I
«Los alemanes filman el gueto, en especial la
cárcel judía de la calle Gesia, donde la mitad de los detenidos son niños que
han intentado saltar el muro, y el Judenrat, en la calle Grzybowska. Las
ignominias y las vilezas con que hemos sido mancillados pasarán a la historia
gracias a estudiadas puestas en escena. Como buena muestra de ello, en la calle
Smocza, reunieron a una muchedumbre de judíos y acto seguido ordenaron a los
policías judíos que los dispersaran con brutalidad. Éstos lo hicieron con la
docilidad habitual. Filman a otros soldados alemanes que acuden a socorrer a un
niño judío que intenta colarse a través de un hueco del muro mientras es
amenazado por un policía judío o polaco. El alemán, como buen soldado, les dice
que no hay que pegar a los niños. Acaban de prohibir a los turistas alemanes
visitar nuestro cementerio. Al parecer, la visión de los cadáveres apilados en
un barracón no muy lejos del mausoleo del rabino de Radzymin causa mal efecto y
hasta suscita algunas objeciones por parte de los visitantes.
Cada vez fusilan a más judíos en las calles.
Según los nuestros, es a causa de los comunistas, sionistas y bundistas, y su
propaganda criminal. Siempre la misma cantinela. A propósito (de cantinelas), Guta
se ejercita repitiendo “¡Santa Madre de Czestochowa!” y “¡Por los clavos de
Cristo!” Me recuerda a mi pequeña Zofia que siempre tenía estas exclamaciones
en la boca. ¿Qué habrá sido de ella en el lado ario?
Guta ha sido enviada de nuevo fuera del gueto.
Lleva un crucifijo. En cuanto cruza el muro, cambia su gorra por un pañuelo.
Ayer me preguntó si es verdad que tiene, como le han dicho, an arishn pounem, es decir, una
fisionomía aria, lo que también puede entenderse como a naarishn pounem, que significa cara de idiota. En realidad, no
tiene pinta ni de aria ni de idiota. Martha es la más adecuada para realizar
misiones de este tipo, creo. “¡Santa Madre de Czestochowa!”, “¡Por los clavos
de Cristo!” Me encantan estas fórmulas mágicas, idólatras.
Ayer por la mañana, Haïm fue testigo de una
escena espeluznante en la esquina de Twarda con Sliska. Los alemanes mandaron
preparar una mesa surtida de botellas de vino y comida en abundancia. Luego
ordenaron bajar de un camión a una docena de jóvenes hassidim y los alinearon a
lo largo de la mesa, mientras otros alemanes agrupaban en la acera de enfrente
a todos los niños hambrientos que encontraron en las inmediaciones de la calle
Prosta; niños harapientos, descalzos, con los vientres hinchados. Y conforme
ellos filmaban, dieron orden a los hassidim
de darse una comilona, y después los obligaron a bailar y a beber. Y
aquellos pequeños mendigos lastimosos los miraban, les imploraban –en esto
consistía todo el argumento-, y los hassidim tenían que sacárselos de encima
con la mayor brutalidad de la que fueran capaces. Cuando esta obra maestra del
arte se terminó de filmar, recogieron
las cámaras y a continuación apareció otro camión atestado de soldados, los de
la calavera, que ametrallaron a los niños y a los hassidim ante los ojos de una
multitud aterrorizada.
Algunos han oído emisiones radiofónicas de la
BBC, en las que se informa de nuestra suerte en los guetos y especialmente en
diferentes campos, como el de Chelmno y el de Belzec. Se avanza la cifra de
siete mil judíos asesinados aquel día. ¿Por qué el mundo se calla? ¿Por qué el
gobierno polaco en el exilio minimiza todo cuanto nos sucede? ¿Por qué silencia
estos hechos? ¿Qué se propone? Según Szymon, se propone mostrar que la primera
víctima de los alemanes es el pueblo polaco y no los judíos. Con dos pueblos
mártires, uno siempre está de más. Hay quienes dicen que no es la primera
persecución que hemos vivido y que tampoco será la última. Tuvimos las
Cruzadas, la Inquisición, las matanzas en Ucrania, los pogromos en la Rusia
zarista y el pueblo judío todavía sigue viviendo. Dicen que no es conveniente
provocar a los alemanes, que no debemos darles motivos para avivar su ira. No;
hay que esperar. Esperar a que termine la guerra. Esperar a Churchill y a Stalin.
Otros esperan que llegue el Mesías. Algunos les replican a estos últimos que el
Mesías ya ha llegado. Está en Berlín, cenando en la mesa de A.H. y que es su
mano derecha. ¡Lo que nos sucede en estos tiempos no tiene nada que ver con la
Inquisición! ¡Podíamos abandonar España si no queríamos convertirnos! Ni con
Masada, porque pudimos entregarnos, y, además los romanos no perseguían el
incomprensible propósito de exterminar hasta el último judío, desinfectar la
tierra de nuestra presencia ni se burlaban abiertamente de nuestros piojos.
Hoy, las tres últimas generaciones de conversos están condenadas al exterminio;
unos judíos que no se convirtieron bajo la amenaza de la espada, que eligieron
abandonar nuestro pueblo libremente. Incluso ellos van a morir. Incluso los
conversos. Incluso los de la policía judía. Incluso los contrabandistas.
Incluso los judíos que son agentes de la Gestapo. Tanto ellos como nosotros,
todos seremos exterminados. Por desgracia, no formamos un ejército de zelotes
prestos a entregarnos al enemigo con una humillante bandera blanca. No estamos
en situación de poder renegar de nuestra fe judía para conservar la vida, lo
cual, según Reb Huberband, Maimónides toleraba, siempre y cuando en su corazón
uno siguiera amando la Torá de Israel…
Szymon estaba como loco. Guta guardaba
silencio. Szymon es un buen tipo. Esther no lo merece.
