Jueves, 11 de mayo de 1944
«Querida Kitty:
Aunque te parezca extraño, se me ha acumulado tanto trabajo, que me hace falta tiempo para terminarlo. ¿Quieres saber lo que tengo que hacer? Pues bien, tengo que terminar para mañana la lectura de Galilei, pues hay que devolver el libro a la biblioteca. Apenas lo empecé ayer, pero conseguiré terminarlo.
Para la semana próxima, tengo que leer En la encrucijada de Palestina y la segunda parte de Galileo. Ayer terminé el primer tomo de Carlos V y tengo que ordenar las notas que tomé en él sobre los árboles genealógicos. Tengo, además, tres páginas de palabras extranjeras reunidas de varios libros que aprenderme de memoria. Mi colección de artistas de cine está hecha un batidero y pide a gritos ser ordenada, pero hacerlo me llevará algunos días y me temo que tendrá que quedarse así por más tiempo, pues la profesora Ana, como ya te dije, se siente agobiada de trabajo.
Teseo, Edipo, Peleo, Orfeo, Jason y Hércules aguardan su turno para que los ponga en orden, porque sus hazañas se hallan en mi mente como una madeja embrollada de hilos multicolores. Tengo que emprenderla con Myron y Fidias, pues si no lo hago desaparecerán de mi mente. Lo mismo pasa con la guerra de Siete Años y con la de Nueve Años; me hago unos tremendos líos. ¿Qué hacer con una memoria tan pobre como la mía? ¡Prefiero no pensar lo que será cuando tenga 80 años!
Y aún me falta la Biblia... Me pregunto cuánto tiempo tardaré para encontrar a Susana en el baño y qué significan los pecados de Sodoma y Gomorra. ¡Cuántas preguntas! ¡Cuánto que aprender! He abandonado completamente a Liselotte von der Pfalz. Ya ves, Kitty, que estoy abrumada.
Ahora, otra cosa. Ya sabes que desde hace tiempo mi mayor anhelo es llegar a ser periodista y más tarde escritora célebre (delirio de grandeza). ¿Seré capaz de realizar este sueño? Está por verse, pues temas no faltan. De cualquier manera, después de la guerra, quiero publicar una novela sobre el Anexo. No sé si lo lograré, pero usaré mi diario para documentarme. Tengo además otros temas. Te hablaré de ellos extensivamente cuando hayan tomado forma.
Tuya, Ana.
[…]
Lunes, 22 de mayo de 1944
Querida Kitty:
El 20 de mayo, papá perdió cinco tarros de yoghurt en una apuesta con la señora Van Daan. Los ingleses aún no han invadido el continente. Puedo decirte, sin temor a equivocarme, que todo Amsterdam, toda Holanda, toda la costa de Europa occidental hasta España, no hace sino hablar y discutir de esta invasión, apostar y... esperar.
La atmósfera de espera no podría ser más tensa. Buena parte de aquellos que consideramos holandeses "buenos", ha dejado de creer en los ingleses. Nadie ve en el famoso bluff inglés una pieza maestra de estrategia. Hay que efectuar hechos, acciones grandes y heroicas. Nadie ve más allá de la punta de su nariz, nadie considera que los ingleses defienden y pelean por su país, todo el mundo cree que su obligación es salvar Holanda lo más rápidamente posible.
¿Qué obligaciones tienen los ingleses con nosotros? ¿En qué forma se han ganado los holandeses la ayuda que tan explícitamente aguardan? Si a los holandeses les vale algunas decepciones, peor para ellos. Con todo su bluff, los ingleses no son más culpables que todos los demás países, chicos y grandes, que sufren la ocupación alemana. Sin duda, los ingleses no tendrán que presentarnos sus excusas; porque si nosotros les reprochamos que se hayan dormido mientras Alemania se armaba, no podemos negar que los demás países también se durmieron, especialmente los limítrofes con Alemania. La política del avestruz, de nada nos servirá. Inglaterra y el mundo entero bien lo saben, y por eso todos y cada uno, sobre todo Inglaterra, se ven obligados a hacer penosos sacrificios.
Ningún país querrá sacrificar a sus hombres en el interés de otro país e Inglaterra no es ninguna excepción. La invasión, el desembarco, llegarán junto con la liberación y la libertad, pero la hora será fijada por Inglaterra y Norteamérica, y no por los países ocupados.
Con gran pesar y consternación nos hemos enterado de que muchas personas se han vuelto contra los judíos. Hemos sabido que el antisemitismo ha llegado a círculos que antes lo hubieran rechazado. Todos nos sentimos profundamente impresionados. La causa de este odio podría ser comprensible y hasta humana, pero a todas luces inadmisible. Los cristianos acusan a los judíos de descubrir secretos a los alemanes y de traicionar a sus protectores, haciendo sufrir a los cristianos por su culpa, obligándolos a correr la horrible suerte y la tortura de tantos de nosotros.
Esto es algo que no se puede negar, pero hay que ver el reverso de la medalla. ¿Obrarían los cristianos en forma diferente? Los alemanes saben hacer hablar a la gente. ¿Quién, judío o cristiano, puede resistir ante esos medios? Sabemos que es casi imposible. ¿Por qué, entonces, pedir imposibles a los judíos?
Corre el rumor entre los grupos escondidos, que los judíos alemanes que emigraron a Holanda y que actualmente se encuentran en Polonia no podrán, al terminar la guerra, regresar. A pesar de haber legalmente emigrado a Holanda, a la desaparición de Hitler, se les obligará a retornar a Alemania.
Oyendo esto, lógicamente nos preguntamos la razón de esta larga y penosa guerra. ¡Se nos ha repetido hasta el cansancio que juntos luchamos por la libertad, la verdad y el derecho! Si en pleno combate hay división, justo es que temamos que el judío pagará las consecuencias, considerándolo inferior. Es triste comprobar el viejo adagio: "De la acción de un cristiano, sólo él es el responsable; en cambio, la acción de un judío recae sobre todos los judíos".
Es incomprensible que los holandeses, un pueblo bueno, honrado y leal, nos juzgue así, al pueblo más oprimido, al más desgraciado y quizá al más digno de compasión del mundo entero.
Mi única esperanza es que esta ola de odio sea pasajera, que los holandeses se muestren como son, con su sentido de justicia y su integridad, ¡porque el antisemitismo es injusto!
Si esta amenaza se cumpliera, el mísero puñado de judíos que queda en Holanda, también tendría que abandonarla. También nosotros liaríamos nuestros fardos y reanudaríamos la marcha, abandonando este bello país que tan cordialmente nos recibió y que, no obstante, nos vuelve la espalda.
Quiero a Holanda, y yo, apátrida, había soñado en hacerla mi patria. ¡Todavía confío que lo será!»
[El texto pertenece a la edición en español de Editores Mexicanos Unidos, 1981. ISBN: 968-15-0055-5.]
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