sábado, 15 de mayo de 2021

Idea del hombre.- Pedro Laín Entralgo (1908-2001)


Resultado de imagen de lain entralgo
Tercera parte.- Intelección de la realidad del hombre: teoría

Capítulo II.- Conciencia de lo real
IV.- El enigma de la conciencia

  «En su condición evolutiva y analógica –por tanto, desde la ameba hasta el hombre-, la realidad de la conciencia  es para nuestra mente un enigma, si uno se plantea con seriedad el problema de saber lo que efectivamente es. “Nunca existirá un Newton de la yerbezuela”, escribió Kant. Quería decir: mediante su razón científica, Newton conoció de manera evidente la dinámica celeste y terrestre del cosmos; pero la razón científica nunca podrá conocer con evidencia lo que la yerbezuela en sí misma es, su “cosa en sí”, el hecho de que en ella posea la naturaleza un sentido cognoscible, una “técnica intencional”, en expresión del propio Kant. En cuanto modo científico de la razón pura, la ciencia sólo puede conocer el “fenómeno” de la yerbezuela, no su “númeno”. Pero esto, ¿no podría decirse de la hazaña de Newton ante la realidad del cosmos? La idea de la gravitación universal y su ley matemática nos dieron a conocer, y no de un modo total y absolutamente cierto e invariable, una parcela del fenómeno del cosmos, en modo alguno su númeno, lo que el cosmos en sí mismo es. En su conjunto (cosmos) y en cada uno de los entes que lo componen (vivientes o no), lo real es últimamente enigmático. Mediante la ciencia y la filosofía, nuestra inteligencia puede acercarse a su conocimiento de una manera más o menos profunda y razonable, mas no pasar de ahí.
 Frente al hecho de la conciencia, sea ésta animal o humana, no son pocos los que, movidos por la actitud mental que Popper llamó “materialismo prometedor”, piensan que si ese hecho hoy nos parece enigmático, mañana dejará de serlo. El eminente psicólogo y filósofo J. B. Searle escribía hace pocos años: “El misterio de la conciencia es hoy aproximadamente lo que era el misterio de la vida antes de la biología molecular o el misterio del electromagnetismo antes de las ecuaciones de Maxwell. Parece la conciencia misteriosa porque no conocemos cómo opera el sistema neurofisiología/conciencia; un conocimiento adecuado de cómo lo hace eliminaría tal misterio. Más aún: el hecho de que podamos concebir como posibilidad que ciertos estados del cerebro pueden no causar los correspondientes estados de conciencia, simplemente depende de nuestra ignorancia acerca del modo como opera el cerebro”.
 Discrepo de tan ilustre opinante. Las ecuaciones de Maxwell son sin duda portentosas. Repitiendo palabras de Goethe, el gran físico Boltzmann se preguntaba ante ellas: “¿Quién es el dios que ha escrito estos signos?” Pero esas ecuaciones, tan importantes para dar razón científica del electromagnetismo, ¿nos dicen acaso lo que es la materia, realidad de que la electricidad y el magnetismo son parcial expresión? Siglo y medio después de que Maxwell las formulara, los físicos y los filósofos andan a vueltas con el enigma de lo que en sí mismo sea ese ente multiforme a que damos el nombre de “materia”. Otro tanto podría decirse de lo que respecto de la ameba y del cerebro humano enseña la biología molecular.
 Vuelvo a lo dicho. Cuando se enfrenta con ultimidades –comenzando por las que Kant llamó númenos o “cosas en sí”-, la mente humana se ve forzada a optar entre dos términos: la utópica, irrealizable esperanza en el saber del porvernir, y la atribución de un carácter últimamente enigmático a la realidad, cualquiera que sea el modo en que se nos presente. Que la meta de esa utopía es inalcanzable, claramente lo demuestra el hecho de que haya existido y siga existiendo una historia del pensamiento. Desde los presocráticos hasta hoy vienen persiguiendo los filósofos una respuesta definitiva a la pregunta por lo que la realidad sea, y no parece que tal intento pueda tener fin; con toda explicitud escribió Aristóteles que nunca acabarán los hombres de preguntarse por el ser. “Lo último será siempre incierto, y lo cierto siempre será penúltimo”, he dicho más de una vez.
