martes, 21 de marzo de 2017

"De donde son los cantantes".- Severo Sarduy (1937-1993)


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 Curriculum cubense

«Plumas, sí, deliciosas plumas de azufre, río de plumas arrastrando cabezas de mármol, plumas en la cabeza, sombrero de plumas, colibríes y frambuesas; desde él caen hasta el suelo los cabellos anaranjados de Auxilio, lisos, de nylon, enlazados con cintas rosadas y campanitas, desde él a los lados de la cara, de las caderas, de las botas de piel de cebra, hasta el asfalto la cascada albina. Y Auxilio rayada, pájaro indio detrás de la lluvia.
 -¡No puedo más! -chilla, y abre un hueco en las migas de pan.
 -¡Revienta! -es Socorro la que habla-. Sí, revienta, aguanta, muérete, quéjate al estado, quéjate a los dioses, drop dead, cáete abierta en dos como una naranja, ahógate en cerveza, en frankfurter chucrute, jódete. Conviértete en polvo, en ceniza. Eso querías. 
 Auxilio aparta las mechas. Se asoma, quevediana:
 -Seré ceniza, mas tendré sentido.
 Polvo seré, mas polvo enamorado.
 Socorro - Tu me casses les cothurnes! (en français, dans le texte). Calla. Yo tampoco puedo más. Sécate esas lágrimas. Ten pudor. Ten compostura. Aguanta. Toma el vanity.
 El espejito hace señales. Dirige el sol hasta el rascacielos de cristal. Al balcón del piso veinte sale una niña con otro espejo en la mano. Da saltitos y lo mueve buscando la llamada.
 -Mírate. Las lágrimas te han hecho un surco en las cinco primeras capas de maquillaje. Evita que lleguen a la piel. Verdad es que para eso haría falta un taladro. Has perdido la crema de espárragos. La fresa subyacente se está confundiendo con la capa de piña ratón de Max Factor. Cuadriculada estás. Vasarélica. Cantemos:

 siempre ausente, siempre ausente
 hace el mal gratuitamente.

 Auxilio, más bien cantando:
 -Sí, es él. La adivinanza de las adivinanzas. La pregunta de los sesenta y cuatro mil dólares, la definición del ser. Se acabó lo que se daba. Se acabó el jamón. No hay queso ya. Ésta es la situación: nos hemos quedado y los dioses se fueron, cogieron el barco, se fueron en camiones, atravesaron la frontera, se cagaron en los Pirineos. Se fueron todos. Ésta es la situación: nos fuimos y los dioses se quedaron. Sentados. Achantados, durmiendo la siesta, encantados de la vida, bailando la Ma Teodora, el son inicial, el son repetitivo, dando vueltas en el aire, como ahorcados.
 -Calla. Eso querías.
 -No. No quise esto. Pedí la vida, entera, con cascabeles y panderetas. Pedí el pan y el chorizo, de cada día. Nada. Nada. Me enviaron la pelona, la cabecipelada, la calva, la raspada, la sola.
 -Se te ve una mejilla. Es como la cara de la luna: llena de cráteres.
 -Crápula. Granuja. Rana. Que te trague el Ser. Que te aspire. Que se te rompa el aire acondicionado. Que a tu alrededor se abra un hueco. Que te chupe la falla lacaniana. Que seas absorbida, desapercibida por inadvertida.
 -Se acabó. Me voy. Ahora sí. Como sea. Me sacan de aquí. Estoy atacada y doy golpes de lanza a diestra y siniestra, al derecho y al revés, atrás y alante, como un guerrero japonés contra un enemigo invisible.
 Auxilio mueve la cabeza. Flecos dorados contra los cristales. Mechas de estambre. Aspas.
 -Vete. Inesencial. Dejas la Casa. Sí, la casa con mayúscula. La Domus Dei. Y mueve la cabeza.»
 

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