Esther lee libros sobre Napoleón: se remite de
modo febril a las páginas que relatan sus últimas campañas. Aquí, todo el mundo
compara a A.H. con Napoleón, todo son incesantes conjeturas sobre sus
similitudes y sus diferencias. Ambos firmaron la paz con Rusia. “Una vez de
acuerdo con Rusia, ya no temo a nadie”, dijo Napoleón. A buen seguro que a A.H.
le llegará, más pronto o más tarde, su batalla de Berezina. Pero entre este más
pronto y más tarde, la suerte de todos los judíos pende de un hilo.
[…]
Jakob ha buscado a papá por el barrio de
Praga, pero no lo ha encontrado. No ha encontrado a nadie que fuera capaz de
proporcionarle información sobre él. De Yanek tampoco hay noticias. Ni de
Mathiek.
En el gueto, habilitamos los escondites.
Reforzamos los sótanos, levantamos paredes en los desvanes, se acondicionan
armarios en el interior de otros armarios, se construyen trampillas verdaderas
y falsas que se cubren con alfombras, con mesas; se arman también escaleras
verdaderas y falsas. Pero vamos más lejos aún. ¡Llegamos a construir falsas
habitaciones! Habitaciones sin puertas ni ventanas, cuyas paredes están
recubiertas por varias capas de ladrillos y que únicamente son accesibles por
el techo, al levantar las tejas. ¡Hemos construido habitaciones tapiadas dentro
de otras habitaciones tapiadas! Los ingenieros y técnicos
acuden para ofrecer sus valiosos consejos. Algunos
hacen de ello su medio de subsistencia. Ha aparecido un nuevo oficio: vendedor
de escondites. El precio total incluye la comida. Muchos de los supervivientes
pasan al lado ario a cambio de cantidades desorbitadas. No creen en los
escondites. Dicen que los alemanes se los conocen todos. Porque una vez los
conocen los judíos, también los conocen los soplones judíos. No se paran a
pensar que en el lado ario vivirían constantemente aterrorizados ante la
posibilidad de una denuncia. Y cuando ya no les quede más dinero ni joyas, los
mismos polacos que los han escondido durante algún tiempo no dudarán en
entregarlos. Ganancia asegurada: cien zlotys por cabeza. Los que se quedan han
decidido morir con las armas en la mano. Hacen acopio de reservas de comida.
Ahora ya no se trata de esconderse una noche o mientras dura una redada, sino
durante semanas, tal vez meses, hasta que lleven a cabo el asalto final.
La Sociedad de Naciones ha condenado el
exterminio de judíos. Ha elevado su petición con la amenaza de sancionar a los
nazis. Seguramente este gesto los disuadirá de seguir con las matanzas. Son muy
sensibles a las amenazas, sobre todo a las de una dama tan respetable como la
Sociedad de Naciones.
Una gruesa capa de nieve cubre las calles.
Debajo de los adoquines, ríos de sangre.
[…]
Se rumorea que se iniciarán de nuevo las
deportaciones, y de forma inminente. ¿Estamos preparados para responder? La
mayoría dice que no. Necesitamos dinero de forma imperiosa; no nos queda más
remedio que exigir tributos a los ricos, así como a los miembros del Judenrat.
La “Aktion” alemana se reanudó ayer por la
mañana con una brutalidad inaudita. El gueto fue acordonado al amanecer. ¡Pero
respondimos! Esther se unió a un grupo de unos cuarenta combatientes en un
kibutz de Zamenhofa. Entre ellos se encontraba el poeta Katzcenelson que
alentaba a sus camaradas, diciéndoles que se sentía feliz de morir junto a
ellos, con las armas en la mano. Había ido con su hijo. Los camaradas le
aconsejaron esconderse en un refugio,
puesto que los alemanes llegarían de un momento a otro. Él, Katzcenelson, debía
sobrevivir como fuera, para dar testimonio. Pero se negó.
Hoy se cumple el cuarto día de la “Aktion” de
los alemanes. Se oyen explosiones terribles: vuelan por los aires las casas y
lanzan granadas en las viviendas. Las redadas ha cesado. El objetivo de los
alemanes ya no es deportar, sino matar al mayor número posible de judíos, para
vengarse. Las armas de la resistencia polaca son siempre insuficientes. Cuánto
tiempo perdido en actividades culturales en vez de dedicarnos en cuerpo y alma
a prepararnos para combatir. Pero no sabíamos, no conocíamos a A. H.
Cuando fue creado el hierro, me contaba el tío
Avroum, al tercer día de la creación, los árboles empezaron a temblar. “¿Qué os
ocurre para temblar así? –preguntó el hierro-. Mientras ninguno de vosotros me
sirva de mango, no tendréis que temer nada de mí”. Según Avroum, en esta fábula
los árboles representan el pueblo de Israel, la ramera de las naciones, y el
hierro, la fuerza seductora de estas mismas. Y proseguía diciendo: “Cuando
Israel sirve de mango al hierro de las naciones, éstas, convertidas en hachas,
golpean sin piedad a los árboles de Israel”.
Aquí, en el gueto, al parecer hemos
comprendido por fin esta fábula. Ya no servimos de mango al hierro que nos
golpea. Pero ya es tarde para abrir los ojos.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones
del Subsuelo, 2011, en traducción de Isabel Romero Reche, pp. 58-61,86-87 y 89-90. ISBN:
978-84-939426-1-8.]
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