numerosos peregrinos a adorarlo. La peregrinación más notable fue la del año 1444.»
[El texto pertenece a la edición en español de la Institución Fernando el Católico de Zaragoza, 1998. ISBN: 84-7820-417-2.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: