Yo os quiero confesar, don Juan, primero
«Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y carmín de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.
Pero tras eso confesaros quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano competir con ella aspira
belleza igual de rostro verdadero.
Mas, ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así Naturaleza?
Porque ese cielo azul que todos vemos
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!
Vuelve del campo el labrador cansado
Vuelve del campo el labrador cansado
y mientras se restaura en fácil cena,
para nuevo trabajo se condena
que al venidero sol quedó obligado.
Cuando descansa en el rincón su arado,
con hoz la vid sin pámpanos cercena;
siega la mies y la vendimia ordena,
y luego al yugo vuelve ya olvidado.
Es el trabajo propio a los mortales,
en el cual los alivia la esperanza
con premio que a trabajo nuevo llama.
Así pasan los bienes por los males,
así sustenta al mundo la mudanza,
y así es tirano en él quien la desama.
Dame, Señor, una oración suprema
Dame, Señor, una oración suprema;
dame la voz, el ritmo y el acento;
que todo tuyo sea el pensamiento
y tuyos el poeta y el poema.
Anonadado en Ti, sea un problema
de cómo por amor, con nuestro aliento,
te expresas a ti mismo el sufrimiento
de esta vida que brilla y que nos quema.
No me dejes recluido en mis fronteras,
pues quedo tan inerme y desvalido
que temo, mi Señor, que si algo pido
no será de esta súplica que esperas.
Como para tu gloria vivo y muero,
lo que quiero pedir yo no lo quiero.»
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