domingo, 2 de mayo de 2021

La fotografía.- Penelope Lively (1933)


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Glyn y Kath


 «El tiempo es lo que más interesa a Glyn, y ahora mismo su mayor preocupación, puesto que es la una menos cuarto y él continúa sentado en la ladera de un cerro de Dorset cuando a las dos tiene que dar un seminario en la universidad, que se encuentra a más de una hora de coche. En lugar de quedarse aquí meditando sobre el tiempo, debería ponerse en marcha.
 El tiempo es la herramienta imprescindible de su trabajo, reflexiona. Sin el tiempo se hallaría delante de una mezcla de pruebas tan caótica como incomprensible, parecida a la confusa yuxtaposición del propio paisaje. El tiempo es la conexión necesaria entre unos hechos y otros, el mecanismo que impide que todos ocurran a la vez. No hay que maravillarse de que los primeros arqueólogos se dejaran la piel para establecer la cronología.
 A la altura de sus ojos hay un cernícalo suspendido en el aire. Más allá, a lo lejos, la verde complejidad de las siluetas de los campos se ve interrumpida por un edificio largo y ancho de altísimas chimeneas. Glyn sabe que fue molino en el siglo XIX y que ahora está destinado a convertirse en un edificio de viviendas de lujo. Justo debajo de Glyn, la ladera se riza en una serie de salientes, en los que reconoce los erosionados muros del castro de la Edad del Hierro que le ha traído hasta aquí, porque este cerro, que no visitaba desde hacía mucho, puede proporcionarle algunos datos útiles para un artículo que está escribiendo.
 El cernícalo le recuerda a Kath. En cierta ocasión vino con ella. Viendo otro cernícalo que se comportaba igual, Kath había dicho: “No se inmuta. ¿Cómo se las compone para no moverse a pesar de las acometidas del aire?” Todavía ve aquel otro pájaro y el cabello castaño alborotado en la cara de Kath y siente la mano de su mujer en la suya: “¡Mira, mira!”, continúa diciendo ella.
 Glyn se ha distraído de sus reflexiones a propósito de la función del tiempo y advierte que el flujo del pensamiento –irreflexivo y natural- es todo un ejemplo de la operación impetuosa y espontánea de la mente. Conoce lo suficiente de las teorías sobre la memoria a largo plazo para saber que el reconocimiento del molino y del castro se debe a la memoria semántica, que permite retener hechos, lenguajes y conocimientos al margen del contexto en el que se han adquirido. Y también conoce que eso, junto con el resto de sus saberes, ha hecho de él un ser completamente operativo, más incluso que muchos, si hemos de creerle. La visión de una Kath entusiasmada con el cernícalo se debe a la memoria episódica, que es autobiográfica y fundamental para el conocimiento de nuestra identidad. Sin ella andamos a la deriva como las ánimas del purgatorio. Estos episodios semejantes a fogonazos nos conectan con nosotros mismos y confirman nuestro paso por la vida. Nos dicen lo que somos.
 Se levanta impulsado por su reloj circadiano, que le habla bajito del seminario. De pronto, el cernícalo vira a un lado y desciende. Glyn se dirige al coche, que reconocerá gracias a otro impulso de la memoria semántica y que podrá conducir gracias a que la memoria procedimental atesora las experiencias adquiridas. A falta de ella, nos vendríamos abajo y nos quedaríamos atónitos, perplejos ante el volante.
 Precario, piensa mientras desciende con paso seguro la ladera empinada. La fusión de los procesos automáticos, todos ellos necesarios para las funciones cotidianas y todos operativos a un tiempo, se produce en precario. Ni que decir tiene que mientras piensa todo esto toma nota de algunas características del lugar, que para eso ha venido hasta aquí. Calcula la alineación de los muros y la huella de una posible entrada, y relaciona éste con otros enclaves celtas conocidos. Sin embargo, sus pensamientos están impregnados de algo más, no tanto de un proceso reflexivo como de un clima, un estado de la mente: se trata de la memoria episódica, que en ningún momento ha dejado de actuar para recordarle que Kath y él se detuvieron justo por aquí para comerse unos sándwiches, que ella descubrió una orquídea, que le gritó: “¡Ven! ¡Mira qué preciosidad!”, y que echaron a correr en dirección al coche por culpa de un chaparrón.
 ¿Cuándo fue? En esto ninguna memoria viene en su ayuda, ni semántica, ni episódica ni procedimental. No cabe duda de que la mente rechaza el concepto de cronología, dado que se trata de una idea antinatural fomentada por la perversidad de los cronistas desde los tiempos del Antiguo Testamento.
 ¿Qué otras cosas habría en la cabeza de Kath por entonces? Glyn entra en el coche y enciende el motor. Sabiendo lo que sabe, la Kath que ve ahora está traspasada de algo oscuro y rechazable. ¿Le traicionaba ya en esa época? ¿Pensaba en Nick mientras miraba el cernícalo o en el momento de encontrar la orquídea?
 Han pasado varias semanas desde el descubrimiento de la fotografía, ese incidente que señala un punto y aparte en su vida. Hubo un tiempo anterior a la foto, hecho de inocencia y tranquilidad, hasta donde estas cosas son posibles, y ahora hay uno posterior, en el que todo debe contemplarse con una mirada fría y desencantada.
