Glyn y Kath
«El tiempo es lo que más interesa a Glyn, y
ahora mismo su mayor preocupación, puesto que es la una menos cuarto y él
continúa sentado en la ladera de un cerro de Dorset cuando a las dos tiene que dar un seminario en la universidad, que se encuentra a más de una hora de
coche. En lugar de quedarse aquí meditando sobre el tiempo, debería ponerse en
marcha.
El tiempo es la herramienta imprescindible de
su trabajo, reflexiona. Sin el tiempo se hallaría delante de una mezcla de
pruebas tan caótica como incomprensible, parecida a la confusa yuxtaposición
del propio paisaje. El tiempo es la conexión necesaria entre unos hechos y
otros, el mecanismo que impide que todos ocurran a la vez. No hay que
maravillarse de que los primeros arqueólogos se dejaran la piel para establecer
la cronología.
A la altura de sus ojos hay un cernícalo
suspendido en el aire. Más allá, a lo lejos, la verde complejidad de las
siluetas de los campos se ve interrumpida por un edificio largo y ancho de
altísimas chimeneas. Glyn sabe que fue molino en el siglo XIX y que ahora está
destinado a convertirse en un edificio de viviendas de lujo. Justo debajo de
Glyn, la ladera se riza en una serie de salientes, en los que reconoce los
erosionados muros del castro de la Edad del Hierro que le ha traído hasta aquí,
porque este cerro, que no visitaba desde hacía mucho, puede proporcionarle
algunos datos útiles para un artículo que está escribiendo.
El cernícalo le recuerda a Kath. En cierta
ocasión vino con ella. Viendo otro cernícalo que se comportaba igual, Kath
había dicho: “No se inmuta. ¿Cómo se las compone para no moverse a pesar de las
acometidas del aire?” Todavía ve aquel otro pájaro y el cabello castaño
alborotado en la cara de Kath y siente la mano de su mujer en la suya: “¡Mira,
mira!”, continúa diciendo ella.
Glyn se ha distraído de sus reflexiones a
propósito de la función del tiempo y advierte que el flujo del pensamiento
–irreflexivo y natural- es todo un ejemplo de la operación impetuosa y
espontánea de la mente. Conoce lo suficiente de las teorías sobre la memoria a
largo plazo para saber que el reconocimiento del molino y del castro se debe a
la memoria semántica, que permite retener hechos, lenguajes y conocimientos al
margen del contexto en el que se han adquirido. Y también conoce que eso, junto
con el resto de sus saberes, ha hecho de él un ser completamente operativo, más
incluso que muchos, si hemos de creerle. La visión de una Kath entusiasmada con
el cernícalo se debe a la memoria episódica, que es autobiográfica y
fundamental para el conocimiento de nuestra identidad. Sin ella andamos a la
deriva como las ánimas del purgatorio. Estos episodios semejantes a fogonazos
nos conectan con nosotros mismos y confirman nuestro paso por la vida. Nos
dicen lo que somos.
Se levanta impulsado por su reloj circadiano,
que le habla bajito del seminario. De pronto, el cernícalo vira a un lado y
desciende. Glyn se dirige al coche, que reconocerá gracias a otro impulso de la
memoria semántica y que podrá conducir gracias a que la memoria procedimental
atesora las experiencias adquiridas. A falta de ella, nos vendríamos abajo y
nos quedaríamos atónitos, perplejos ante el volante.
Precario, piensa mientras desciende con paso
seguro la ladera empinada. La fusión de los procesos automáticos, todos ellos
necesarios para las funciones cotidianas y todos operativos a un tiempo, se
produce en precario. Ni que decir tiene que mientras piensa todo esto toma nota
de algunas características del lugar, que para eso ha venido hasta aquí.
Calcula la alineación de los muros y la huella de una posible entrada, y
relaciona éste con otros enclaves celtas conocidos. Sin embargo, sus
pensamientos están impregnados de algo más, no tanto de un proceso reflexivo
como de un clima, un estado de la mente: se trata de la memoria episódica, que
en ningún momento ha dejado de actuar para recordarle que Kath y él se
detuvieron justo por aquí para comerse unos sándwiches, que ella descubrió una
orquídea, que le gritó: “¡Ven! ¡Mira qué preciosidad!”, y que echaron a correr
en dirección al coche por culpa de un chaparrón.
¿Cuándo fue? En esto ninguna memoria viene en
su ayuda, ni semántica, ni episódica ni procedimental. No cabe duda de que la
mente rechaza el concepto de cronología, dado que se trata de una idea
antinatural fomentada por la perversidad de los cronistas desde los tiempos del
Antiguo Testamento.
¿Qué otras cosas habría en la cabeza de Kath
por entonces? Glyn entra en el coche y enciende el motor. Sabiendo lo que sabe,
la Kath que ve ahora está traspasada de algo oscuro y rechazable. ¿Le
traicionaba ya en esa época? ¿Pensaba en Nick mientras miraba el cernícalo o en
el momento de encontrar la orquídea?
Han pasado varias semanas desde el
descubrimiento de la fotografía, ese incidente que señala un punto y aparte en
su vida. Hubo un tiempo anterior a la foto, hecho de inocencia y tranquilidad,
hasta donde estas cosas son posibles, y ahora hay uno posterior, en el que todo
debe contemplarse con una mirada fría y desencantada.
