miércoles, 12 de mayo de 2021

Reflexiones sobre Oriente.- Thomas Merton (1915-1968)


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El zen


 «No podemos comenzar a entender cómo se manifiesta la experiencia zen y cómo se comunica entre maestro y discípulo, salvo que nos demos cuenta de lo que se está comunicando. Si no sabemos qué se supone que debe ser el significado, ese extraño método de significación nos dejará totalmente desconcertados y en mayor oscuridad de la que estábamos cuando comenzamos. Lo que el zen comunica no es un mensaje. No es simplemente una “palabra”, aun cuando pueda pensarse que es la “palabra del Señor”. No es un “qué”. No nos trae “noticias” que el receptor no tenga sobre algo que no conociera ya. Lo que el zen comunica es una conciencia que ya está allí potencialmente pero que no es consciente de sí misma. El zen no es kerygma sino realización, no es revelación sino conocimiento consciente, no son noticias del Padre que envía a Su Hijo a este mundo, sino conciencia de la base ontológica de nuestro propio ser aquí y ahora, exactamente en medio del mundo. Ya veremos más tarde que el sobrenatural kerygma y la intuición metafísica del fundamento del ser están lejos de ser incompatibles. Se le puede pedir a uno que prepare el camino de la otra. Se pueden complementar bien y, por esa razón, el zen es perfectamente compatible con la fe cristiana y, desde luego, con el misticismo cristiano (si entendemos el zen en su estado puro, como intuición metafísica).
 Si esto es cierto, tenemos que admitir que es perfectamente lógico aceptar lo que dicen los grandes maestros del zen, que “el zen no enseña nada”. A uno de los más grandes maestros chinos del zen, el patriarca Hui Neng (siglo VII de nuestra era) uno de sus discípulos le formuló una importante pregunta:
 “-¿Quién heredó el espíritu del quinto patriarca? –Lo que era igual que preguntar quién era ahora el patriarca.
 -Uno que entiende el budismo –contestó Hui Neng.
 El monje insistió en el asunto:
 -¿Lo habéis heredado vos?
 -No –respondió Hui Neng.
 -¿Por qué no? –preguntó el monje.
 -Porque yo no entiendo el budismo”.
 Esta historia está pensada precisamente para ilustrar el hecho de que Hui Neng había heredero el cargo de patriarca, o el carisma para enseñar el zen más puro. Estaba cualificado para transmitir la iluminación del propio Buda a sus discípulos. Si él hubiera proclamado una enseñanza plena de autoridad que hiciera esta iluminación comprensible para aquellos que no la poseyeran, entonces habría estado enseñando algo distinto, es decir, una doctrina sobre la iluminación. Habría estado difundiendo el mensaje de su propia comprensión del zen y, en ese caso, no despertaría a los demás al zen en sí mismos, sino imponiendo en ellos la impronta de su propia comprensión y su enseñanza. El zen no tolera este tipo de cosas, dado que esto sería incompatible con su verdadero propósito: despertar una profunda conciencia ontológica, una sabiduría intuición (prajna) en el fondo del ser del que fue despertado. Y de hecho, la pura conciencia de prajna no sería pura e inmediata si fuera una conciencia que comprendiera el prajna.

 El lenguaje usado por el zen es por lo tanto, en cierto sentido, un anti-lenguaje,  y la “lógica” del zen es radicalmente lo inverso a la lógica filosófica. El dilema humano de la comunicación es que de ordinario no podemos comunicarnos sin palabras y signos, pero incluso la experiencia ordinaria tiende a ser falsificada por nuestros hábitos de verbalización y racionalización. Las herramientas convenientes del lenguaje nos permiten decidir de antemano lo que pensamos que significan las cosas y todos nos sentimos tentados con demasiada facilidad a ver las cosas sólo de un modo que esté conforme con nuestras preconcepciones lógicas y nuestras fórmulas verbales. En vez de ver las cosas y los hechos como son, los vemos como reflejos y verificaciones de sentencias que ya hemos establecido con anterioridad en nuestras mentes. Rápidamente olvidamos lo sencillo que es ver las cosas y sustituir nuestras palabras y nuestras fórmulas por las cosas en sí mismas, y manipulamos los hechos de modo que vemos sólo lo que se ajusta convenientemente a nuestros prejuicios. El zen usa el lenguaje contra él mismo para apartar esas preconcepciones y para destruir la “realidad” engañosa en nuestras mentes de modo que podamos ver directamente. El zen nos dice, como dijo Wittgenstein, “No pienses: ¡Mira!”.
 Dado que la intuición zen busca despertar una directa conciencia metafísica más allá del ego empírico, reflectante, conocedor, voluntarioso y hablador, este conocimiento tiene que estar inmediatamente presente en sí mismo, sin mediación de un conocimiento reflexivo o imaginativo, y, sin embargo, tampoco puede ser una simple negación. El zen es enteramente positivo. Oigamos lo que D. T. Suzuki dice al respecto:

 “El zen siempre tiende a aferrarse a los hechos reales de la vida, que nunca pueden ser puestos sobre la mesa de disección del intelecto. Para captar el hecho real de la vida el zen se ve forzado a proponer una serie de negaciones. Pero la negación en sí misma no está en el espíritu del zen…” [Consecuentemente, dice, los maestros del zen ni niegan ni afirman, simplemente actúan o hablan de tal forma que la acción o la palabra en sí mismas son, plenamente, un hecho repentino de actividad presente en el zen…]Y Suzuki continúa. “Cuando se capta el espíritu del zen en su pureza, se verá que es un hecho real que (actúa, en este caso como de modo directo) es. Aquí no hay ni afirmación ni negación, sino un simple hecho, una experiencia pura, el verdadero fundamento de nuestro ser y de nuestro pensamiento. Están en él toda la calma y el vacío que uno pudiera desear en medio de la meditación más activa, y no son apartados por nada externo o convencional. El zen tiene que ser cogido con las manos desnudas, sin ponerse los guantes” (D. T. Suzuki, Introduction to Zen Buddhism, Londres, 1960, p. 51).

