miércoles, 5 de mayo de 2021

Antología poética.- Philip Larkin (1922-1985)


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Albada [de La creación del personaje poético]


 «Trabajo todo el día y por las noches me emborracho. / Me despierto a las cuatro en una oscuridad callada, y miro.
Los bordes de las cortinas no tardarán en iluminarse. / Hasta entonces veo lo que siempre ha estado ahí:
la muerte infatigable, ahora un día entero más cerca, / que borra todo pensamiento excepto
cómo y dónde y cuándo moriré. / Árida interrogación: no obstante el temor
de morir, y estar muerto, / centellea de nuevo, te posee, te aterra.

 La mente se queda en blanco ante el resplandor. No / por remordimiento –el bien no hecho, el amor no dado,
el tiempo desperdiciado- ni con tristeza porque / una vida pueda tardar tanto en superar
sus malos inicios, y quizá nunca lo consiga; / sino ante la total y perpetua vacuidad,
la segura extinción hacia la que viajamos / y en la que nos perderemos para siempre. No estar
aquí, no estar en ninguna parte, / y pronto; nada más terrible, nada más cierto.

 Es un miedo concreto que ningún truco / disipa. Antes lo hacía la religión,
ese vasto brocado musical apolillado / creado para fingir que no morimos nunca,
y ese caprichoso discurso que dice Ningún ser racional / puede temer lo que no sentirá, no ver
que eso es lo que tememos: ni vista, ni oído, / ni tacto ni sabor ni olor, nada con que pensar,
nada que amar ni a lo que estar ligado, / el anestésico del que nadie despierta.

 Y así permanece al borde de la visión, / una pequeña mancha desenfocada, un escalofrío
permanente que deja todo impulso en indecisión. / Hay muchas cosas que quizá nunca ocurran; ésta sí,
y el comprenderlo es un rugido / de miedo infernal cuando nos pilla
sin nadie y sin bebida. El valor no sirve: / significa no asustar a los demás. Tener coraje
no te salva del último viaje. / Igual muere el llorón que el fanfarrón.

 Lentamente se hace de día, y la habitación cobra forma. / Es evidente como un guardarropa, lo que sabemos,
lo que hemos sabido siempre, sabemos que no podemos escapar, / pero no lo aceptamos. Algo tendrá que desaparecer.
Mientras tanto los teléfonos se agazapan, dispuestos a sonar / en oficinas cerradas, y todo este mundo indiferente,
intrincado y de alquiler comienza a despertar. / El cielo es blanco como arcilla, sin sol.
Hay trabajo que hacer. / Los carteros, como si fueran médicos, van de casa en casa.
[…]

Puesto que la mayoría de mí [de Sabiduría popular]

 Puesto que la mayoría de mí / rechaza la mayoría de ti,
El debate acaba aquí, y así, / nos separamos. Y seguros de lo que hacer

desinfectamos nuestros bloques de días / para que nuestras mayorías los alquilen
con amigos no compartidos y caminos no recorridos. / Pero también el silencio es elocuente:

un silencio de minorías que, / sin oposición por fin, regresan
cada noche con promesas anuladas / que quieren renovar. No aprenden.
[…]

La mejor compañía [de La Soledad]

 Cuando era niño pensaba, sin / darle muchas vueltas, que la soledad
no había que buscarla. / Era algo que todos tenían,
como la desnudez, estaba a mano, / ni especialmente buena ni mala.
Algo abundante y evidente / y nada complicado de entender.

 Luego, después de los veinte, / fue algo más difícil de conseguir
y más deseado… aunque también / más indeseable, pues lo que
eres a solas, para alcanzar / la categoría de hecho, se ha de expresar
en relación a otros, o es solo / una ilusión compensatoria.

 ¡Mucho mejor estar en compañía! / Para amar necesitas a otro,
legar requiere un heredero, / los buenos vecinos necesitan parroquias enteras
de gente para existir: en resumen, / nuestras virtudes son todas sociales; si,
privado de soledad, te impacientas, / estás claro que no eres de los virtuosos.

 Con saña, cierro la puerta. / Susurra la calefacción a gas. El viento
trae la lluvia de la tarde. De nuevo, / una soledad que no me contradice
me sustenta en su palma gigante; / y como una anémona,
o un simple caracol, con cautela / se despliega, emerge, lo que soy.
[…]

Lugares, amores [de La soledad]

 No, todavía no he encontrado / el lugar del que pueda decir
Éste es mi sitio, / aquí me quedo;
y tampoco a esa persona especial / que enseguida reclame
todo lo que tengo, / incluso mi apellido;

descubrir eso parece demostrar / que no quieres decidir
dónde construir, ni a quién amar; / les pides que te rechacen
de manera irrevocable, / así no será tu culpa
si la ciudad te aburre / o la chica es imbécil.

Y al no encontrarlos, sin / embargo, te obligas a actuar
como si lo que tienes / en realidad te encantara;
y mejor no pensar / que todavía podrías descubrir
a los hasta ahora innecesarios: / tu lugar, tu pareja.
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Egoísta es el hombre [de La soledad]

 Nadie puede negar, no , / que Arnold es menos egoísta que yo.
Se casó con una mujer para que no se le fuera / y ahora la tiene allí hasta que se muera.

Y el dinero que saca de partirse el cobre / tampoco es que a ella le sobre
para las chorradas de los niños, la secadora, / la calefacción y la batidora,

y después de la cena, / cuando leer el periódico es lo que vale la pena,
la murga del Clávame este clavo en la pared. / Y es que no tiene tiempo para él,

entre los chavales enredando por la sala / y tener que salir al jardín con la pala
Y esa carta a su madre de su propia mano / donde le dice Por qué no vienes en verano.

Si nos comparamos hay acuerdo, / yo siempre quedo como un cerdo:
nadie puede negar, no, / que Arnold es menos egoísta que yo.

Pero, esperad, un momento de paciencia, / ¿es cierta tanta diferencia?
Está así porque ha querido, / no para contentar a sus conocidos;

y si el plan le ha salido contrahecho / lo hizo tan sólo por su propio provecho,
se guio por su propio interés. / Así, no somos tan distintos, ya ves,

sólo que yo tengo más ciencia / y conozco los cotos de mi paciencia
para que no me tengan que encerrar… / o creo que sé hasta dónde puedo llegar.
[…]

El palacio de invierno [de La vejez y la muerte]

Muchos se dicen más sabios en la vejez: / a mí eso me parece una memez.

En mi segundo cuarto de siglo he perdido / todo lo que en la universidad había aprendido.

Y en lo que pasó después, mi mente ni piensa. / Ya no conozco a los que salen en la prensa

y la gente se ofende porque olvido sus caras / y juro que nunca he estado en sus casas.

Habrá valido la pena si logro eliminar / lo que sea que me empieza a perjudicar.

Y al final ya no sabré nada. / Mi mente se replegará, como un campo, una nevada…»
  
    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 2016, en traducción de Damià Alou, pp. 133-134, 159, 191-192, 194-196 y 208. ISBN: 978-84-376-3572-9.]

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