 No, no todo. Su matrimonio, sin ir más lejos, que no es poco. Esa idea le apacigua. El incendio devastador del principio ha dado paso al fuego lento y continuo de la determinación. Tiene que reconstruir sus años con Kath, inspeccionarlos con minuciosidad para encontrar posteriores esclarecimientos. Tiene que saber si se trata de un hecho aislado, que ya sería bastante, o de todo un estilo de vida desconocido por él, lo cual representaría el descrédito. Sería una prueba de su incapacidad para observar y percibir. Peor aún: se demostraría que todos sus recuerdos de aquella época son defectuosos.
 Está escribiendo un diario retrospectivo de aquel período. Dónde estuvo él, cuándo se fue y cuánto tiempo pasó fuera, y, por extensión, dónde estaba Kath y qué hacía, todo en la medida de lo posible, que no es mucho. Para su propia actividad cuenta con la fuente de información de sus ficheros, pero el encaje de las piezas es un proceso laborioso que le está llevando mucho tiempo. La parte de Kath, por ser la más escurridiza, requiere la aportación de terceros.
 Oliver Watson resultó bastante inútil, aunque tal vez no tanto, porque antes o después tenía que dar con la tal Mary Packard y ella podría resultar mucho más productiva. En términos generales, sin embargo, la reunión con Watson fue infructuosa, como si después de recorrerse el país entero en busca de un documento acabara descubriendo que carece de valor.
Resultado de imagen de penelope lively la fotografia libro El objetivo de esta actividad es identificar e interrogar a las figuras decisivas de la vida de Kath: amigos susceptibles de convertirse en testigos y hombres que pudieron ser sus amantes. Por supuesto, no piensa presentarse y soltarlo sin más. No va a decir: “¿Por casualidad, sabe usted si mi mujer es promiscua?” o “¿Tuvo usted la oportunidad de acostarse con mi esposa en alguna ocasión?” Tiene pensado tantear el terreno con astucia y comedimiento. Después de acercarse con algún pretexto, le bastarán unos sondeos para captar al instante si ha dado con algo; lo sabrá enseguida por la inflexión de una voz, por una entonación, una duda o una evasiva. En fin de cuentas, está formado para descubrir las omisiones significativas y distinguir cuándo hay algo que indique la falta de datos. Sabe reconocer el significado de un vacío en la documentación.
 Bien, vayamos a la lista de testigos. Necesita recopilar un material: diarios, guías de teléfonos, hemerotecas y personas deseosas de contribuir. Por ejemplo, el nombre de la mujer que dirigía aquella galería de Camden y la información sobre los talleres de artesanía y los festivales artísticos, las antiguas guaridas de Kath. Tendría que armarse de paciencia y recurrir a sus conocimientos profesionales, pero, más que temeroso, se siente estimulado. Al fin y al cabo, se trata de su oficio y recabar información es lo suyo.
 Pero antes que nada debe interrogarse a sí mismo. El principal recurso es el cascarón agujereado de su memoria, que muchas veces se le representa casi literalmente como un balde viejo lleno de agujeros y con las junturas herrumbrosas. Otras veces la imagina a modo de un extenso manuscrito del que sólo ha sobrevivido un puñado de fragmentos chamuscados. Es como recopilar los Evangelios a partir de los rollos del Mar Muerto.
 Confecciona listas revolviendo en archivos y antiguas agendas de trabajo para averiguar los lugares y las fechas de sus viajes durante aquellos diez años de matrimonio, y entonces choca con el cascarón de los agujeros y el manuscrito chamuscado. Recuerda que, durante el verano de 1986, cuando estudiaba densidades poblacionales antiguas y pasaba mucho tiempo en la Biblioteca Británica, Kath estaba echando una mano en un festival de música, según ella. Iba y venía. Había un hombre en la organización que telefoneó bastantes veces. Glyn percibe aún el eco de su voz: “¿Está Kath ahí? Soy Peter, del festival de Wessex. ¿Puede decirle que he llamado?”
 Ese festival ha pasado a formar parte del organigrama de Glyn porque es la chicha de 1986 y el tal Peter también, subrayado.
 El proyecto ocupa todos sus momentos libres y otros muchos que, en sentido estricto, no lo son. Examina archivos antiguos cuando debería estar leyendo unos papeles del departamento o preparando una conferencia. En las reuniones, los pensamientos toman esa deriva. Ahora mismo, dentro del coche que conduce en dirección a la universidad y al seminario, se encuentra en plena y absorta contemplación del asunto. No ignora en absoluto que se comporta de un modo obsesivo. Cabía esperarlo, puesto que vive de obsesiones para las que siempre ha estado maravillosamente dotado y que han hecho de él un investigador meticuloso. Su obsesión ha producido libros y artículos originales e influyentes.
 Llega a la universidad, deja el coche en el primer sitio que encuentra y corre a su despacho, a cuya puerta acampa un numeroso grupo de estudiantes. Conectando el dispositivo del encanto, pide disculpas por el retraso y por el barro que trae en los zapatos (“ya veis, trabajo de campo”) y los hace entrar. Ahora toca aplicarse a la reforma agraria del siglo XVI; ya volverá más tarde a eso que se trae entre manos.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Contraseña, 2012, en traducción de Pepa Linares, pp. 133-138. ISBN: 978-84-939308-4-4.]

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