sábado, 4 de marzo de 2017

"La búsqueda de la verdad".- Willard van Orman Quine (1908-2000)


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 23.- Lexicografía

 «Cuando cuestionamos la vieja noción de significado no estamos rechazando la semántica. Se ha trabajado mucho y con mucha seriedad en lo concerniente a los modos, circunstancias y evolución del uso de las palabras. Y la lexicografía es la manifestación más notable de ese trabajo. Pero no creo que debamos gastar energías en el intento de rehabilitar para la ciencia algo parecido a la vieja noción de significados claros y distintos; me parece que más bien debemos mirar esta noción como un obstáculo del que nos hemos conseguido librar. Ciertamente, en los últimos tiempos la noción ha constituido un obstáculo más bien para los filósofos que para los lingüistas científicos, pues éstos, como es fácil comprender, simplemente no la han considerado técnicamente útil.
 Se suele atribuir a los diccionarios la tarea de explicar los significados de las palabras, una tarea que no tiene nada de misteriosa ni de arbitraria. ¿Cómo la llevan a cabo? En mi opinión, la tarea encomendada a los diccionarios no consiste en establecer ni la equivalencia cognoscitiva entre oraciones ni la sinonimia entre términos, y no presupone en absoluto noción alguna de significado. Veamos a continuación de qué se ocupan realmente los diccionarios.
 En ocasiones, un diccionario explica una palabra por medio otra expresión que pueda sustituirla, salva veritate, al menos allí donde la cosa no se vea complicada por la presencia de expresiones entrecomilladas o de actitud proposicional. Otras veces, en cambio, lo que se ofrece es una selección de información concerniente al objeto u objetos a los que se refiere la palabra en cuestión. La existencia de estos dos procedimientos no pretende reflejar una distinción entre características esenciales y accidentales. Se trata de una cuestión puramente pedagógica: el lexicógrafo quiere mejorar, en la medida en que se lo permita el escaso espacio de que dispone, la capacidad de sus lectores para comunicarse con éxito. Con frecuencia, además, una entrada del diccionario no ofrece una paráfrasis de la palabra ni describe los objetos que le corresponden, sino que describe el uso de la palabra en oraciones. Tal es el proceder habitual con las partículas gramaticales, un proceder que también se utiliza frecuentemente con términos de todo tipo y que se convierte en el preferido cuando el término de que se trata no se refiere a objetos concretos ni admite una paráfrasis separable y autocontenida.
 Detrás de este aparente desorden existe un principio unificador: en todos los casos puede considerarse que el objetivo final es la oración. El lexicógrafo tiene como objetivo ayudar a su lector a beneficiarse de las oraciones que vea u oiga, a reaccionar ante ellas de alguna de las formas que los demás esperan y a emitir oraciones de manera provechosa. Pero existe una variedad ilimitada de oraciones, de modo que el lexicógrafo realiza su enseñanza de las oraciones palabra por palabra, mostrando cómo usar cada palabra en la construcción de oraciones. Una forma de realizar esta enseñanza, y una forma que resulta muy conveniente utilizar siempre que sea posible, consiste en mencionar una expresión sustituta; pues el lexicógrafo aprovecha de este modo los presumibles conocimientos del lector acerca de cómo usar esa expresión sustituta para elaborar oraciones. Y los otros tipos de entradas de diccionario persiguen igualmente, cada una a su manera, el mismo fin: enseñar a usar las oraciones.
 Cuando saltamos desde la semántica, tal y como la entienden los filósofos, a la lexicografía, estamos sustituyendo el foco de nuestro interés: por así decirlo, estamos sustituyendo la identidad de significado por el conocimiento del significado; o, mejor, la sinonimia de las expresiones por la comprensión de las expresiones. El trabajo del lexicógrafo consiste en inculcar la comprensión de las expresiones, esto es, en enseñar a usarlas. Y puede tener un éxito completo en la enseñanza del uso de las oraciones sin necesidad de preocuparse de si es correcto decir que estas son equivalentes en algún sentido. Da la impresión de que los significados no tienen absolutamente nada que ver con las preocupaciones del lexicógrafo. ¿Por qué habrían de preocuparnos más a nosotros?
 Así pues, podríamos considerar la comprensión de las expresiones, y no la sinonimia, como la noción operativamente básica de la semántica. ¿Cómo debemos entender esto? En la práctica, admitimos que alguien comprende una oración mientras no nos resulten sorprendentes las circunstancias en las cuales la profiere o su reacción cuando la oye -suponiendo, además, que la reacción no sea de visible perplejidad. Si los hechos se apartan radicalmente de estas circunstancias, sospechamos que el individuo no comprende la oración. Con todo, no existe ninguna frontera evidente, ningún criterio general que nos permita determinar si el individuo realmente no comprende la oración o si simplemente sostiene una teoría extravagante acerca del contenido de aquélla.
 Cuando decimos que alguien no comprende una cierta palabra podemos hacerlo con más seguridad que cuando afirmamos que no comprende una determinada oración, pues tenemos la posibilidad de observar el uso que ese alguien hace de la palabra en diversas oraciones que la contengan, así como su reacción ante estas oraciones. Podemos, además, controlar nuestro experimento, eligiendo nosotros mismos las oraciones y pidiendo al sujeto que se pronuncie sobre ellas. Quizás nos encontremos con que nuestro individuo no reacciona con normalidad cuando se encuentra una oración que contiene la palabra en cuestión, mientras que sí reacciona de forma más normal ante oraciones en las que esa palabra no aparece, pero que son prácticamente iguales en otros aspectos.
 En esta cuestión de la comprensión del lenguaje se da, pues, una sutil interacción entre palabra y oración. La oración es fundamental en un sentido: comprender una palabra consiste en saber usarla en oraciones y saber reaccionar ante esas oraciones. Pero si lo que queremos es comprobar si alguien comprende una cierta oración, lo mejor que podemos hacer es concentrarnos en una palabra, variando sus contextos oracionales. Cuando, tras presentar varias oraciones al sujeto, nos hayamos convencido a nosotros mismos de que éste no comprende adecuadamente la palabra, acabaremos concluyendo con toda razón que su atípica respuesta a la oración del principio se debía  a su mala comprensión de la palabra y no a alguna extraña opinión referente a cuestiones fácticas.»
 

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