 Pero afirmar la radical enigmaticidad de lo real no equivale a declarar inútil el intento de intentar penetrar intelectualmente en ella. La verdadera grandeza intelectual del hombre y una parte esencial de su grandeza ética se la da el esfuerzo de moverse hacia el progresivo conocimiento de lo real y enigmático, crea o no crea en la posibilidad metahistórica de lograr su empeño; ética e intelectualmente, el trabajo creador del homo viator será siempre superior a la esforzada pero utópica ilusión de Sísifo. En la historia del conocimiento del cosmos, Ptolomeo, Copérnico, Newton, Herschel, Einstein y los cosmólogos ulteriores al descubrimiento astronómico de Hubble han ido proponiendo respuestas cada vez más y más razonables. El hecho de que la realidad del cosmos sea últimamente enigmática para el hombre, ¿priva de valor intelectual y ético a esa formidable serie de hazañas científicas?
 En la conciencia humana, modo supremo del fenómeno biológico de la percatación de lo real, tiene una de sus propiedades sistemáticas la estructura dinámica que en la evolución del cosmos es el hombre; propiedad cuyo sujeto agente es la totalidad de esa estructura, puesto que también la cenestesia tiene parte en la percepción de la realidad propia, pero anatómica y funcionalmente centralizada en el cerebro. La actividad cerebral, en consecuencia, no es el instrumento somático de un alma espiritual capaz de autoconciencia y no consciente por sí misma, es realmente la conciencia. ¿Cómo? He aquí el enigma.
Resultado de imagen de lain entralgo idea del hombre Coincidiendo de algún modo con un aspecto del pensamiento zubiriano, el neurofisiólogo P. S. Rose invitaba hace unos años a distinguir uno de otro el concepto de “causa” y el de “correlación entre niveles de explicación”. Escribe: “Estados bioquímicos especiales se corresponden con aspectos de conducta también especiales, no porque la bioquímica sea causa de la conducta, sino porque es la conducta vista en un nivel de análisis diferente y expresada en un lenguaje también diferente. Conexiones sinápticas modificadas no son causa de la memoria, son la memoria. El disparo de las neuronas del hipotálamo y de otras regiones del cerebro no es causa del hambre, es el hambre”. Tesis esta que los dualistas y los mentalistas admitirán sin reparo para explicar la conducta, la memoria, el hambre y la conciencia del chimpancé, pero que tajantemente rechazarán en el caso del hombre.
 Dicen los mentalistas que los actos mentales no pueden ser entendidos si se les considera como actividades del cerebro, tanto por su inmediatez (la evidencia y la decisión son subitáneas y no procesales), como por su no espacialidad (frente a la esencial espacialidad de los procesos cerebrales) y por su intencionalidad (el hecho de hallarse esencialmente “referidos a”). Pero ni la evidencia ni la decisión son actos rigurosamente instantáneos (la vivencia de instantaneidad sólo aproximativamente expresa el carácter realmente procesal de uno y otro fenómeno; así lo han mostrado las observaciones experimentales de Kornhuber y de Roland), ni puede afirmarse, salvo que cartesianamente se admita la oposición entre la res cogitans y la res extensa, que los actos mentales nada tienen que ver con la extensión y el espacio, ni cabe desconocer que de algún modo es “conciencia-de” la actividad cerebral y no mental del chimpancé cuando conoce a sus semejantes y se conoce a sí mismo. No. La peculiaridad de los actos mentales en cuanto preponderantemente, no exclusivamente, psíquicos, depende de los métodos con que pueden y deben ser detectados –la introspección, la comprensión- y de los conceptos para expresar sus resultados, no de que sean obra de una mente no corporal. Puede y debe hablarse, sí, de actos mentales, pero no de una mente contradistinta del cuerpo. De la “mente” debe decirse lo que de “la conciencia” dijo W. James, que no es entidad, sino modo de actividad; o lo que reiteradamente ha escrito Zubiri, que es una abusiva y errónea sustantivación de los actos llamados mentales. Actividad, añado yo, de la unitaria realidad estructural a que pertenecen tanto la operación cerebral que llamamos “conciencia” como la operación gastrointestinal a que damos el nombre de “digestión”.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Círculo de Lectores, 1996, pp. 150-153. ISBN: 84-226-6148-9.]  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: