viernes, 14 de mayo de 2021

Leyli y Majnún.- Nezamí Ganyaví (1141-1209)


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La muerte de Ibn Salam, marido de Leyli


 «En todo punto importante en una empresa / es necesaria la autoridad.
Todo lo que ocurre y nos acontece tiene su sentido, / pero a veces es difícil reconocerlo.
En el movimiento de todo cuanto existe / se ven los niveles de la creación.
El papel es una hoja de dos caras, / y también tiene dos lados una diana.
De este lado la lista de tus pensamientos, / del otro la de los acontecimientos.
Encuentra el escritor pocas plumas derechas, / unas y otras bien se avienen cuando se encuentran.
Muchas flores hay, y tú las arrancas contándolas: / verás cómo te clavas sus espinas.
Mucha hambre trae debilidad, / mas también puede traer salud para el cuerpo.
Nunca la realidad y el deseo coinciden, / así que abraza lo que te viene, que quizá sea para bien.
En general, ya que el mundo es así, / imagina que el vinagre dulce es.

* * *
 Leyli, que era la luz de los enamorados, / era para sí dolor y para los demás tesoro.
Un tesoro guardado por una serpiente, / un aro en su cuello la encarcelaba.
Aunque era gema de valor incalculable, / estaba como la luna en la boca del dragón.
Vivía en esa estrecha tortura / como la semilla del rubí en el corazón de la piedra.
Astutamente escondía su dolor, / a los demás engañaba.
Su marido todos los días la vigilaba / y sufría, mas agradecía.
En la conversación el ídolo angelical / como un ángel se sentía en una trampa de acero.
Cuando el marido no estaba, gemía, / mas al llegar el marido sus lágrimas se tragaba.
Quería de ese llanto visible / recobrarse, mas no le alcanzaban las fuerzas.
Su pena oculta la consumía. / ¿Destruirse a sí mismo de quién es el deseo?
De la grandeza de su esposo y la vergüenza de su familia / estaba como su cabello despeinada.
Como un desconocido que ha desviado su camino / se erguía como una columna del cielo.
Tanto lloró por aquel lugar / que del llanto no le aguantaron sus pies.
Como un ruido persiguiendo sus oídos / se quedó atrapada en su grito lastimero.
Como la vela espabilada fuiste, / tu llanto en sonrisa convertiste.
Este feo trato venía del mundo / y esa belleza salada también lo padeció.

Hasta que el girar del mundo descortés / volvió su trabajo evidente.
Su esposo, ante tanta lamentación y dolor, / lejos del rostro de esa novia se mantuvo y enfermó.
De intentar unirse a la flor / se marchó la salud de Ibn Salam.
En su cuerpo una ardiente fiebre nació, / por su nariz el alma se le escapó.
De la joven se apartó, / la botella de vino enhiesta se rompió.

El médico diestro en experimentos examinó su pulso, / y como le conocía, comprendió su dolor.
Se sacrificaba por la compatibilidad / preparándose para la unión.
El médico examinó su orina, le introdujo brebajes / curativos al enfermo que apagaron poco a poco su incendio.

Cuando se aliviaron las cuitas de la pasión /  halló el camino hacia su salud.
El enfermo un poco se recuperó, / engordó a la vista de su observador.
Mas no se alejó de aquella maldad / y de las instrucciones no hizo caso.
La abstinencia no es sólo para alejar lo nocivo: / tanto en la calma como en el desasosiego es conveniente.
En la calma piden reposo / y en el llanto piden auxilio.
Cuando con el tiempo mejoró la ardiente fiebre, / la abstinencia se acabó.
Otra vez se convirtió la fiebre en la compañera de la respiración, / la enfermedad ida retornó.
Aquel cuerpo, que a la primera herida se desplomó, / el resto de sus heridas al viento entregó.

El barro que aguantó la primera enfermedad / abajo se vino al volver la dolencia.
[…]
Como un terremoto lo sacudió, / y la pared derribada se tambaleó.
Rugió un nuevo terremoto / y la pared derribada se derrumbó del todo.

Cada día varias veces ese joven debilitado / respiraba alejándose más de la salud.
Cuando su aliento ya no cabía en su pecho, / su espíritu huyó como un cristal por una piedra golpeado,
y se dispersó como el viento en sus manos. / Así se libró del mundo su vida torturada.

Resultado de imagen de leyli y majnun siguemeÉl se marchó y nosotros nos iremos, y nadie quedará, / que el préstamo que el mundo entrega luego se cobra.
Del mundo si un préstamo incluso mínimo pides, / ¡tómalo en serio y teme su devolución!
¡Procura devolverlo / hasta librarte de ese peso,
no te descuides con esa deuda, / cuida tu cuerpo y tieso como un clavo tenlo!
¡Por tu propia vida rompe la cadena / con tus alas, cual pájaro que huye de una torre!
Toda la tierra y los cuatro elementos, / no el cielo, son como tu armadura. Las estrellas, como mil clavos.

Contra la espada de la muerte luchamos, / caemos al fin sin podernos levantar.
Cada mañana del cielo seductor / sobre todo el mundo el fuego cae,
que la mañana y la noche, llenas de fuego y dolorosas, te muestran / que el mundo no es otra cosa sino un templo de fuego que humo esparce.
Este sea tu aprendizaje: saber que este lugar / es un templo de fuego del cual humo se eleva.
[…]
Leyli, apartada por fin del marido que no alcanzó su ilusión, / saltó de su encierro como la cebra de la trampa.
De su partida consideró las ventajas, / mas era su marido y se entristeció.
Se olvidó de sus ganancias / y a escondidas recordaba a su Amor.
Se arrancaba los cabellos por su compañero, / mas por el otro era la multitud de su padecimiento.
Lágrimas por su Amigo derramaba, / el marido muerto era una excusa.
Las lágrimas que eran para su marido / en el camino hacia el Amigo cobraron su sentido.
Su cubierta era para su marido, / su interior todo Amor por su Amado.
La tradición árabe dice que en el luto de viuda / no muestre la mujer su rostro a nadie.
Al año un par de veces a la puerta de casa se sentaba, / mas ella a nadie y nadie a ella veía.
Se lamentaba como debía hacerse, / mientras recitaba versos para su corazón.
Leyli con la excusa de su duelo / de personas vació su tienda.
Y como es costumbre marcada para el duelo, / se sentó frente a frente con la pena.
Como excusa ya tenía para gemir, / el silencio apartó de su entorno.
A cuenta de su luto levantaba / a los sietes cielos gritos y lamentos.
Valientemente se mostraba fuera de sí, / a bofetadas hacia por calmarse a sí misma.
Suspiraba tal y como se deseaba, / y al fin sus miedos y peligros apartó de su camino.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Sígueme, 2010, en traducción de Mohammad Kangarani, pp. 168-172. ISBN: 978-84-301-1737-6.]

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