domingo, 14 de diciembre de 2025

Lo que Sócrates diría a Woody Allen.- Juan Antonio Rivera (1958 - 2024)

5.- El aburrimiento como fuente de maldad. Calle Mayor.

 «Es algo que también les pasaba a Álex y sus "drugos" en La naranja mecánica: la infraestimulación mental puede convertirse en una terrible, y poco conocida, forma de sufrimiento, capaz de empujar a quien la padece a la comisión de atrocidades aparentemente inexplicables y gratuitas. Y aquí da lo mismo que nos movamos en el entorno psicodélico y futurista de La naranja mecánica o en la atmósfera de viscosas usanzas tradicionales que nos muestra Calle Mayor. Es un fenómeno ubicuo, universal; y para entenderlo mejor, le propongo repasar las nociones de placer y comodidad que están en el núcleo cordial de la película de Bardem.
 La distinción entre placer y comodidad se la debemos al economista de origen húngaro Tibor Scitovsky (1), aunque recuerda fuertemente la separación que ya hiciera en el siglo III a.C. el filósofo griego Epicuro entre placeres estáticos y placeres cinéticos. El placer y la comodidad, aunque son cambios que normalmente experimentan las terminaciones de nuestro sistema nervioso periférico avecindadas en los ojos, la nariz, la piel o las mucosas, se registran como tales en el cerebro. Podemos, como muestra la figura 1, trazar un segmento imaginario en que queden indicados los distintos niveles de activación general del cerebro. En algún punto intermedio de ese segmento se encuentra el óptimo de estimulación cerebral: a la izquierda de ese punto está la zona de infraestimulación y a la derecha, la de sobreestimulación.




 La comodidad (el placer estático, que diría Epicuro) se alcanza cuando estamos instalados en el óptimo y, por ello, libres tanto del dolor de la sobreestimulación (sed, hambre, frío, excitación sexual) como del de la infraestimulación (tedio); cuando estamos fuera de ese óptimo experimentamos displacer, incomodidad. Y el placer es un fenómeno cinético que consiste en el viaje desde la incomodidad hasta la comodidad. Como decía San Agustín: "No hay placer en comer y beber a menos que preceda el malestar del hambre y de la sed". Este viaje placentero lo conseguimos cuando aliviamos la sed bebiendo o la tensión sexual copulando; pero también cuando escapamos del frío calmo del aburrimiento y caldeamos nuestro desnutrido cerebro con alguna novedad que lo alimente. Esto último ha sido menos notado en general. Freud, por ejemplo, concebía el placer de una manera un tanto unilateral: como descarga de la sobreexcitación; descuidando con ello que también hay dolor (y, por lo tanto, posibilidad de escapar de él y, por ello, posibilidad de placer) en la infraestimulación, cuando estamos atrapados en una cierta atonía mental y conseguimos desplazarnos, gracias a alguna novedad benefactora, desde la infraestimulación al óptimo de activación o despertamiento cerebral.
 Como digo, esta última causa de sufrimiento basada en la infraestimulación ha sido menos advertida, y es probable que su primer reconocimiento científico ocurriera durante la Guerra de Corea, cuando los prisioneros de guerra estadounidenses sufrieron eficaces "vaciados de cerebro" sin más presión que la privación prolongada de estímulos mediante un confinamiento en solitario. (Recientemente, funcionarios estadounidenses han puesto en práctica este sofisticado método de tortura con prisioneros de Al Qaeda recluidos en la base de Guantánamo tras el atentado del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York). Desde entonces, varios experimentos de laboratorio han confirmado plenamente el hecho de que la privación sensorial puede llegar a ser en extremo dolorosa. En una prueba llevada a cabo en 1957 se emplearon como sujetos experimentales a estudiantes universitarios bien pagados, bien alimentados y bien atendidos a lo largo de todas las sesiones de prueba; de hecho, sólo tenían que hacer algo tan anodino como reposar en un cuarto protegido de ruidos, usar lentes impenetrables y tener las manos enfundadas en guantes para evitar así toda percepción. Los voluntarios de este experimento pasaron por un período inicial de sueño o relajamiento, pero luego empezaron a padecer los efectos de la privación sensorial prolongada, muy difíciles de soportar: en el lapso de una a ocho horas acabaron teniendo jaqueca, náuseas, confusión, fatiga, alucinaciones y una afectación temporal de diversas facultades mentales. Los universitarios sintieron un deseo agudo de estímulos externos y, tras la experiencia, encontraron alivio y disfrute en cosas tan insípidas como un viejo informe del mercado de valores o una plática sobre los peligros del alcohol dirigida a niños de seis años.
 El sencillo esquema de la figura 1 nos permite sacar algunas interesantes y no muy intuitivas conclusiones. En primer lugar, para poder sentir el placer hay que estar fuera de la situación de comodidad; hay que volver a incurrir en el dolor, en la incomodidad, para poder revivir el placer. Lo malo del dolor no es tanto el dolor mismo cuanto que nos sintamos indefensos para escapar de él hacia la comodidad.» 

 (1) T. Scitovsky, The Joyless Economy, Oxford University Press, Nueva York, 1992.

[El texto pertenece a la edición en español de Espasa Calpe, 2003, pp. 84-86. ISBN: 84-670-1261-7.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: