jueves, 30 de marzo de 2017

"La estructura de las revoluciones científicas".- Thomas S. Kuhn (1922-1996)


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 XIII: Progreso a través de las revoluciones

 «El progreso científico no es de un tipo diferente al progreso en otros campos; pero la ausencia, durante ciertos períodos, de escuelas competidoras que se cuestionen recíprocamente propósitos y normas, hace que el progreso de una comunidad científica normal, se perciba en mayor facilidad. Esto sin embargo, es sólo parte de la respuesta y de ninguna manera la más importante. Por ejemplo, ya hemos notado que una vez que la aceptación de un paradigma común ha liberado a la comunidad científica de la necesidad de reexaminar constantemente sus primeros principios, los miembros de esa comunidad pueden concentrarse exclusivamente en los más sutiles y esotéricos de los fenómenos que le interesan. Inevitablemente, esto hace aumentar tanto el vigor como la eficiencia con que el grupo, como un todo, resuelve los problemas nuevos que se presentan. Otros aspectos de la vida profesional en las ciencias realzan todavía más esa tan especial eficiencia.
 Algunos de ellos son consecuencias del aislamiento sin paralelo de las comunidades científicas maduras, respecto de las exigencias de los profanos y de la vida cotidiana. Ese aislamiento no ha sido nunca completo, estamos discutiendo ahora cuestiones de grado. Sin embargo, no hay otras comunidades profesionales en las que el trabajo creador individual esté tan exclusivamente dirigido a otros miembros de la profesión y sea evaluado por éstos. El más esotérico de los poetas o el más abstracto de los teólogos se preocupa mucho más que el científico respecto a la aprobación de su trabajo creador por los profanos, aun cuando puede estar todavía menos interesado en la aprobación en general. Esta diferencia resulta importante. Debido a que trabaja sólo para una audiencia de colegas que comparten sus propios valores y sus creencias, el científico puede dar por sentado un conjunto único de normas. No necesita preocuparse de lo que pueda pensar otro grupo o escuela y puede, por consiguiente, resolver un problema y pasar al siguiente con mayor rapidez que la de los que trabajan para un grupo más heterodoxo. Lo que es todavía más importante, el aislamiento de la comunidad científica con respecto a la sociedad, permite que el científico individual concentre su atención en problemas sobre los que tiene buenas razones para creer que es capaz de resolver. A diferencia de los ingenieros y de muchos doctores y la mayor parte de los teólogos, el científico no necesita escoger problemas en razón de que sea urgente resolverlos y sin tomar en consideración los instrumentos disponibles para su resolución. También a ese respecto, el contraste entre los científicos naturalistas y muchos científicos sociales resulta aleccionador. Los últimos tienden a menudo, lo que los primeros casi nunca hacen, a defender su elección de un problema para investigación -p.ej. los efectos de la discriminación racial o las causas del ciclo de negocios-, principalmente en términos de la importancia social de lograr una solución. ¿De qué grupo puede esperarse entonces que resuelva sus problemas a un ritmo más rápido?
 Los efectos del aislamiento respecto de la sociedad mayor se intensifican mucho por otra característica de la comunidad científica profesional, la naturaleza de su iniciación educativa. En la música, en las artes gráficas y en la literatura, el profesional obtiene su instrucción mediante la observación de los trabajos de otros artistas, principalmente artistas anteriores. Los libros de texto, excepto los compendios o los manuales de creaciones originales, sólo tienen un papel secundario. En la historia, la filosofía y las ciencias sociales, los libros de texto tienen una importancia mucho mayor. Pero incluso en esos campos, los cursos elementales de los colegios emplean lecturas paralelas en fuentes originales, algunas de ellas de los "clásicos" del campo, otras de los informes de la investigación contemporánea que los profesionales escriben unos para otros. Como resultado de ello, el estudiante de cualquiera de esas disciplinas está constantemente al tanto de la inmensa variedad de problemas que los miembros de su futuro grupo han tratado de resolver, en el transcurso del tiempo. Algo todavía más importante, es que tiene siempre ante él numerosas soluciones, inconmensurables y en competencia, para los mencionados problemas, soluciones que en última instancia tendrá que evaluar por sí mismo.
 Compárese esta situación con la de las ciencias naturales contemporáneas. En estos campos, el estudiante depende principalmente de los libros de texto hasta que, en su tercero o cuarto año de trabajo como graduado, inicia sus propias investigaciones. Muchos planes de estudio de las ciencias ni siquiera exigen a los graduados que lean obras no escritas especialmente para los estudiantes. Los pocos que asignan lecturas suplementarias en escritos de investigación y monografías, restringen tales asignaciones a los cursos más avanzados y a los materiales que, más o menos, se inician donde quedaron los libros de texto. Hasta las últimas etapas de la instrucción de un científico, los libros de texto substituyen sistemáticamente a la literatura científica creadora que los hace posibles. Teniendo en cuenta la confianza en sus paradigmas, que hace que esa técnica de enseñanza sea posible, pocos científicos desearían cambiarla. Después de todo, ¿por qué debe el estudiante de física leer, por ejemplo, las obras de Newton, Faraday, Einstein o Schrödinger, cuando todo lo que necesita saber sobre esos trabajos se encuentra recapitulado en forma mucho más breve, más precisa y más sistemática en una serie de libros de texto que se encuentran al día?
 Sin desear defender los extremos excesivos a que se ha llevado a veces este tipo de educación, no podemos dejar de notar que, en general, ha sido inmensamente efectivo. Por supuesto, se trata de una educación estrecha y rígida, probablemente más que ninguna otra, exceptuando quizá la teología ortodoxa. Pero para los trabajos de ciencia normal, para la resolución de enigmas dentro de la tradición que definen los libros de texto, el científico se encuentra casi perfectamente preparado. Además, está igualmente bien equipado para otra tarea -la generación de crisis significantes a través de la ciencia normal. Por supuesto, cuando éstas se presentan, el científico no se encontrará tan bien preparado. Aun cuando las crisis prolongadas probablemente se reflejan en prácticas menos rígidas de educación, la preparación científica no está bien diseñada para producir al hombre que pueda con facilidad descubrir un enfoque original. Pero en tanto haya alguien que se presente con un nuevo candidato a paradigma -habitualmente un hombre joven o algún novato en el campo- la pérdida debida a la rigidez corresponderá sólo al individuo.»
 

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