Cuarta parte (54-58): Escatología
La morada de las almas después de la muerte según la opinión de algunos
filósofos
«LIV.- 1.- Por consiguiente, a partir de aquí
vamos a exponer ya a dónde será conducida el alma. Casi todos los filósofos
–los que, de cualquier modo que les apetece, reivindican, sin embargo, la
inmortalidad para el alma (como Pitágoras, como Empédocles, como Platón) y los
que le conceden algún tiempo desde la salida [del cuerpo] hasta la
conflagración del universo (como los estoicos)- ponen sólo sus almas, o sea,
las de los sabios, en las moradas superiores.
2.-Platón, en verdad, no concede esto a ciegas
a las almas de los filósofos, sino a las de aquellos que, por supuesto, hayan
adornado la filosofía con el amor hacia los adolescentes. Por tanto, también
entre los filósofos tiene la impureza un gran privilegio. Así, pues, en Platón
las almas sabias son elevadas al éter, en Ario, al aire, entre los estoicos a
la región sublunar.
3.-De los cuales, ciertamente, me asombro por
el hecho de que relegan a una región cerca de la tierra las almas ignorantes,
mientras aseguran que son instruidas por las sabias, que moran en regiones muy
superiores. Con una tan gran distancia de sus moradas, ¿dónde estará la región
de la escuela? ¿Por qué medio las discípulas acudirán a unas maestras tan
lejanas? Y por otra parte, para unas almas que van a perecer inmediatamente con
la conflagración ¿cuál será el uso y el provecho de la instrucción póstuma?
4.-Las almas restantes las arrojan a los
infiernos. Platón, en el Fedón, los
describe como el seno de la tierra, adonde confluyendo y donde, sedimentándose
todas las infamias de las bajezas del mundo, exhalan un vapor más espeso, por
así decirlo, que el fango de sus inmundicias y acumulan allí un aire peculiar.
Los infiernos según la opinión cristiana
LV.-1.-Nosotros [=los cristianos] creemos que
los infiernos no son una desnuda cavidad ni una sentina del mundo a cielo
abierto, sino un vasto espacio en el foso y en el abismo de la tierra, una
escondida profundidad en sus entrañas mismas, ya que leemos que los tres días
de su muerte fueron cumplidos por Cristo en el corazón de la tierra, o sea, en
una oquedad recóndita, interior y oculta en la tierra misma, cerrada dentro de
ella y edificada sobre abismos todavía más profundos.
2.-Ahora bien, si Cristo es Dios, como también
es hombre (muerto según las Escrituras y sepultado según las mismas), observó
también esta ley cumpliendo en los infiernos la norma de la muerte humana, no
ascendió a las regiones más altas de los cielos sin antes descender a las
regiones más bajas de la tierra, para darse allí a conocer a los patriarcas y
profetas; luego tienes también que creer que es subterránea la región de los
infiernos y rechazar con el codo a aquellos que, con bastante orgullo, piensan
que son demasiado buenas para los infiernos las almas de los fieles –¡los
siervos están sobre su señor y los discípulos sobre su maestro!- si, por
casualidad, han desdeñado tomar el consuelo de esperar la resurrección en el
seno de Abrahán.
3.-Pero para esto –dicen- fue Cristo a los
infiernos, para que no fuésemos nosotros. Por otra parte, si existiese la misma
cárcel para todos los muertos, ¿qué diferencia habría entre paganos y
cristianos? En este caso, ¿para qué exhalarás el alma hacia el cielo, estando
allí Cristo todavía a la derecha del Padre, no habiéndose oído aún la orden de
Dios por medio de la trompeta del arcángel, no habiendo sido aún arrebatados en
el aire al encuentro de Cristo –con los que, muertos en Cristo, resucitarán los
primeros- aquellos a los que su llegada habrá encontrado en el siglo? No está
abierto el cielo para nadie, con la tierra aún intacta, por no decir cerrada.
En verdad, el reino de los cielos se abrirá con el fin del mundo.
4.-Pero nuestro lugar de reposo ¿estará en el
éter con los pederastas de Platón, o en el aire con Ario, o cerca de la luna
con los endimiones de los estoicos? Al contrario –respondes-, en el paraíso,
adonde ya entonces han emigrado desde los infiernos los patriarcas y los
profetas, apéndices de la resurrección del Señor. ¿Y cómo es que la región del
paraíso –que está colocada bajo el altar, revelada en espíritu a Juan- no
mostró en ella más almas que las de los mártires? ¿Cómo es que Perpetua, mártir
valerosísima, al acercarse el día de su pasión, en la revelación del paraíso
sólo vio allí a los mártires, sino porque la espada que guarda la entrada del
paraíso no deja pasar más que a aquellas que han muerto en Cristo, no en Adán?
5.-La muerte nueva por Dios y extraordinaria
por Cristo es acogida en una morada diferente y especial. Reconoce, por tanto,
la diferencia del pagano y del fiel en la muerte, si –como el Paráclito
advierte- sucumbes por Dios, no entre fiebres suaves y divanes, sino en el
martirio, si tomas tu cruz y sigues al Señor, como él mismo mandó. La única
llave del paraíso es tu sangre. Tienes también un opúsculo redactado por mí Sobre el paraíso, en el cual he
establecido que toda alma es depositada en los infiernos hasta el día del
Señor.
Las almas descienden a los infiernos inmediatamente después de la
muerte; caso de los insepultos, los prematuros y los muertos violentamente.
LVI.-1.- Se presenta ahora una discusión: si
esto sucede justo enseguida de la salida [del cuerpo], o si alguna razón
retiene aquí provisionalmente a ciertas almas, o si es posible que aun las
recibidas en los infiernos comparezcan después por propia voluntad o por un
mandato.