No, no todo. Su matrimonio, sin ir más lejos,
que no es poco. Esa idea le apacigua. El incendio devastador del principio ha
dado paso al fuego lento y continuo de la determinación. Tiene que reconstruir
sus años con Kath, inspeccionarlos con minuciosidad para encontrar posteriores
esclarecimientos. Tiene que saber si se trata de un hecho aislado, que ya sería
bastante, o de todo un estilo de vida desconocido por él, lo cual representaría
el descrédito. Sería una prueba de su incapacidad para observar y percibir.
Peor aún: se demostraría que todos sus recuerdos de aquella época son
defectuosos.
Está escribiendo un diario retrospectivo de
aquel período. Dónde estuvo él, cuándo se fue y cuánto tiempo pasó fuera, y,
por extensión, dónde estaba Kath y qué hacía, todo en la medida de lo posible,
que no es mucho. Para su propia actividad cuenta con la fuente de información
de sus ficheros, pero el encaje de las piezas es un proceso laborioso que le
está llevando mucho tiempo. La parte de Kath, por ser la más escurridiza,
requiere la aportación de terceros.
Oliver Watson resultó bastante inútil, aunque
tal vez no tanto, porque antes o después tenía que dar con la tal Mary Packard
y ella podría resultar mucho más productiva. En términos generales, sin
embargo, la reunión con Watson fue infructuosa, como si después de recorrerse
el país entero en busca de un documento acabara descubriendo que carece de
valor.
El objetivo de esta actividad es identificar e
interrogar a las figuras decisivas de la vida de Kath: amigos susceptibles de
convertirse en testigos y hombres que pudieron ser sus amantes. Por supuesto,
no piensa presentarse y soltarlo sin más. No va a decir: “¿Por casualidad, sabe
usted si mi mujer es promiscua?” o “¿Tuvo usted la oportunidad de acostarse con
mi esposa en alguna ocasión?” Tiene pensado tantear el terreno con astucia y
comedimiento. Después de acercarse con algún pretexto, le bastarán unos sondeos
para captar al instante si ha dado con algo; lo sabrá enseguida por la
inflexión de una voz, por una entonación, una duda o una evasiva. En fin de
cuentas, está formado para descubrir las omisiones significativas y distinguir
cuándo hay algo que indique la falta de datos. Sabe reconocer el significado de
un vacío en la documentación.
Bien, vayamos a la lista de testigos. Necesita
recopilar un material: diarios, guías de teléfonos, hemerotecas y personas
deseosas de contribuir. Por ejemplo, el nombre de la mujer que dirigía aquella
galería de Camden y la información sobre los talleres de artesanía y los
festivales artísticos, las antiguas guaridas de Kath. Tendría que armarse de
paciencia y recurrir a sus conocimientos profesionales, pero, más que temeroso,
se siente estimulado. Al fin y al cabo, se trata de su oficio y recabar
información es lo suyo.
Pero antes que nada debe interrogarse a sí
mismo. El principal recurso es el cascarón agujereado de su memoria, que muchas
veces se le representa casi literalmente como un balde viejo lleno de agujeros
y con las junturas herrumbrosas. Otras veces la imagina a modo de un extenso
manuscrito del que sólo ha sobrevivido un puñado de fragmentos chamuscados. Es
como recopilar los Evangelios a partir de los rollos del Mar Muerto.
Confecciona listas revolviendo en archivos y
antiguas agendas de trabajo para averiguar los lugares y las fechas de sus
viajes durante aquellos diez años de matrimonio, y entonces choca con el
cascarón de los agujeros y el manuscrito chamuscado. Recuerda que, durante el
verano de 1986, cuando estudiaba densidades poblacionales antiguas y pasaba
mucho tiempo en la Biblioteca Británica, Kath estaba echando una mano en un
festival de música, según ella. Iba y venía. Había un hombre en la organización
que telefoneó bastantes veces. Glyn percibe aún el eco de su voz: “¿Está Kath
ahí? Soy Peter, del festival de Wessex. ¿Puede decirle que he llamado?”
Ese festival ha pasado a formar parte del
organigrama de Glyn porque es la chicha de 1986 y el tal Peter también,
subrayado.
El proyecto ocupa todos sus momentos libres y
otros muchos que, en sentido estricto, no lo son. Examina archivos antiguos
cuando debería estar leyendo unos papeles del departamento o preparando una
conferencia. En las reuniones, los pensamientos toman esa deriva. Ahora mismo,
dentro del coche que conduce en dirección a la universidad y al seminario, se
encuentra en plena y absorta contemplación del asunto. No ignora en absoluto
que se comporta de un modo obsesivo. Cabía esperarlo, puesto que vive de
obsesiones para las que siempre ha estado maravillosamente dotado y que han hecho
de él un investigador meticuloso. Su obsesión ha producido libros y artículos
originales e influyentes.
Llega a la universidad, deja el coche en el
primer sitio que encuentra y corre a su despacho, a cuya puerta acampa un
numeroso grupo de estudiantes. Conectando el dispositivo del encanto, pide
disculpas por el retraso y por el barro que trae en los zapatos (“ya veis,
trabajo de campo”) y los hace entrar. Ahora toca aplicarse a la reforma agraria
del siglo XVI; ya volverá más tarde a eso que se trae entre manos.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial
Contraseña, 2012, en traducción de Pepa Linares, pp. 133-138. ISBN:
978-84-939308-4-4.]
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