28.- El entierro del faraón
"Oh, Atón, ¿cuánto durará mi vida", y el dios contesta: "Tú estás destinado a vivir millones de millones de años, toda una vida de millones".
Grabado en la tumba de Ay, Amarna
«Snefru vagó durante varias días por la casa, casi sin hablar. Se había negado a hacer comentarios sobre la causa de la muerte de Merenre. Pasaba horas estudiando, abstraído, tras un extraño disco brillante, las hebras del cabello del faraón. Isset se quedó asombrada al observar que, mirando a través del disco, todo se agigantaba.
-Lo hacemos en las cuevas de Boubastis -le contó Snefru.
Pasó a explicarle el insólito experimento que había extraído de los textos de los antiguos sabios: arena, natrón y fuego; ésa era la sencilla fórmula para fabricar los discos transparentes que servían, entre otras cosas, para aumentar el tamaño de lo que se veía al colocarlo frente a los ojos.
Isset lo observaba en silencio, mientras meditaba largas horas, sin moverse, recostado en la antigua azotea familiar con la mirada perdida en el firmamento. Nada dijo el día que la reina lo mandó llamar, no bien finalizaron las ceremonias del paso a la nueva vida del rey. La reunión en palacio duró largas horas. Al regresar, el hombre se encerró en su habitual hermetismo.
El silencio retornaba a las calles de Menfis, después de que la celebración por los funerales reales ocupara toda la atención de la metrópoli. Habían tardado más de setenta días en preparar el cuerpo. Mientras el joven rey se iba convirtiendo en momia, los sacerdotes recitaban interminables salmos sin descanso para mantener alejados del difunto a los espíritus nefastos, así como para fortalecer su alma en la lucha contra los genios del mal.
Una vez que Padiu y sus ayudantes extrajeron el cerebro por las fosas nasales, los residuos que pudiesen quedar pegados a las paredes del cráneo fueron destruidos mediante líquidos corrosivos. Hicieron una profunda incisión en el vientre y sacaron las vísceras. Según lo acordado, los órganos depuradores no fueron tocados. Todo el interior del cuerpo fue lavado con vino y esencias aromáticas. Posteriormente le inyectaron líquidos secantes. Así tratado, le colocaron en una solución salina que llamaban natrón. Esto ponía rígido al cuerpo, que, tras un tiempo sumergido, era secado y embadurnado con bálsamos a base de aceite de cedro, de caña fístula, de cinamomo y de henné. El interior del cuerpo era perfumado con bayas de jengibre, cebolla, mirra, simientes de loto tostadas, los menudos frutos del grosellero y otras esencias. Al final, todos los orificios naturales, ojos, nariz, boca y demás, eran obturados con tapones de cera virgen. La incisión del vientre era recosida y cubierta con una hoja de oro. Las vísceras recibían un tratamiento especial y luego eran depositadas en urnas aparte.
Merenre lucía, al cabo de esas manipulaciones, cual un esqueleto de piel apergaminada. Los maquilladores funerarios pintaron sus labios, párpados, uñas, manos y también la planta de los pies.
Luego, comenzaron a vendarlo con unas telas finísimas escogidas personalmente por la reina. Más de cuarenta codos reales de lino fino fueron usados para cubrirlo antes del ceremonial. Algunos amuletos y joyas eran colocados a medida que la interminable venda iba recubriendo con sus infinitas vueltas a la momia.
La máscara mortuoria estaba tallada en oro puro por los orfebres del templo. Entre las piernas del reseco muerto, los sacerdotes habían puesto algunos manuscritos en los que se transcribían ciertos sortilegios, fórmulas y trucos para que el difunto pudiera sortear los obstáculos que le aguardaban en su tránsito hacia la nueva vida.
Estaba pronto entonces para la ceremonia de la "apertura de la boca". Así el rey quedaba listo para comer, beber y hablar nuevamente. Recuperaba al fin su potencia vital para que, por medio de la vista, el oído, el gusto y olfato, su espíritu, ba, pudiese disfrutar en la eternidad de las ofrendas que se le hacían llegar. Era necesario, pues, a partir del momento en que la momia volvía a recuperar sus facultades, suministrar al ba, periódicamente, provisiones para que no sufriese ningún tipo de necesidad. Este deber, al no tener el faraón un heredero, recayó en el sacerdote mayor.
Muy cerca del faraón, cinco antorchas estaban listas para la ceremonia. La barca fúnebre, colocada sobre un trineo, transportaba la momia de Merenre sobre un catafalco de madera dorada. Las de la Morada de la Acacia, o plañideras, acompañan la procesión precedidas por la supervisora del culto funerario, responsable de atender el viaje póstumo del rey. A su lado marchaban las dos "enterradoras", vestidas con piel de leopardo, llorando, lamentándose y llevándose las manos a la cabeza en actitud luctuosa: encarnaban a las diosas Isis y Neftis, que van protegiendo el féretro. Estas plañideras divinas repetirían cada año los ritos funerarios para garantizar la vida futura del faraón. [...]
El gran Merenre se aprestaba, al fin, a penetrar en la Casa de la Eternidad.»
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