2.-No faltan, por cierto, argumentos suasorios
a favor de estas opiniones. Se ha creído que a los insepultos no se les hace
entrar en los infiernos antes que hayan recibido los honores debidos, de
acuerdo con el Patroclo homérico, que, en sueños, reclama apremiantemente a
Aquiles la sepultura, porque, de otra manera, él no podía acercarse a las
puertas de los infiernos, al rechazarlo lejos las almas de los sepultados.
Ahora bien, más allá de una licencia poética,
reconocemos también aquí la diligencia de la piedad de Homero [por los
muertos]. En efecto, tanto más encomió la premura de la sepultura cuanto, incluso
su tardanza, la censuró como ultrajante para las almas; a la vez también, para
que nadie, reteniendo en casa al difunto, él mismo resulte, con él, más
atormentado por la enormidad de un consuelo alimentado de dolor. De este modo,
Homero ha imaginado las quejas del alma de un insepulto con dos fines: para
que, con la inmediatez del funeral, quede a salvo el honor de los cuerpos y se
modere el duelo de cuantos aman al difunto.
3.-Por otra parte, ¡qué infundado es pensar
que el alma aguarde los honores debidos al cuerpo, como si algo de ellos se lo
llevara consigo a los infiernos! Mucho más infundado si se estima como un
agravio para el alma la demora de la sepultura, cuando eso debería acogerlo con
los brazos abiertos como un favor; pues, en todo caso, la que no ha querido
morir preferirá ser separada [del cuerpo] más tarde hacia los infiernos: amará
al heredero que no cumple los deberes de la piedad [funeraria], gracias al cual
goza todavía de la luz. O si es, ciertamente, un agravio ser echado más tarde
bajo tierra (y el motivo del agravio es el retraso de la sepultura), es injusto
en extremo que el agravio caiga sobre aquella a la que no puede serle imputada
la demora de la sepultura, que concierne, evidentemente, a los parientes.
4.-Aseguran también que las almas sorprendidas
por una muerte prematura vagan por aquí hasta que se cumpla el resto de las
edades con las que habrían continuado viviendo si no hubiesen muerto
intempestivamente. Ahora bien, o a cada una le han sido fijados unos tiempos, y
no creo que unos tiempos fijados puedan ser arrebatados anticipadamente; o si,
ciertamente, han sido fijados, pero, sin embargo, son mutilados por voluntad de
Dios o por algún poder, en vano son mutilados si ahora se espera que sean
completados; o si no han sido fijados, no habrá, en este caso, un resto de
tiempos por cumplir.
5.-Todavía añadiré: he aquí que ha muerto, por
ejemplo, un bebé bajo las fuentes de los pechos, o supón un niño impúber, supón
un púber, que, sin embargo, debería haber vivido ochenta años. ¿Cómo es posible
que su alma pase aquí después de la muerte los años anticipadamente
arrebatados? En realidad, el alma no puede experimentar la edad sin el cuerpo,
porque las edades actúan por medio de los cuerpos. Pero reconsideren también
los nuestros [=los cristianos] aquello de que las almas recibirán en la
resurrección los mismos cuerpos en los que salieron [de la vida].
6.-Por tanto, se esperarán las mismas
dimensiones de los cuerpos y las mismas edades que las causan. Entonces, ¿de
qué modo el alma de un niño puede pasar aquí los tiempos que le han sido
arrebatados, para resucitar octogenaria en un cuerpo de un mes? O, si será
necesario completar aquí aquellos tiempos que habían sido determinados, ¿acaso
también el plan de vida –que, determinado aquí juntamente con ellos, les ha
tocado en suerte a los años-, lo recorrerá aquí igualmente el alma, de modo
que, a partir del fin de la infancia, desee las cosas asignadas a la niñez, y,
a partir del fin de la adolescencia, participe en las cosas fuertes de la
juventud, y, a partir del fin de la juventud, aprecie las cosas graves de la
madurez: saque rédito al dinero, trabaje la tierra, navegue, pleitee, se case,
se fatigue, afronte las enfermedades y todas aquellas cosas, tristes y alegres,
que, con los tiempos, le estaban reservadas?
7.-Ahora bien, ¿cómo se podrán pasar estas
cosas sin el cuerpo? ¿Cómo [se podrá pasar] una vida sin vida? Pero resultarán
vacíos unos tiempos que sólo deben ser cumplidos con el mero trascurso. Por
tanto, ¿qué impide que esas cosas sean cumplidas en los infiernos, donde,
igualmente, no se da el uso de ellas? Por esto, afirmamos que toda alma en
cualquier edad en que se haya ido, en ella permanecerá hasta ese día en que se
le promete aquello perfecto regulado según la medida de la plenitud angélica.
8.-Del mismo modo, serán tenidas como
expulsadas de los infiernos aquellas almas que se cree han sido arrancadas [del
cuerpo] violentamente, sobre todo por medio de las atrocidades de los
suplicios, quiero decir: de la cruz, del hacha, de la espada, de las fieras;
ahora bien, no son violentas estas muertes que decreta la justicia, vengadora
de la violencia. Y por tanto –dirás-, queden desterradas de los infiernos todas
las almas de los criminales. En este caso, te obligo a decidir una de dos: los
infiernos o son buenos o son malos; si decides que son malos, deben caer
también allí las almas pésimas; si decides que son buenos, ¡por qué también las
almas muertas prematuramente, las no casadas, las puras e inocentes en razón de
la edad, las juzgas entretanto [=mientras se cumple el resto del tiempo fijado
a cada una] indignas de los infiernos?»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Ciudad Nueva, 2016, en traducción de Salvador Vicastillo, pp.
343-359. ISBN: 978-84-9715-337-9.]
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