 Es éste el sentido en el que el zen “no enseña nada; meramente nos permite despertarnos y adquirir conciencia. No enseña, señala” (Suzuki, Introduction, p. 38). Los actos y los gestos de un maestro de zen no son “declaraciones”, son el sonar del timbre de un despertador.
 Todas las palabras y acciones de los maestros del zen y de sus discípulos tienen que ser entendidas en este contexto. Normalmente, el maestro está simplemente “produciendo hechos” que el discípulo ve o no ve.
 Muchos de los relatos zen que normalmente son casi incomprensibles en términos racionales, son simplemente el timbre de un despertador en relación con el durmiente. Normalmente, el durmiente mal guiado responde apagando el timbre para poder continuar durmiendo. Otras veces salta de la cama, atónito, pensando que se ha hecho demasiado tarde. En ocasiones se limita a continuar durmiendo y ¡ni siquiera oye el timbre!
Resultado de imagen de reflexiones sobre oriente En tanto que el discípulo tome el hecho como un signo de algo, es conducido por él a conclusiones falsas. Es posible que el maestro (por medio de algún otro hecho) trate de conseguir que el discípulo se dé cuenta de ello. Con frecuencia, es precisamente en este punto donde el discípulo, que advierte que se le guía erróneamente, también se da cuenta al mismo tiempo de todo lo demás; principalmente, de que no hay nada de lo que darse cuenta, excepto del hecho. ¿Qué es el hecho? Si se sabe la respuesta es que se está despierto. ¡Ha oído el timbre del despertador!
 Pero nosotros, en Occidente, vivimos en una tradición de adhesión terca y egocéntrica a lo práctico y orientada enteramente al uso y la manipulación de todo, pasando siempre de una cosa a otra, de la causa al efecto, de lo primero a lo siguiente, y de ahí a lo último para regresar después a lo primero. Todo señala, siempre, a algo diferente y, consecuentemente, nunca nos detenemos en ninguna parte porque no podemos hacerlo; tan pronto hacemos una pausa, la escalera mecánica llega al fin de su recorrido y tenemos que salir y encontrar otra. Nada está permitido salvo ser y significar por sí mismo. Misteriosamente, todo tiene que significar alguna otra cosa. El zen está diseñado especialmente para frustrar la mente que piensa de ese modo. El “hecho” zen, sea el que sea, siempre se atraviesa en nuestra ruta como un árbol caído, más allá del cual no podemos pasar.
 Esos hechos tampoco faltan en el cristianismo –la Cruz, por ejemplo-. Como el “Sermón del Fuego” de Buda transforma por completo la conciencia budista de todo lo que está a su alrededor, así la “palabra de la Cruz”, de una forma que es en gran medida la misma, da al cristiano una conciencia radicalmente nueva del significado de la vida y de su relación con otros hombres y con el mundo que le rodea.
 En ambos casos, los hechos no son meramente impersonales y objetivos, sino hechos de experiencia personal. Tanto el budismo como el cristianismo son iguales al hacer uso de la existencia ordinaria y cotidiana como material para una transformación radical de la conciencia. Dado que la existencia humana ordinaria y cotidiana está llena de confusión y sufrimiento, es obvio que haremos buen uso de ambos para transformar nuestra conciencia y nuestro entendimiento si vamos más allá de ambos para conseguir sabiduría en el amor. Sería un grave error suponer que el budismo y cristianismo se limitan a ofrecer varias explicaciones del sufrimiento, o peor aún, justificaciones y mistificaciones de este hecho ineludible. Por el contrario, ambos nos muestran que el sufrimiento sigue siendo inexplicable sobre todo para el hombre que intenta explicarlo para evitarlo, o que piensa en las explicaciones como una forma de escape. Sufrir no es un “problema”, como si fuese algo de lo cual podemos salir y controlarlo. El sufrimiento, tal y como lo ven el cristianismo y el budismo, cada uno a su manera, es parte de nuestra acentuada ego-identidad y de nuestra existencia empírica, y lo único que podemos hacer con él es zambullirnos en medio de la contradicción y la confusión para así ser transformados en lo que el zen llama la “gran muerte” y el cristianismo “morir y resucitar con Cristo”.
 Volvamos a los hechos oscuros y atormentadores de los que se ocupa el zen. En la relación entre el maestro de zen y su discípulo, el hecho de que se encuentra con mayor frecuencia es la frustración del discípulo, su falta de habilidad para ir a alguna parte mediante el uso de su propia voluntad y su propio razonamiento. La mayoría de los dichos de los maestros del zen se ocupan de esta situación y tratan de convencer al discípulo de que tiene una experiencia fundamentalmente errónea de sí mismo y sus capacidades.
 “Cuando la carreta se para”, dice Huai-Jang, el maestro de Ma-Tsu, “¿le pegas a la carreta o al buey?” Y añade: “Si uno ve el Tao desde el punto de vista de hacer o no-hacer, de reunir y dispersar, uno no ve realmente el Tao”.
 Si esta observación sobre pegar a la carreta o al buey es oscura, quizá otro mondo (pregunta y respuesta) podría sugerir el mismo hecho de diferente modo:
 Un monje le pregunta a Pai-Chang:
 -¿Quién es el Buda?
Pai-Chang le responde:
 -¿Quién eres tú?»

    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Oniro, 2004, en traducción de Joaquín Adsuar Ortega, pp. 56-63. ISBN: 84-89920-13-3.]

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